domingo, 24 de junio de 2012

La izquierda griega no puede salir del laberinto (desde Atenas)

En la noche del domingo 17 de junio, después de reconocer la derrota en las urnas, Alexis Tsipras -líder de Syriza (Coalición de Izquierda Radical)- realizó una breve conferencia de prensa, leyó un comunicado y subió al séptimo piso del edificio partidario donde tiene su oficina. Pasadas las once de la noche comenzaron a entrar los miembros de la plana mayor de Syriza y algunos de los más conocidos dirigentes que podían asumir como ministros en caso de ganar. No había caras largas a pesar de la derrota. El encuentro fue absolutamente informal y no había necesidad de realizar una “puesta en escena” para la prensa ya que casi nadie que no fuera del círculo íntimo podía atravesar la puerta. Tan sólo había amigos. Se notaba cierto aire de decepción lógica porque esperaban el triunfo. Sin embargo, no se percibía un clima de derrota, ese que luego provoca pase de facturas en búsqueda de los responsables del fracaso. Los vasos de plástico llenos de cerveza iban y venían y chocaban en el aire como si hubieran realizado una excelente elección, lo que –objetivamente- era cierto. En una de las sillas estaba el infatigable Manolis Glezos, el mismo que setenta años atrás, en 1941, robó la bandera nazi que los alemanes habían colocado en lo más alto de las ruinas del Partenón. Glezos, héroe de la resistencia antifascista durante la Segunda Guerra Mundial, a sus casi 90 años estaba muy lejos de parecer un hombre desanimado. Al rato Tsipras y Glezos se fueron juntos para hablar ante cientos de adherentes que los esperaban a la medianoche sobre las escalinatas de la Universidad de Atenas, a metros de la deslumbrante biblioteca nacional. Primero habló Glezos para explicar que su experiencia le había enseñado a no arrodillarse ante ninguna circunstancia y que continuarían con la resistencia a los planes de ajuste en las calles y en el parlamento. Tsipras ratificó lo dicho por Glezos y cuando se retiró, la prensa nacional y extranjera lo persiguió como si hubiera sido el vencedor de la contienda electoral. En Syriza todos repiten que hace un año eran una fuerza que tenía el 4 por ciento de los votos y que ahora le disputaron palmo a palmo a la derecha la posibilidad de formar gobierno. Si bien es cierto, Syriza está atrapada en un laberinto que no es patrimonio de los griegos: la división de la izquierda. Syriza no tiene los votos suficientes para gobernar y aunque tuviera la mayoría absoluta de 151 diputados (sobre 300) la fragilidad del sistema parlamentario haría que su gobierno pendiera de un hilo. Syriza es una coalición de doce partidos y movimientos, muchos de los cuales provienen de las filas del histórico partido comunista, el “KKE” -más conocido como “cu-cu-é”- que es como lo llaman por sus iniciales en griego. El KKE fue por décadas el partido más importante de la izquierda fruto del prestigio ganado por su rol en la resistencia antifascista y la posterior guerra civil. Pero el KKE, embarcado en una política autorreferencial y sectaria, ni siquiera está dispuesto a dialogar con Syriza. Algunos historiadores comparan su postura con la que tuvo el partido comunista alemán a comienzos de la década del treinta del siglo pasado cuando rechazó aliarse con la socialdemocracia y le abrió las puertas al ascenso del nazismo. En las elecciones del 6 de mayo el KKE obtuvo poco más del 8 por ciento de los votos. Un mes después gran parte de sus seguidores votó por Syriza. El resultado para el KKE fue catastrófico; perdieron casi la mitad de los votos, pasaron a tener apenas 12 escaños en el parlamento y fueron superados por el emergente partido nazi Aurora Dorada que obtuvo 18 diputados. Por otra parte, existe una decena de grupos de izquierda radicales agrupados en una coalición conocida como Antarsya (rebelión) que tampoco parecen dispuestos a aliarse a Syriza. El 6 de mayo Antarsya obtuvo el 1,2 por ciento de los votos, pero ahora, al ir otra vez por separado, apenas alcanzaron el insignificante 0,33 por ciento. Y queda la zigzagueante Izquierda Democrática (Dimar por sus siglas en griego) liderada por Fotis Kouvelis que también proviene del comunismo, fue dirigente de Syriza y en un giro cada vez más hacia la derecha terminó sumándose al nuevo gobierno formado por el primer ministro conservador Antonis Samaras. La división de la izquierda impidió el triunfo de una corriente muy arraigada en la memoria colectiva de la Grecia contemporánea. Syriza no sólo es combatido por la derecha, también tiene que convencer a los otros sectores de la izquierda que hay que unirse. Y los griegos tienen una larga historia de laberintos extremadamente complejos con callejones sin salida y repletos de trampas. Atenas, 20 de junio 2012