El ingenio de los pueblos que viven bajo una ocupación extranjera no tiene límites, la torpeza de las potencias ocupantes tampoco. Por las estrechas calles de la famosa Casba de Argel los soldados franceses corrían detrás de chiquillos argelinos que los provocaban en la cara y luego desaparecían en uno de los tantos laberintos que tiene la maravillosa ciudadela construida sobre una colina al borde del mar mediterráneo. En Vietnam, los pequeños gigantes que luchaban contra la sofisticada tecnología de los marines norteamericanos atacaban y se esfumaban en alguno de los miles de túneles que habían cavado bajo tierra. Los soldados, desconcertados, sabían que detrás de cada planta podía aparecer y desaparecer un vietnamita en un abrir y cerrar de ojos.
En Palestina no hay montañas ni selvas y nunca hubo una verdadera guerra de guerrillas contra la ocupación israelí. Pero los palestinos tienen sentido del humor y muchas veces desafían a los israelíes con la picardía. A comienzos de la década de los ochenta el Estado de Israel apenas reconocía a los palestinos como pueblo y consideraba a la OLP una organización terrorista a la cual había que destruir de cualquier manera. Por ende, también todos sus símbolos estaban prohibidos y eran perseguidos. Mientras el “enemigo público N° 1”, Yasser Arafat, se encontraba en el Líbano acosado por las bombas que caían sobre Beirut en su afán por matarlo, los palestinos jugaban al gato y al ratón con los soldados israelíes mostrándoles las bandera palestina roja, negra, verde y blanca. El ocupante, torpe y embrutecido, no contento con arrestar a quien osara enarbolar la bandera, perseguía cualquier expresión pública donde se combinaran los cuatro colores, prohibidos si se exhibían juntos. Si en una exposición de pinturas algún artista mostraba el pasto verde combinado con flores rojas, negras y blancas, llegaban las autoridades militares y clausuraban la muestra.
Uno de los frutos favoritos de los palestinos es el “batij”, la sandía, cuya cáscara exterior es verde y su parte interior blanca, con pulpa roja y pepitas negras. Y como el humor popular no tiene límites a alguien se le ocurrió hacer remeras con el dibujo de una sandía abierta. La respuesta fue inmediata: perseguir a quienes vestían esas remeras. Es posible que hoy algunos palestinos recuerden cuando comían sandías en la calles y se reían de los soldados. Pero seguramente todos miraran con felicidad las imágenes que llegan de París, donde la bandera palestina flamea en la UNESCO.