Las palabras del primer ministro inglés David Camerón en el parlamento británico planteando que la Argentina se comportaba como los colonialistas produjeron múltiples reacciones que fueron desde la condena hasta el estupor. Vale la pena detenerse en los dichos de Cameron. “La cuestión central –dijo el 18 de enero- es que apoyamos el derecho a la autodeterminación de los isleños de las Falklands, y lo que han dicho los argentinos recientemente, diría que se parece al colonialismo, porque esta gente quiere permanecer británica y los argentinos quieren que hagan otra cosa.”
A simple vista el clásico argumento de apoyo a una población sometida a los designios de una potencia colonial, en este caso -según Camerón- la Argentina. En apariencia, el primer ministro de la potencia colonial que ocupó gran parte del planeta durante siglos ahora defiende el derecho a la autodeterminación de los pueblos. Sin embargo, en sus palabras hay una trampa dialéctica además de una chicana política. Cameron dice que los isleños deben tener el derecho a decidir qué quieren ser, como si ellos fueran originarios de las islas y éstas hubieran sido colonizadas a posteriori por la Argentina en contra de la voluntad de la población autóctona. Cameron conoce la historia y sabe que la población que habita las islas es fruto de la propia expansión colonial británica que tuvo como objetivo ocupar aquellos territorios que los británicos fueron conquistando. Los británicos ocuparon extensiones tan extensas que no sólo sometieron a las poblaciones locales de los centros urbanos, sino que también impusieron su reino sobre regiones poco habitadas o completamente deshabitadas.
Producto de la lucha anticolonial de Asia y Africa contra los franceses e ingleses las Naciones Unidas adoptaron en diciembre de 1960 la resolución número 1514 donde se instaba a “poner fin al colonialismo y a todas las prácticas de segregación y discriminación que lo acompañan”. Allí se expresó con claridad que “todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación”. No cabe la menor duda de que la resolución se refiere a los pueblos que fueron ocupados y segregados por las potencias extranjeras y no a los pocos franceses o ingleses que se trasladaron de la metrópoli a las colonias. Para esa época Argelia estaba en plena lucha por su independencia y allí vivían cerca de un millón de franceses, más conocidos como “pieds noirs” (pies negros). A nadie en su sano juicio se le hubiera ocurrido plantear la “autodeterminación” para ellos, justamente porque eran parte de la conquista. Es más, cuando Argelia logró su independencia en 1962 los “pieds noir” tuvieron que abandonar el norte de África.
¿Hablará en serio el primer ministro británico sobre el derecho a la autodeterminación? ¿Permitirá que los galeses, escoceses e irlandeses del norte de Irlanda que no quieren formar parte del Reino Unido decidan que Cardiff, Edimburgo o Dublín sean las capitales de sus Estados en vez de Londres? El tiempo lo dirá.