La distancia entre Atenas y Berlín no es grande, apenas unas tres horas de vuelo. Sin embargo el contraste es gigantesco. Mientras en Atenas la navidad es triste, gris y la mayoría vive en la total incertidumbre, en Berlín se siente la riqueza y la opulencia. Los mercados navideños están repletos de gente que tiene dinero en sus bolsillos para consumir todo lo que le ofrecen, desde comida típica alemana como las salchichas o el vino caliente, hasta un gulasch húngaro. Una orquesta en vivo anima a los que pasean por el mercado del distinguido barrio de Charlottenburg, delante del antiguo palacio donde el 31 a la noche se ofrece cena y baile. Compran todo lo que hay, ropa, casitas de madera pintadas para pajaritos u objetos “exóticos” traídos de algún país sudamericano o africano. No falta nada y se nota que los que caminan con bolsas llenas de regalos entre los puestos están tranquilos y contentos.
Es verdad que la canciller Angela Merkel en su discurso de fin de año dijo que el 2012 sería difícil, pero la Cámara de Comercio e Industria Alemana (DIHK) afirmó que 2011 fue el mejor año de consumo de los últimos diez. No es casual que en Berlín ningún restaurante ofrezca un “menú de crisis” como en Atenas; es más, la palabra crisis no parece existir. Por esta razón el shock de haber estado en Grecia –en el último vagón del tren que va a toda velocidad y se llama Europa- y pasar a la locomotora que se llama Alemania es realmente grande. En Berlín no parece haber preocupación por los gastos, las marquesinas no se apagan a la noche, las casas están adornadas con lucecitas de colores, en algunas estaciones de subte hay pantallas gigantes empotradas en la pared que emiten publicidad, y las entradas a los shows que cuestan 200 euros (más de mil pesos) se agotan. La alcaldía de la capital no se quedó atrás y el 31 a la noche organizó la tradicional fiesta con fuegos de artificio para recibir el 2012 en la Puerta de Brandeburgo.
Cerca de un millón de personas se acercaron al centro de la ciudad y muchos de ellos se sumaron a la fiesta arrojando sus propias costosas bengalas al cielo para divertirse ellos y a los miles de rusos que llegaron para pasar el fin de año en la capital de Europa. Escenas como éstas se repitieron en casi todas las ciudades y pequeños pueblos de Alemania.
En el siglo veinte los alemanes pretendieron en varias oportunidades ser el centro de Europa y del mundo, pero sus sueños siempre duraron poco tiempo.