A treinta y tres años de la revolución de 1979 la sociedad iraní está atravesada por un complejo entramado social y generacional que va más allá de las amenazas externas. Está claro que un punto de inflexión en la historia contemporánea del país es la revolución que derrocó a la dinastía Pahlavi después de más de cincuenta años de gobierno autoritario. Las características represivas de la monarquía no dejaban margen para medias tintas, o se la apoyaba o se la combatía.
Si pensamos en términos generacionales, todavía subsiste una generación de iraníes ?mayores de sesenta años- marcada por la lucha entre los que querían derrocar al Sha Reza Pahlavi y los que sostenían su régimen. El triunfo de la revolución permitió que una nueva generación de dirigentes políticos (no todos jóvenes) asumiera el control del país imprimiéndole el signo de la revolución islámica después de fuertes luchas intestinas. La invasión iraquí de 1980 implicó un complejo proceso para esta segunda generación que tuvo que consolidar su poder derivado de la legitimidad revolucionaria en medio de una guerra. La tercera generación es la que surgió como consecuencia de la guerra con Irak que duró ocho años. Miles de iraníes murieron (principalmente jóvenes) y todos aquellos que combatieron han quedado en la memoria colectiva como los “mártires” que ofrendaron sus vidas por la supervivencia de la revolución y la nación. Sus fotos son parte de la iconografía de las grandes ciudades y adornan incluso los lugares más recónditos del país como pequeños pueblos de apenas cientos de habitantes en las montañas. Y los supervivientes son considerados los núcleos “más duro” e incondicional
de los líderes islámicos.
Se puede hablar de una cuarta generación representada por los nacidos después de la revolución de 1979. Estos, que no conocieron la época del Sha, ni los enfrentamientos entre hermanos a favor o en contra de la República Islámica y tampoco tomaron parte de la guerra contra Irak, son hoy la mayoría de la población. Las muertes producidas por la guerra con Irak alimentaron un discurso reproductivo sin precedentes que genera innumerables problemas hoy en día. En 1979 había unos treinta y cinco millones de iraníes y en 2012 hay más de setenta millones, un panorama complicado para las familias numerosas en un país donde la estructura familiar continúa siendo un pilar de la sociedad y la inflación una preocupación diaria. De todas maneras, hay que destacar que en Irán no existen villas miserias ni pobreza extrema, a diferencia de casi todos los países que lo rodean. Los intereses de los jóvenes, especialmente en las ciudades, tienen muchos puntos en común con aquellos de sus pares en los países capitalistas desarrollados. No es la ideología lo que los mueve –algo fundamental para las tres primeras generaciones- sino el pragmatismo por tener un lugar en un mundo globalizado. Esto quiere decir que la utilización de las herramientas que brindan las nuevas tecnologías (internet, facebook, youtube, twitter) es ahora fundamental para cualquier proceso personal y colectivo, y choca de plano con la actitud de un gobierno que censura y bloquea el acceso a las mismas. La torpeza es aún mayor si se piensa que los jóvenes conocen todos los mecanismos para burlar cualquier cerco que implemente el gobierno. En apariencia el bloqueo es exitoso, en realidad es torpe y sin sentido porque muchos de los que manejan los resortes del poder ni siquiera comprenden cómo funcionan estas nuevas redes sociales, que no sólo interpretan intereses políticos sino también proyectos de crecimiento personal y económico.
Hay un tema en Irán que atraviesa a todas las generaciones, y es el lugar de la mujer en el espacio público. Paradójicamente, la imposición de las normas de vestimenta -y en particular el pañuelo que cubre la cabeza- contrasta con la libertad que tiene la mujer iraní en el espacio público. En muchos países árabes las mujeres no votan, no están representadas en el parlamento, no conducen autos ni salen solas a tomar un café en un bar, y mucho menos toman de la mano a un hombre en la calle. Todo esto sí sucede en Irán. Pero la imposición rígida del “velo islámico” empaña cualquier comparación con otros países y provoca rechazo en muchísimas mujeres aunque la” protesta” hasta ahora siempre reprimida- tiene más visos personales que colectivos. El año que viene habrá lecciones presidenciales en Irán. Majmud Ajmadineyad no podrá optar por la reelección y seguramente aflorarán con mayor intensidad las tensiones existentes. Sin embargo, nunca hay que descartar que los cuestionamientos a las políticas del gobierno islámico aparezcan donde menos se lo espera.