Los papeles del Departamento de Estado difundidos por wikileaks por medio del New York Times, The Guardian, Der Spiegel, Le Monde y El País de España han marcado nuevas agendas de debate político en cada uno de los países señalados por esos documentos. En América Latina tuvo especial repercusión lo publicado por el influyente El País que ya no es tan sólo un diario como otrora porque se ha convertido en un emporio económico-periodístico que defiende también sus propios intereses y –además- informa. Por eso no es casual que día tras día haya publicado noticias que involucraban a los gobiernos progresistas de la región, “casualmente” los que el diario madrileño suele criticar con mayor virulencia. Y es muy interesante ver el efecto que han tenido. Hay que recordar que los documentos filtrados son cables enviados a Washington por los embajadores y funcionarios de tercer o cuarto rango de las embajadas de los Estados Unidos que reflejan sus opiniones subjetivas. Pero esas opiniones, luego convertidos en título impersonal por El País, fueron reproducidas como si fueran verdades absolutas por muchos medios de comunicación en América Latina según el interés político de cada uno de ellos para atacar a los gobiernos. Así, cuando lo enviado por esos funcionarios en Managua dice “tenemos informes”, “creemos”, o “múltiples contactos nos han dicho” termina como título “EEUU: Chávez y el narcotráfico financian la Nicaragua de Ortega”, lo que luego fue reproducido por todos los diarios en Nicaragua como información verídica. Y esto sucedió también con cables sobre casi todos los países. Esto es, una opinión u análisis de funcionarios de la embajada termina dando la vuelta al mundo como si su lectura de la realidad fuera desprejuiciada, única y verdadera y -por sobre todas- confiable.
Amén de cualquier evaluación sobre Daniel Ortega, es sabido que el departamento de Estado desprecia a Ortega, organizó una guerra contra los sandinistas en los ochenta y trató de evitar su triunfo en las elecciones 2007 mediante una intervención pública del embajador Paul Trivelli. Pero de todo eso, claro está, en los cables y en El País, ni una sola palabra. Es realmente muy extraño. Menos mal que hay muchos que conocen la historia.