Los papeles del Departamento de Estado difundidos por wikileaks por medio del New York Times, The Guardian, Der Spiegel, Le Monde y El País de España han marcado nuevas agendas de debate político en cada uno de los países señalados por esos documentos. En América Latina tuvo especial repercusión lo publicado por el influyente El País que ya no es tan sólo un diario como otrora porque se ha convertido en un emporio económico-periodístico que defiende también sus propios intereses y –además- informa. Por eso no es casual que día tras día haya publicado noticias que involucraban a los gobiernos progresistas de la región, “casualmente” los que el diario madrileño suele criticar con mayor virulencia. Y es muy interesante ver el efecto que han tenido. Hay que recordar que los documentos filtrados son cables enviados a Washington por los embajadores y funcionarios de tercer o cuarto rango de las embajadas de los Estados Unidos que reflejan sus opiniones subjetivas. Pero esas opiniones, luego convertidos en título impersonal por El País, fueron reproducidas como si fueran verdades absolutas por muchos medios de comunicación en América Latina según el interés político de cada uno de ellos para atacar a los gobiernos. Así, cuando lo enviado por esos funcionarios en Managua dice “tenemos informes”, “creemos”, o “múltiples contactos nos han dicho” termina como título “EEUU: Chávez y el narcotráfico financian la Nicaragua de Ortega”, lo que luego fue reproducido por todos los diarios en Nicaragua como información verídica. Y esto sucedió también con cables sobre casi todos los países. Esto es, una opinión u análisis de funcionarios de la embajada termina dando la vuelta al mundo como si su lectura de la realidad fuera desprejuiciada, única y verdadera y -por sobre todas- confiable.
Amén de cualquier evaluación sobre Daniel Ortega, es sabido que el departamento de Estado desprecia a Ortega, organizó una guerra contra los sandinistas en los ochenta y trató de evitar su triunfo en las elecciones 2007 mediante una intervención pública del embajador Paul Trivelli. Pero de todo eso, claro está, en los cables y en El País, ni una sola palabra. Es realmente muy extraño. Menos mal que hay muchos que conocen la historia.
viernes, 24 de diciembre de 2010
viernes, 10 de diciembre de 2010
Marruecos y el Sahara (desde Rabat)
Los enfrentamientos en la ciudad de Al Aiún el 8 de noviembre pasado pusieron otra vez sobre el tapete la cuestión del Sahara en Marruecos, un país que desde su independencia en 1956 está gobernado por una monarquía. La historia de este reinado es milenaria y uno lo puede sentir en la piel cuando recorre ciudades legendarias como Fes o Marrakesh y atraviesa imponentes murallas construidas hace siglos. Sus viejos mercados remontan a historias de dinastías islámicas, mezquitas y universidades de una belleza sin igual que perduran a pesar del paso del tiempo. Sin embargo, el Sahara parece eclipsarlo todo aunque parezca muy difícil encontrar la resolución a un conflicto heredado de cuando los españoles abandonaron esta región en 1975. Ese mismo año el rey Hassan II, padre del actual monarca Mohamed VI, se apoderó del Sahara aunque ya existía población local que se había organizado en el Frente Polisario para reclamar un Estado propio saharaui.
El gobierno de Marruecos sostiene que no existe un problema saharaui, que el territorio le pertenece por historia y que cualquier acontecimiento es fruto de la manipulación de su vecino Argelia, donde tiene su base el Frente Polisario y hay miles de saharauis que viven en campamentos de refugiados. Además –asegura- si el tema está en los medios europeos, principalmente los españoles, se deber a la animosidad del antiguo colonizador hacia los marroquíes y el islam, o el odio actual hacia los inmigrantes africanos que cruzan el estrecho de Gibraltar en búsqueda de mejores condiciones de vida y se instalan en España. Cuesta encontrar una opinión divergente en Marruecos entre los partidos políticos o la prensa, que incluso alienta los sentimientos nacionalistas. El domingo 28 de noviembre se realizó una manifestación en Casablanca en una convocatoria pocas veces vista por su temática: contra la prensa española y el parlamento europeo que criticó la represión en Al Aiún. El gobierno marroquí insiste en que no hubo represión contra la población local, que las víctimas fueron policías desarmados y que todas las denuncias son fruto de una campaña contra el país. Verdadero o falso está todavía por dilucidarse. Pero no es menos cierto que cientos de miles -algunos diarios aseguraban que casi tres millones- salieron a las calles a proclamar que el Sahara es parte integral de Marruecos. Y si casi nadie se atreve a cuestionar la institucionalidad de la monarquía, en voz alta tampoco cuestionan que el Sahara es y será marroquí.
El gobierno de Marruecos sostiene que no existe un problema saharaui, que el territorio le pertenece por historia y que cualquier acontecimiento es fruto de la manipulación de su vecino Argelia, donde tiene su base el Frente Polisario y hay miles de saharauis que viven en campamentos de refugiados. Además –asegura- si el tema está en los medios europeos, principalmente los españoles, se deber a la animosidad del antiguo colonizador hacia los marroquíes y el islam, o el odio actual hacia los inmigrantes africanos que cruzan el estrecho de Gibraltar en búsqueda de mejores condiciones de vida y se instalan en España. Cuesta encontrar una opinión divergente en Marruecos entre los partidos políticos o la prensa, que incluso alienta los sentimientos nacionalistas. El domingo 28 de noviembre se realizó una manifestación en Casablanca en una convocatoria pocas veces vista por su temática: contra la prensa española y el parlamento europeo que criticó la represión en Al Aiún. El gobierno marroquí insiste en que no hubo represión contra la población local, que las víctimas fueron policías desarmados y que todas las denuncias son fruto de una campaña contra el país. Verdadero o falso está todavía por dilucidarse. Pero no es menos cierto que cientos de miles -algunos diarios aseguraban que casi tres millones- salieron a las calles a proclamar que el Sahara es parte integral de Marruecos. Y si casi nadie se atreve a cuestionar la institucionalidad de la monarquía, en voz alta tampoco cuestionan que el Sahara es y será marroquí.
lunes, 22 de noviembre de 2010
A río revuelto....
Hay un viejo refrán que dice “se sabe como comienza pero no como termina”. Se lo podría aplicar para el actual enfrentamiento entre Costa Rica y Nicaragua. Como tantas otras veces dos pequeños países se disputan un río que comparten como frontera natural y política. Después de largas disputas que comenzaron en el siglo XIX y se extendieron durante el siglo XX, ambos países acordaron que el río San Juan está en territorio nicaragüense, pero puede ser utilizado con fines comerciales por Costa Rica a lo largo de más de cien kilómetros. El reciente conflicto tuvo su origen en trabajos realizados por nicaragüenses en una parte pequeña del delta del río muy cerca de la costa atlántica. Mientras en Managua sostienen que están en su territorio, en la vecina San José dicen que fueron invadidos. Esto fue lo que planteó Costa Rica en una reunión de la Organización de Estados Americanos (OEA) adonde fueron a zanjar la disputa sin llegar a ningún tipo de acuerdo. Acusaciones cruzadas, marchas en las calles, demagogia y discursos nacionalistas en ambos lados no hacen más que envalentonar a los respectivos gobiernos para señalar que existe una campaña en su contra que proviene del otro lado de la frontera, o que el vecino es cómplice del narcotráfico que estaría usando el río.
El contexto latinoamericano tiene a Daniel Ortega y Laura Chinchilla en veredas opuestas. Si Ortega cuenta con el apoyo explícito de Venezuela y Cuba, Chinchilla prefiere tejer sus lazos con Panamá y Colombia, con quien Nicaragua también tiene viejos litigios territoriales por islas y cayos en el mar Caribe. Más allá de quien tenga la razón en la disputa por unos pocos kilómetros cuadrados, una vez que se lo plantea en foros como la OEA el conflicto se internacionaliza. Si hasta el diario israelí Haaretz aprovechó para sostener que todo forma parte de un proyecto chavista con financiamiento iraní para construir un canal interoceánico alternativo al de Panamá y oponerse a Estados Unidos, que hace poco meses firmó un acuerdo con Costa Rica para el envío de tropas cuyo objetivo sería luchar contra el narcotráfico.
Como dice el refrán, uno sabe como comienza, pero no como termina.
El contexto latinoamericano tiene a Daniel Ortega y Laura Chinchilla en veredas opuestas. Si Ortega cuenta con el apoyo explícito de Venezuela y Cuba, Chinchilla prefiere tejer sus lazos con Panamá y Colombia, con quien Nicaragua también tiene viejos litigios territoriales por islas y cayos en el mar Caribe. Más allá de quien tenga la razón en la disputa por unos pocos kilómetros cuadrados, una vez que se lo plantea en foros como la OEA el conflicto se internacionaliza. Si hasta el diario israelí Haaretz aprovechó para sostener que todo forma parte de un proyecto chavista con financiamiento iraní para construir un canal interoceánico alternativo al de Panamá y oponerse a Estados Unidos, que hace poco meses firmó un acuerdo con Costa Rica para el envío de tropas cuyo objetivo sería luchar contra el narcotráfico.
Como dice el refrán, uno sabe como comienza, pero no como termina.
Los desafíos de Dilma
La elección de Dilma Roussef excede largamente el escenario político brasileño y tiene una proyección continental. Después del derrocamiento de Manuel Zelaya en Honduras y la elección de Sebastián Piñera muchas voces del establishment pronosticaron un cambio de época en América Latina y que las próximas fichas a caer serían las de Brasil y la Argentina. Si en el camino se iba Rafael Correa, mejor. Se equivocaron. La derecha aprendió con el caso de Honduras que se puede derrocar a un presidente progresista con maniobras de supuesta constitucionalidad. Pero los sectores progresistas también aprendieron; y tuvieron rápidos reflejos desde UNASUR para sostener a Correa e impedir que corriera suerte similar a Zelaya. Por esta razón el triunfo del Partido de los Trabajadores será sentido como una derrota por la derecha a nivel regional que no sabe muy bien cómo frenar la heterogénea y multiforme ola progresista.
Dilma tuvo en contra los grandes medios de comunicación –como el diario O Estado de Sao Paulo- que abiertamente llamaban a votar por Serra porque era el “mal a evitar”, como rezaba el título de un editorial de dicho diario el 25 de septiembre. Incluso tuvo que lidiar con una ofensiva final de la Iglesia y el mismismo Santo Padre desde Roma. Antes no se cansaban de hablar despectivamente sobre ella por su pasado “terrorista”, de que era un “poste”, que sin Lula no existiría o que “era incapaz de exponer una idea sin usar el power point” de su computadora. El lamento de la derecha el día después refleja lo importante de su victoria y de la continuidad del proyecto de Lula que -por poco revolucionario que sea hoy- no representa a los sectores tradicionales del poder en el Brasil que están alineados con la política de Estados Unidos.
Si bien es cierto que Dilma no es Lula con todo lo que eso significa, hay algunos elementos importantes que objetivamente la beneficiarán. En primer lugar, el PT viene de ocho años de gestión y experiencia acumulada, la que no tenía Lula en 2002 a pesar de haber sido diputado. La misma Dilma fue ministra y jefa de gabinete durante años, y conoce los entretelones del poder. A su vez, ahora el PT y sus aliados tendrán una amplia mayoría en el parlamento, la que no tuvo Lula al asumir; aunque estos “aliados” están muy lejos de compartir los ideales de izquierda que todavía tienen una fuerte raigambre en las filas del PT. Por otra parte, los partidos de la oposición -aunque gobernarán algunos estados claves, entre otros motivos por las malas gestiones y la corrupción que también existe dentro del PT- estarán doce años seguidos lejos del poder central. Y eso pesa.
Se va Lula pero llega Dilma. Hay motivos para que los sectores progresistas de América Latina puedan respirar aliviados, pero sin bajar la guardia.
Dilma tuvo en contra los grandes medios de comunicación –como el diario O Estado de Sao Paulo- que abiertamente llamaban a votar por Serra porque era el “mal a evitar”, como rezaba el título de un editorial de dicho diario el 25 de septiembre. Incluso tuvo que lidiar con una ofensiva final de la Iglesia y el mismismo Santo Padre desde Roma. Antes no se cansaban de hablar despectivamente sobre ella por su pasado “terrorista”, de que era un “poste”, que sin Lula no existiría o que “era incapaz de exponer una idea sin usar el power point” de su computadora. El lamento de la derecha el día después refleja lo importante de su victoria y de la continuidad del proyecto de Lula que -por poco revolucionario que sea hoy- no representa a los sectores tradicionales del poder en el Brasil que están alineados con la política de Estados Unidos.
Si bien es cierto que Dilma no es Lula con todo lo que eso significa, hay algunos elementos importantes que objetivamente la beneficiarán. En primer lugar, el PT viene de ocho años de gestión y experiencia acumulada, la que no tenía Lula en 2002 a pesar de haber sido diputado. La misma Dilma fue ministra y jefa de gabinete durante años, y conoce los entretelones del poder. A su vez, ahora el PT y sus aliados tendrán una amplia mayoría en el parlamento, la que no tuvo Lula al asumir; aunque estos “aliados” están muy lejos de compartir los ideales de izquierda que todavía tienen una fuerte raigambre en las filas del PT. Por otra parte, los partidos de la oposición -aunque gobernarán algunos estados claves, entre otros motivos por las malas gestiones y la corrupción que también existe dentro del PT- estarán doce años seguidos lejos del poder central. Y eso pesa.
Se va Lula pero llega Dilma. Hay motivos para que los sectores progresistas de América Latina puedan respirar aliviados, pero sin bajar la guardia.
jueves, 28 de octubre de 2010
Néstor y lo que se viene
Por Mempo Giardinelli (Página 12, 28.10.2010)
Escribo esto en caliente, en la misma mañana de la muerte anunciada de Néstor Kirchner, y ojalá me equivoque. Pero siento dolor y miedo y necesito expresarlo.
Pienso que estos días van a ser feísimos, con un carnaval de hipocresía en el Congreso, ya van a ver. Los muertos políticos van a estar ahí con sus jetas impertérritas. Los resucitados de gobiernos anteriores. Los lameculos profesionales que ahora se dicen “disidentes”. Los frívolos y los garcas que a diario dibujan Rudy y Dani. Todos ellos y ellas. Caras de plástico, de hierro fundido, de caca endurecida. Aplaudidos secretamente por los que ya están emitiendo mailes de alegría feroz.
Los veremos en la tele, los veo ya en este mediodía soleado que aquí en el Chaco, al menos, resplandece como para una mejor causa.
Nunca fui kirchnerista. Nunca vi a Néstor en persona, jamás estuve en un mismo lugar con él. Ni siquiera lo voté en 2003. Y se lo dije la única vez que me llamó por teléfono para pedirme que aceptara ser embajador argentino en Cuba.
Siempre dije y escribí que no me gustaba su estilo medio cachafaz, esa informalidad provocadora que lo caracterizaba. Su manera tan peronista de hacer política juntando agua clara y aceite usado y viscoso.
Pero lo fui respetando a medida que, con un poder que no tenía, tomaba velozmente medidas que la Argentina necesitaba y casi todos veníamos pidiendo a gritos. Y que enumero ahora, porque en el futuro inmediato me parece que tendremos que subrayar estos recuentos para marcar diferencias. Fue él, o su gobierno, y ahora el de Cristina:
- El que cambió la política pública de derechos humanos en la Argentina. Nada menos. Ahora algunos dicen estar “hartos” del asunto, como otros criticaron siempre que era una política más declarativa que otra cosa. Pero Néstor lo hizo: lo empezó y fue consecuente. Y así se ganó el respeto de millones.
- El que cambió la Corte Suprema de Justicia, y no importa si después la Corte no ha sabido cambiar a la Justicia argentina.
- El que abrió los archivos de los servicios secretos y con ello reorientó el juicio por los atentados sufridos por la comunidad judía en los ’90.
- El que recuperó el control público del Correo, de Aguas, de Aerolíneas.
- El que impulsó y logró la nulidad de las leyes que impedían conocer la verdad y castigar a los culpables del genocidio.
- El que cambió nuestra política exterior terminando con las claudicantes relaciones carnales y otras payasadas.
- El que dispuso una consecuente y progresista política educativa como no tuvimos por décadas, y el que cambió la infame Ley Federal de Educación menemista por la actual, que es democrática e inclusiva.
- El que empezó a cambiar la política hacia los maestros y los jubilados, que por muchos años fueron los dos sectores salarialmente más atrasados del país.
- El que cambió radicalmente la política de defensa, de manera que ahora este país empieza a tener unas Fuerzas Armadas diferentes, democráticas y sometidas al poder político por primera vez en su historia.
- El que inició una gestión plural en la cultura, que ahora abarca todo el país y no sólo la ciudad de Buenos Aires.
- El que comenzó la primera reforma fiscal en décadas, a la que todavía le falta mucho pero hoy permite recaudaciones record.
- El que renegoció la deuda externa y terminó con la estúpida dictadura del FMI. Y por primera vez maneja el Banco Central con una política nacional y con record de divisas.
- El que liquidó el infame negocio de las AFJP y recuperó para el Estado la previsión social.
- El que con la nueva ley de medios empezó a limitar el poder absoluto de la dictadura periodística privada que todavía distorsiona la cabeza de millones de compatriotas.
- El que impulsó la ley de matrimonio igualitario y mantiene una política antidiscriminatoria como jamás tuvimos.
- El que gestionó un crecimiento económico de los más altos del mundo, con recuperación industrial evidente, estabilidad de casi una década y disminución del desempleo. Y va por más, porque se acerca la nueva legislación de entidades bancarias, que terminará un día de éstos con las herencias de Martínez de Hoz y de Cavallo.
Néstor lo hizo. Junto a Cristina, que lo sigue haciendo. Con innumerables errores, desde ya. Con metidas de pata, corruptelas y turbiedades varias y algunas muy irritantes, funcionarios impresentables, cierta belicosidad inútil y lo que se quiera reprocharles, todo eso que a muchos como yo nos dificulta declararnos kirchneristas, o nos lo impide.
Pero sólo los miserables olvidan que la corrupción en la Argentina es connatural desde que la reinventaron los mil veces malditos dictadores y el riojano ídem.
De manera que sin justificarle ni un centavo mal habido a nadie, en esta hora hay que recordarle a la nación toda que nadie, pero nadie, y ningún presidente desde por lo menos Juan Perón entre el ’46 y el ’55, produjo tantos y tan profundos cambios positivos en y para la vida nacional.
A ver si alguien puede decir lo contrario.
De manera que menudos méritos los de este flaco bizco, desfachatado, contradictorio y de caminar ladeado, como el de los pingüinos.
Sí, escribo esto adolorido y con miedo, en esta jodida mañana de sol, y desolado también, como millones de argentinos, un poco por este hombre que Estela de Carlotto acaba de definir como “indispensable” y otro poco por nosotros, por nuestro amado y pobrecito país.
Y redoblo mi ruego de que Cristina se cuide, y la cuidemos. Se nos viene encima un año tremendo, con las jaurías sedientas y capaces de cualquier cosa por recuperar el miserable poder que tuvieron y perdieron gracias a quienes ellos llamaron despreciativamente “Los K” y nosotros, los argentinos de a pie, los ciudadanos y ciudadanas que no comemos masitas envenenadas por la prensa y la tele del sistema mediático privado, probablemente y en adelante los recordaremos como “Néstor y Cristina, los que cambiaron la Argentina”.
Descanse en paz, Néstor Kirchner, con todos sus errores, defectos y miserias si las tuvo, pero sobre todo con sus enormes aciertos. Y aguante Cristina. Que no está sola.
Y los demás, nosotros, a apechugar. ¿O acaso hemos hecho otra cosa en nuestras vidas y en este país?
Escribo esto en caliente, en la misma mañana de la muerte anunciada de Néstor Kirchner, y ojalá me equivoque. Pero siento dolor y miedo y necesito expresarlo.
Pienso que estos días van a ser feísimos, con un carnaval de hipocresía en el Congreso, ya van a ver. Los muertos políticos van a estar ahí con sus jetas impertérritas. Los resucitados de gobiernos anteriores. Los lameculos profesionales que ahora se dicen “disidentes”. Los frívolos y los garcas que a diario dibujan Rudy y Dani. Todos ellos y ellas. Caras de plástico, de hierro fundido, de caca endurecida. Aplaudidos secretamente por los que ya están emitiendo mailes de alegría feroz.
Los veremos en la tele, los veo ya en este mediodía soleado que aquí en el Chaco, al menos, resplandece como para una mejor causa.
Nunca fui kirchnerista. Nunca vi a Néstor en persona, jamás estuve en un mismo lugar con él. Ni siquiera lo voté en 2003. Y se lo dije la única vez que me llamó por teléfono para pedirme que aceptara ser embajador argentino en Cuba.
Siempre dije y escribí que no me gustaba su estilo medio cachafaz, esa informalidad provocadora que lo caracterizaba. Su manera tan peronista de hacer política juntando agua clara y aceite usado y viscoso.
Pero lo fui respetando a medida que, con un poder que no tenía, tomaba velozmente medidas que la Argentina necesitaba y casi todos veníamos pidiendo a gritos. Y que enumero ahora, porque en el futuro inmediato me parece que tendremos que subrayar estos recuentos para marcar diferencias. Fue él, o su gobierno, y ahora el de Cristina:
- El que cambió la política pública de derechos humanos en la Argentina. Nada menos. Ahora algunos dicen estar “hartos” del asunto, como otros criticaron siempre que era una política más declarativa que otra cosa. Pero Néstor lo hizo: lo empezó y fue consecuente. Y así se ganó el respeto de millones.
- El que cambió la Corte Suprema de Justicia, y no importa si después la Corte no ha sabido cambiar a la Justicia argentina.
- El que abrió los archivos de los servicios secretos y con ello reorientó el juicio por los atentados sufridos por la comunidad judía en los ’90.
- El que recuperó el control público del Correo, de Aguas, de Aerolíneas.
- El que impulsó y logró la nulidad de las leyes que impedían conocer la verdad y castigar a los culpables del genocidio.
- El que cambió nuestra política exterior terminando con las claudicantes relaciones carnales y otras payasadas.
- El que dispuso una consecuente y progresista política educativa como no tuvimos por décadas, y el que cambió la infame Ley Federal de Educación menemista por la actual, que es democrática e inclusiva.
- El que empezó a cambiar la política hacia los maestros y los jubilados, que por muchos años fueron los dos sectores salarialmente más atrasados del país.
- El que cambió radicalmente la política de defensa, de manera que ahora este país empieza a tener unas Fuerzas Armadas diferentes, democráticas y sometidas al poder político por primera vez en su historia.
- El que inició una gestión plural en la cultura, que ahora abarca todo el país y no sólo la ciudad de Buenos Aires.
- El que comenzó la primera reforma fiscal en décadas, a la que todavía le falta mucho pero hoy permite recaudaciones record.
- El que renegoció la deuda externa y terminó con la estúpida dictadura del FMI. Y por primera vez maneja el Banco Central con una política nacional y con record de divisas.
- El que liquidó el infame negocio de las AFJP y recuperó para el Estado la previsión social.
- El que con la nueva ley de medios empezó a limitar el poder absoluto de la dictadura periodística privada que todavía distorsiona la cabeza de millones de compatriotas.
- El que impulsó la ley de matrimonio igualitario y mantiene una política antidiscriminatoria como jamás tuvimos.
- El que gestionó un crecimiento económico de los más altos del mundo, con recuperación industrial evidente, estabilidad de casi una década y disminución del desempleo. Y va por más, porque se acerca la nueva legislación de entidades bancarias, que terminará un día de éstos con las herencias de Martínez de Hoz y de Cavallo.
Néstor lo hizo. Junto a Cristina, que lo sigue haciendo. Con innumerables errores, desde ya. Con metidas de pata, corruptelas y turbiedades varias y algunas muy irritantes, funcionarios impresentables, cierta belicosidad inútil y lo que se quiera reprocharles, todo eso que a muchos como yo nos dificulta declararnos kirchneristas, o nos lo impide.
Pero sólo los miserables olvidan que la corrupción en la Argentina es connatural desde que la reinventaron los mil veces malditos dictadores y el riojano ídem.
De manera que sin justificarle ni un centavo mal habido a nadie, en esta hora hay que recordarle a la nación toda que nadie, pero nadie, y ningún presidente desde por lo menos Juan Perón entre el ’46 y el ’55, produjo tantos y tan profundos cambios positivos en y para la vida nacional.
A ver si alguien puede decir lo contrario.
De manera que menudos méritos los de este flaco bizco, desfachatado, contradictorio y de caminar ladeado, como el de los pingüinos.
Sí, escribo esto adolorido y con miedo, en esta jodida mañana de sol, y desolado también, como millones de argentinos, un poco por este hombre que Estela de Carlotto acaba de definir como “indispensable” y otro poco por nosotros, por nuestro amado y pobrecito país.
Y redoblo mi ruego de que Cristina se cuide, y la cuidemos. Se nos viene encima un año tremendo, con las jaurías sedientas y capaces de cualquier cosa por recuperar el miserable poder que tuvieron y perdieron gracias a quienes ellos llamaron despreciativamente “Los K” y nosotros, los argentinos de a pie, los ciudadanos y ciudadanas que no comemos masitas envenenadas por la prensa y la tele del sistema mediático privado, probablemente y en adelante los recordaremos como “Néstor y Cristina, los que cambiaron la Argentina”.
Descanse en paz, Néstor Kirchner, con todos sus errores, defectos y miserias si las tuvo, pero sobre todo con sus enormes aciertos. Y aguante Cristina. Que no está sola.
Y los demás, nosotros, a apechugar. ¿O acaso hemos hecho otra cosa en nuestras vidas y en este país?
Los golpes no han terminado
El intento de golpe de Estado en Ecuador a fines de septiembre dejó la sensación de que la era de los golpes no ha finalizado en América Latina. Tal vez no sea correcto utilizar la definición “golpe” en cada caso, pero no se puede negar que hay procesos de desestabilización en curso. En cada país las oposiciones buscan su manera de minar el poder de los gobiernos que transitan caminos alternativos a las políticas neoliberales. Después de Ecuador le llegó el turno a El Salvador. El presidente Mauricio Funes tuvo que salir a desmentir que las Fuerzas Armadas pudieran estar involucradas en un golpe de Estado aunque la prensa se hizo eco de las declaraciones de diversos funcionarios que afirmaron que “antiguos militares tocan puertas de sus camaradas” para crear “un escenario de desestabilización que pudiera volverse golpista”. El 10 de octubre, celebrando los treinta años de fundación del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) que llevó a Funes a la presidencia, el coordinador del Frente le preguntó a la multitud que lo acompañaba si juraban “defender este gobierno ante la mentalidad golpista”. Agregó que “no descansan los golpistas de la región de inventarse modalidades nuevas de golpes para desestabilizar” en alusión directa a una campaña de los grandes medios de comunicación para instalar la necesidad de que las Fuerzas Armadas intervengan en la lucha contra la delincuencia y el narcotráfico. Pocos días después el gobierno de Porfirio Lobo le pedía a Estados Unidos un “Plan Colombia” para Honduras.
Más al sur, en Uruguay, el intendente de Canelones acusó directamente al diario El País de desestabilización. Recordó que en 2009 en un editorial titulado “A José Mugica” escribieron sin tapujos: “Sí es cierto que El País está en una campaña para que Ud. no alcance la Presidencia de la República”. Quién puede imaginar que si estaban en campaña antes de que Mugica llegara al poder, una vez electo, el periódico más tradicional y representativo de las clases dominantes se dedicará sólo a las noticias sociales y mundanas. Es claro que tratará de socavar su presidencia.
¿Alguien puede pensar que no sucede lo mismo en el resto de América Latina?
Más al sur, en Uruguay, el intendente de Canelones acusó directamente al diario El País de desestabilización. Recordó que en 2009 en un editorial titulado “A José Mugica” escribieron sin tapujos: “Sí es cierto que El País está en una campaña para que Ud. no alcance la Presidencia de la República”. Quién puede imaginar que si estaban en campaña antes de que Mugica llegara al poder, una vez electo, el periódico más tradicional y representativo de las clases dominantes se dedicará sólo a las noticias sociales y mundanas. Es claro que tratará de socavar su presidencia.
¿Alguien puede pensar que no sucede lo mismo en el resto de América Latina?
sábado, 16 de octubre de 2010
Algunas reflexiones sobre el intento de golpe en Ecuador
El intento de golpe de Estado contra el presidente Rafael Correa el 30 de septiembre ratifica lo que venimos sosteniendo en esta columna ya hace unos años: la mayoría de los gobiernos que llevan adelante reformas estructurales y desafían el poder de algunos sectores de las clases dominantes están siendo desestabilizados para que caigan a corto o mediano plazo.
Más allá de las intenciones iniciales -u ocultas- del levantamiento de los policías y las ocupaciones de los aeropuertos de Quito y Guayaquil, el objetivo era deshacerse de Correa. En este contexto, se debe dejar en un segundo plano el debate teórico sobre las categorías a utilizar para definir un golpe de Estado o cuáles son las semejanzas y diferencias con otros recientes intentos golpistas y con los golpes cívico-militares de los años sesenta y setenta.
Más allá de las particularidades de este caso hay que observar el contexto global latinoamericano y no hay que perder de vista que en los últimos años han existido movimientos desestabilizadores en Venezuela, Bolivia, Argentina, Paraguay, Nicaragua, Honduras o Ecuador. En algunos casos se involucraron sectores de las Fuerzas Armadas. En otros, movimientos civiles de todo tipo que buscaban minar el poder de estos gobiernos, extenuarlos, debilitarlos, impedirles gobernar, forzar renuncias o directamente derrocarlos.
Tampoco es casual que los medios de comunicación opositores estén minimizando lo sucedido y negando que hubiera habido un intento de golpe de Estado. Es más, subrayan que la culpa de todo la tiene Correa, de la misma manera que Manuel Zelaya fue “culpable” de atreverse a convocar una Asamblea Constituyente para reformar la constitución.
Hay que destacar la rápida reacción de UNASUR. Mientras la OEA emitía un comunicado de condena a la ruptura institucional, y el Departamento de Estado desde Washington condenaba la violencia en general y de forma abstracta (casi como esperando a ver el desenlace), UNASUR convocó de urgencia a las presidentes para reunirse el mismo jueves 30, viajar a Quito, y manifestarle su apoyo a Correa. Los reflejos del bloque muestran el aprendizaje de lo sucedido en Honduras en junio de 2009.
Aunque muchos señalen que Rafael Correa sale fortalecido del intento de golpe de Estado su situación no es sencilla ya que enfrenta una profunda crisis política. Además, carece de un partido político organizado, está enfrentado a gran parte de los movimientos sociales -en particular a varios sectores indígenas- y en su gobierno hay pujas internas que lo debilitan. Por otra parte, una vez más ha quedado demostrado que no alcanza con poner dirigentes progresistas al frente de la policía y las Fuerzas Armadas para que éstas apoyen un proyecto inclusivo de las grandes mayorías. Cuesta creer que ahora se “disciplinen” o que las poderosas clases dominantes y los medios de comunicación se crucen de brazos mientras Correa intente reorganizarse para consolidar su poder.
Más allá de las intenciones iniciales -u ocultas- del levantamiento de los policías y las ocupaciones de los aeropuertos de Quito y Guayaquil, el objetivo era deshacerse de Correa. En este contexto, se debe dejar en un segundo plano el debate teórico sobre las categorías a utilizar para definir un golpe de Estado o cuáles son las semejanzas y diferencias con otros recientes intentos golpistas y con los golpes cívico-militares de los años sesenta y setenta.
Más allá de las particularidades de este caso hay que observar el contexto global latinoamericano y no hay que perder de vista que en los últimos años han existido movimientos desestabilizadores en Venezuela, Bolivia, Argentina, Paraguay, Nicaragua, Honduras o Ecuador. En algunos casos se involucraron sectores de las Fuerzas Armadas. En otros, movimientos civiles de todo tipo que buscaban minar el poder de estos gobiernos, extenuarlos, debilitarlos, impedirles gobernar, forzar renuncias o directamente derrocarlos.
Tampoco es casual que los medios de comunicación opositores estén minimizando lo sucedido y negando que hubiera habido un intento de golpe de Estado. Es más, subrayan que la culpa de todo la tiene Correa, de la misma manera que Manuel Zelaya fue “culpable” de atreverse a convocar una Asamblea Constituyente para reformar la constitución.
Hay que destacar la rápida reacción de UNASUR. Mientras la OEA emitía un comunicado de condena a la ruptura institucional, y el Departamento de Estado desde Washington condenaba la violencia en general y de forma abstracta (casi como esperando a ver el desenlace), UNASUR convocó de urgencia a las presidentes para reunirse el mismo jueves 30, viajar a Quito, y manifestarle su apoyo a Correa. Los reflejos del bloque muestran el aprendizaje de lo sucedido en Honduras en junio de 2009.
Aunque muchos señalen que Rafael Correa sale fortalecido del intento de golpe de Estado su situación no es sencilla ya que enfrenta una profunda crisis política. Además, carece de un partido político organizado, está enfrentado a gran parte de los movimientos sociales -en particular a varios sectores indígenas- y en su gobierno hay pujas internas que lo debilitan. Por otra parte, una vez más ha quedado demostrado que no alcanza con poner dirigentes progresistas al frente de la policía y las Fuerzas Armadas para que éstas apoyen un proyecto inclusivo de las grandes mayorías. Cuesta creer que ahora se “disciplinen” o que las poderosas clases dominantes y los medios de comunicación se crucen de brazos mientras Correa intente reorganizarse para consolidar su poder.
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