Mark Weisbrot
El golpe militar que derrocó al presidente electo de Honduras, Manuel
Zelaya, provocó repudio unánime a nivel internacional. Pero la respuesta
de algunos países ha sido más reacia que la de otros y la ambivalencia
de Washington ha comenzado a despertar sospechas acerca de lo que
realmente el gobierno estadounidense está tratando de lograr en esta
situación.
Las primeras declaraciones de la Casa Blanca en respuesta al golpe
fueron débiles y evasivas. En ellas no se denunciaba el golpe, sino más
bien se hacía un llamado a “todos los actores políticos y sociales en
Honduras a respetar las normas democráticas, el Estado de derecho y los
principios de la Carta Democrática Interamericana”.
Esas declaraciones diferían con las de otros presidentes del hemisferio,
como Lula da Silva de Brasil y la presidenta Cristina Fernández de
Argentina, quienes denunciaron el golpe y exhortaron a que se
restituyera al presidente Zelaya. La Unión Europea también emitió una
respuesta similar, menos ambigua y más inmediata.
Más adelante, ese mismo día, a medida que la respuesta de otras naciones
se hizo más clara, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, hizo una
declaración más fuerte en la cual se repudiaba el golpe – pero sin
referirse a éste como un golpe. Además, no hacía mención alguna sobre el
retorno de Zelaya a la presidencia.
La Organización de Estados Americanos, el Grupo de Río (la mayor parte
de Latinoamérica) y la Asamblea General de las Naciones Unidas han todos
llamado a que se dé el “retorno inmediato e incondicional” del
presidente Zelaya.
Las fuertes posiciones desde el Sur resultaron en declaraciones anónimas
de funcionarios del Departamento de Estado que mostraban más apoyo al
retorno del presidente Zelaya. Para la tarde del lunes, el presidente
Obama finalmente declaró: “Nosotros creemos que el golpe no fue legal y
que el presidente Zelaya sigue siendo el presidente de Honduras...”
Pero más tarde, ese mismo lunes en una conferencia de prensa, se le
preguntó a la secretaria de Estado Clinton si “restaurar el orden
constitucional” en Honduras significaba el retorno de Zelaya. La
secretaria nunca dio una respuesta afirmativa.
¿Por qué tanto recelo en llamar abiertamente al retorno inmediato e
incondicional de un presidente electo, así como lo había hecho el resto
del hemisferio y las Naciones Unidas? Una posibilidad obvia es que
Washington no comparte estos objetivos. Los líderes del golpe no tienen
apoyo internacional pero aún podrían tener éxito en lograr que pase el
tiempo – Zelaya tiene menos de seis meses para terminar su mandato.
¿Apoyará el gobierno de Obama la imposición de sanciones en contra del
gobierno golpista para prevenir que esto suceda? Los gobiernos vecinos
de Guatemala, Nicaragua y El Salvador ya han hecho las primeras
advertencias al anunciar una suspensión del comercio por 48 horas.
A diferencia de esto, una razón para la reticencia de Hillary Clinton de
llamar al golpe un golpe es la prohibición, bajo la Ley de ayuda al
extranjero de Estados Unidos (U.S. Foreign Assistance Act), de proveer
fondos a gobiernos en donde el jefe de Estado haya sido destituido por
un golpe militar.
La palabra ‘incondicional’ también es clave en esta situación: el
gobierno estadounidense quizás quiera extraer alguna concesión de Zelaya
como parte de un acuerdo para su retorno a la presidencia. Pero así no
es como funciona la democracia. Si Zelaya quiere negociar algún acuerdo
con sus oponentes políticos luego de haber retornado, ésa es otra
historia. Pero nadie tiene el derecho de extraerle concesiones políticas
en el exilio, a punta de pistola.
No hay excusa alguna para este golpe. Una crisis constitucional se
desató cuando el presidente Zelaya le ordenó al ejército que
distribuyera los materiales para un referendo no vinculante que se
llevaría a cabo el domingo pasado. El referendo le pedía a los
ciudadanos que votaran sobre si incluir una propuesta para una asamblea
constituyente, para redactar una nueva constitución, en las elecciones
de noviembre. El jefe del ejército, el general Romeo Vásquez, se rehusó
a llevar a cabo las órdenes del presidente. El presidente, como
comandante en jefe del ejército, despidió a Vásquez, con lo cual el
ministro de defensa renunció. La Corte Suprema posteriormente dictaminó
que el despido de Vásquez por parte del presidente era ilegal y la
mayoría en el congreso se ha mostrado en contra del presidente Zelaya.
Los partidarios del golpe argumentan que el presidente violó la ley al
intentar proceder con el referendo después de que la Corte Suprema
fallara en contra de éste. Ésta es una cuestión legal; puede ser cierto
o puede ser que la Corte Suprema no tuviera base legal para emitir esa
sentencia. Pero esto es irrelevante para lo que ha sucedido: el ejército
no es el árbitro de una disputa constitucional entre los varios poderes
del Estado. Esto es particularmente cierto en este caso, en el que el
referendo que se proponía era un plebiscito no vinculante y meramente de
carácter consultivo. No habría cambiado cualquier ley, ni habría
afectado la estructura de poder; era simplemente una encuesta al electorado.
Por consiguiente, el ejército no puede afirmar que actuó para prevenir
un daño irreparable. Éste es un golpe militar llevado a cabo con
propósitos políticos.
Existen otras cuestiones sobre las cuales nuestro gobierno se ha
mantenido raramente silencioso. Los informes de represión política, del
cierre de estaciones de radio y TV, de la detención de periodistas,
detención y abuso físico de diplomáticos y de lo que el Comité para la
Protección de Periodistas ha llamado una “censura de los medios”, son
eventos que aún esperan por ser seriamente reprochados por Washington.
Al controlar la información y reprimir la disensión, el gobierno de
facto de Honduras está también creando el marco para unas elecciones
injustas en noviembre.
Muchos informes han contrastado el rechazo del gobierno de Obama al
golpe hondureño con el apoyo inicial del gobierno de Bush al golpe
militar de 2002 que derrocó brevemente al presidente Hugo Chávez en
Venezuela. Pero de hecho hay más similitudes que diferencias entre la
respuesta estadounidense a estos dos eventos. En el marco de un día, el
gobierno de Bush revirtió su posición oficial sobre el golpe venezolano
debido a que el resto del hemisferio había anunciado que no reconocería
al gobierno golpista. De manera similar, en este caso, el gobierno de
Obama está siguiendo al resto del hemisferio, tratando de no ser la
excepción, pero al mismo tiempo, sin realmente compartir su compromiso
con la democracia.
No fue sino hasta algunos meses después del golpe venezolano que el
Departamento de Estado admitió que le había brindado apoyo financiero y
de otro tipo a “individuos y organizaciones que se entiende que
estuvieron activamente involucrados en la breve expulsión del gobierno
de Chávez”. En el golpe hondureño, el gobierno de Obama afirma que
intentó disuadir al ejército hondureño para que no tomara esta acción.
Sería interesante saber cómo se llevaron a cabo estas discusiones. ¿Será
que los funcionarios del gobierno dijeron, “Ustedes saben que tendremos
que decir que estamos en contra de una movida como ésa si la llevan a
cabo, porque todo el mundo lo hará”? O será que más bien dijeron, “No lo
hagan, porque haremos todo lo que esté a nuestro alcance para revertir
cualquier tipo de golpe”? Las acciones del gobierno desde que ocurrió el
golpe apuntan a algo más parecido a lo primero, sino hasta peor.
La batalla entre Zelaya y sus oponentes pone de frente a un presidente
reformista apoyado por sindicatos laborales y organizaciones sociales en
contra de una élite política corrupta, con conexiones al narcotráfico,
que opera al estilo de una mafia y que está acostumbrada a escoger no
solamente a la Corte Suprema y al Congreso, sino al presidente también.
Es una historia recurrente en Latinoamérica, y Estados Unidos casi
siempre se ha puesto del lado de las élites. En este caso, Washington
tienen una relación muy cercana con el ejército hondureño, desde hace ya
décadas. Durante los años ochenta, Estados Unidos utilizó bases en
Honduras para entrenar y armar a los ‘contras’, los paramilitares
nicaragüenses que se dieron a conocer por sus atrocidades en la guerra
en contra del gobierno sandinista en el vecino país de Nicaragua.
El hemisferio ha cambiado substancialmente desde el golpe venezolano de
abril de 2002, con otros once gobiernos de izquierda siendo elegidos
posteriormente. Un conjunto entero de normas, instituciones y relaciones
de poder entre el Sur y el Norte en el hemisferio han sido alteradas. El
gobierno de Obama enfrenta hoy a vecinos que están mucho más unidos y
mucho menos dispuestos a ceder en cuestiones fundamentales de
democracia. Es por eso que la secretaria de Estado Clinton probablemente
no tendrá mucho espacio de maniobra. Sin embargo, la ambivalencia del
gobierno será notada en Honduras y muy probablemente podría motivar al
gobierno de facto a que intente aferrarse al poder. Eso podría ocasionar
muchos daños.
- Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy
Research (CEPR), en Washington, D.C. Ha escrito numerosos informes de
investigación sobre política económica. Es presidente de la organización
Just Foreign Policy.
Publicado en ingles en The Guardian Unlimited
jueves, 2 de julio de 2009
miércoles, 1 de julio de 2009
Golpe de Estado en Honduras
La conversión de Manuel Mel Zelaya
Luis Hernández Navarro
Manuel Mel Zelaya mide casi 1.90 de estatura, tiene un espeso bigote negro, usa sombrero de ala ancha y calza botas vaqueras. Hijo de terratenientes, estudió la carrera de ingeniería civil, pero no la terminó. Antes de involucrarse en política se dedicó a hacer exitosos negocios forestales y ganaderos. En 1987 fue nombrado directivo del Consejo Hondureño de la Empresa Privada (COHEP) y presidente de la asociación gremial de los madereros.
Mel ingresó en 1970 al Partido Liberal Hondureño (PLH), organización de amplia y documentada trayectoria anticomunista, con el que fue diputado en varias ocasiones y desde donde ocupó diversos cargos públicos. Los liberales y el Partido Nacional de Honduras (PNH) son las dos principales formaciones partidarias, entre las cinco existentes. Sin embargo, a la hora de gobernar, no hay entre ambos discrepancias esenciales. “Lo único que los diferencia –asegura un dirigente obrero– es el color de las banderas: una es azul y la otra roja y blanco.”
En 2006, Manuel Zelaya tomó posesión como presidente de Honduras. Durante la campaña se presentó como un genuino y honrado hombre de campo, de palabra directa y franca, desligado de la clase política tradicional, creyente temeroso de Dios, dotado de mano firme para combatir la corrupción, campechano, aficionado a tocar la guitarra y a montar caballos. Dispuesto a satisfacer las peticiones de democracia participativa y reforma política, reivindicó el poder ciudadano.
Ya como mandatario, apoyó el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre República Dominicana, Centroamérica y Estados Unidos (CAFTA, por sus siglas en inglés), en medio de fuertes protestas en su contra. Ello no le impidió acercarse al gobierno de Hugo Chávez y formar parte de Petrocaribe, alianza en materia petrolera signada por varios países caribeños para adquirir combustible venezolano en condiciones de financiamiento preferencial, pagando 50 por ciento en un plazo de 90 días y el resto en 25 años, con una tasa de interés de uno por ciento.
Con el paso del tiempo, su discurso político combinó su adscripción al liberalismo socialista (“para que todos los beneficios del sistema vayan allá, donde más se necesitan: las mujeres, los hombres, los niños, los campesinos, los productores”), la crítica al intervencionismo estadunidense, el apoyo a Cuba y las invocaciones a Dios.
Al frente de una nación extremadamente pobre y sin cohesión social, con un gobierno descapitalizado, y con grandes dificultades para obtener financiamiento internacional, Zelaya coronó el pastel de su conversión ideológica incorporándose a la Alternativa Bolivariana para las Américas y el Caribe (Alba). La propuesta de integración regional de los países de América Latina y el Caribe, impulsada originalmente por Cuba y Venezuela, que pone énfasis en la lucha contra la pobreza y la exclusión social, le permitió, según Pavel Uranga, obtener dinero rápido para atender las demandas del país.
En un primer momento, el alejamiento del presidente Zelaya con la oligarquía no fue necesariamente bien recibido por amplios sectores del movimiento popular hondureño. Según el luchador social Lorenzo Reyes, ni él ni la mayoría de sus compatriotas dieron ninguna importancia al hecho de que Zelaya visitara Nicaragua u otros países, ni que hablara con Chávez o con cualquier líder mundial de izquierda, porque al fin y al cabo lo hacía como diversión o rélax, ya que al final no cambiará su ideología de derecha. “Para el pueblo –asegura– y para nosotros como Movimiento Popular no significa nada porque en Honduras el hombre no se define: un día dice cosas de derecha, otro día actúa un poco sesgado a la izquierda y está en dos aguas… es decir, no es de aquí ni de allá.”
El movimiento popular hondureño tiene, desde hace muchos años, un vigor y un protagonismo notable. Integrado por sindicatos clasistas, organizaciones campesinas, pueblos indígenas, asociaciones de profesionistas y estudiantes, surgidos, en parte, del trabajo organizativo de grupos de la teología de la liberación y de la izquierda revolucionaria, se ha dado a sí mismo instrumentos unitarios como el Bloque Popular. Durante los primeros 32 meses de gobierno, Zelaya enfrentó, cuando menos, 722 conflictos sociales de diversa magnitud, incluido los paros cívicos nacionales de 2008, que paralizaron al país por demandas como el control de los precios de la canasta básica, la no municipalización de los proyectos de agua potable y la aprobación de un aumento general de salario.
Lejos de circunscribirse a la lucha por sus reivindicaciones inmediatas, el movimiento posee una visión de cambio social profunda. Como ha señalado Rafael Alegría, coordinador de la Vía Campesina Centroamericana, “los movimientos sociales tenemos el derecho de construir un nuevo ordenamiento jurídico que favorezca a todos los sectores sociales del país que siempre han estado excluidos y marginados. Por lo tanto, nos pronunciamos en favor de la consulta popular. La nueva Constitución debe servir para refundar el Estado y darle todo el poder al pueblo, que es el soberano”.
Este movimiento ha cambiado, desde abajo, la correlación de fuerzas y creado una situación inédita. Son sus integrantes quienes han salido a la calle a defender a un presidente dispuesto a emprender la ruta de la transformación social. En mucho, la conversión de Zelaya es producto de la presión popular en el marco de un nuevo contexto regional. En un país en el que los dos principales partidos se distinguen sólo por el color de sus emblemas, las organizaciones populares han apostado por la construcción una nación realmente diferente: una que abandone la ruta del neoliberalismo. En el camino, hicieron de su presidente un político distinto al que era cuando llegó al poder.
Publicado en el diario La Jornada el 30 de junio de 2009
Luis Hernández Navarro
Manuel Mel Zelaya mide casi 1.90 de estatura, tiene un espeso bigote negro, usa sombrero de ala ancha y calza botas vaqueras. Hijo de terratenientes, estudió la carrera de ingeniería civil, pero no la terminó. Antes de involucrarse en política se dedicó a hacer exitosos negocios forestales y ganaderos. En 1987 fue nombrado directivo del Consejo Hondureño de la Empresa Privada (COHEP) y presidente de la asociación gremial de los madereros.
Mel ingresó en 1970 al Partido Liberal Hondureño (PLH), organización de amplia y documentada trayectoria anticomunista, con el que fue diputado en varias ocasiones y desde donde ocupó diversos cargos públicos. Los liberales y el Partido Nacional de Honduras (PNH) son las dos principales formaciones partidarias, entre las cinco existentes. Sin embargo, a la hora de gobernar, no hay entre ambos discrepancias esenciales. “Lo único que los diferencia –asegura un dirigente obrero– es el color de las banderas: una es azul y la otra roja y blanco.”
En 2006, Manuel Zelaya tomó posesión como presidente de Honduras. Durante la campaña se presentó como un genuino y honrado hombre de campo, de palabra directa y franca, desligado de la clase política tradicional, creyente temeroso de Dios, dotado de mano firme para combatir la corrupción, campechano, aficionado a tocar la guitarra y a montar caballos. Dispuesto a satisfacer las peticiones de democracia participativa y reforma política, reivindicó el poder ciudadano.
Ya como mandatario, apoyó el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre República Dominicana, Centroamérica y Estados Unidos (CAFTA, por sus siglas en inglés), en medio de fuertes protestas en su contra. Ello no le impidió acercarse al gobierno de Hugo Chávez y formar parte de Petrocaribe, alianza en materia petrolera signada por varios países caribeños para adquirir combustible venezolano en condiciones de financiamiento preferencial, pagando 50 por ciento en un plazo de 90 días y el resto en 25 años, con una tasa de interés de uno por ciento.
Con el paso del tiempo, su discurso político combinó su adscripción al liberalismo socialista (“para que todos los beneficios del sistema vayan allá, donde más se necesitan: las mujeres, los hombres, los niños, los campesinos, los productores”), la crítica al intervencionismo estadunidense, el apoyo a Cuba y las invocaciones a Dios.
Al frente de una nación extremadamente pobre y sin cohesión social, con un gobierno descapitalizado, y con grandes dificultades para obtener financiamiento internacional, Zelaya coronó el pastel de su conversión ideológica incorporándose a la Alternativa Bolivariana para las Américas y el Caribe (Alba). La propuesta de integración regional de los países de América Latina y el Caribe, impulsada originalmente por Cuba y Venezuela, que pone énfasis en la lucha contra la pobreza y la exclusión social, le permitió, según Pavel Uranga, obtener dinero rápido para atender las demandas del país.
En un primer momento, el alejamiento del presidente Zelaya con la oligarquía no fue necesariamente bien recibido por amplios sectores del movimiento popular hondureño. Según el luchador social Lorenzo Reyes, ni él ni la mayoría de sus compatriotas dieron ninguna importancia al hecho de que Zelaya visitara Nicaragua u otros países, ni que hablara con Chávez o con cualquier líder mundial de izquierda, porque al fin y al cabo lo hacía como diversión o rélax, ya que al final no cambiará su ideología de derecha. “Para el pueblo –asegura– y para nosotros como Movimiento Popular no significa nada porque en Honduras el hombre no se define: un día dice cosas de derecha, otro día actúa un poco sesgado a la izquierda y está en dos aguas… es decir, no es de aquí ni de allá.”
El movimiento popular hondureño tiene, desde hace muchos años, un vigor y un protagonismo notable. Integrado por sindicatos clasistas, organizaciones campesinas, pueblos indígenas, asociaciones de profesionistas y estudiantes, surgidos, en parte, del trabajo organizativo de grupos de la teología de la liberación y de la izquierda revolucionaria, se ha dado a sí mismo instrumentos unitarios como el Bloque Popular. Durante los primeros 32 meses de gobierno, Zelaya enfrentó, cuando menos, 722 conflictos sociales de diversa magnitud, incluido los paros cívicos nacionales de 2008, que paralizaron al país por demandas como el control de los precios de la canasta básica, la no municipalización de los proyectos de agua potable y la aprobación de un aumento general de salario.
Lejos de circunscribirse a la lucha por sus reivindicaciones inmediatas, el movimiento posee una visión de cambio social profunda. Como ha señalado Rafael Alegría, coordinador de la Vía Campesina Centroamericana, “los movimientos sociales tenemos el derecho de construir un nuevo ordenamiento jurídico que favorezca a todos los sectores sociales del país que siempre han estado excluidos y marginados. Por lo tanto, nos pronunciamos en favor de la consulta popular. La nueva Constitución debe servir para refundar el Estado y darle todo el poder al pueblo, que es el soberano”.
Este movimiento ha cambiado, desde abajo, la correlación de fuerzas y creado una situación inédita. Son sus integrantes quienes han salido a la calle a defender a un presidente dispuesto a emprender la ruta de la transformación social. En mucho, la conversión de Zelaya es producto de la presión popular en el marco de un nuevo contexto regional. En un país en el que los dos principales partidos se distinguen sólo por el color de sus emblemas, las organizaciones populares han apostado por la construcción una nación realmente diferente: una que abandone la ruta del neoliberalismo. En el camino, hicieron de su presidente un político distinto al que era cuando llegó al poder.
Publicado en el diario La Jornada el 30 de junio de 2009
jueves, 25 de junio de 2009
BRIEGER-EXCLUSIVA para la Web. Lucha por la vida en Perú
En el día mundial del medio ambiente el gobierno de Alan García se dedicó a plantar miles de árboles en Lima. El mismo día, el 5 de junio, suprimió por la fuerza la protesta que los indígenas de la Amazonia peruana habían comenzado el 9 de abril en contra de los proyectos mineros y forestales de las multinacionales que ponen en riesgo el medio ambiente. Todavía no se sabe cuánta gente murió en la zona de Bagua, aunque las cifras oficiales dicen que murieron 14 policías y 10 indígenas. Cuando el gobierno decidió dar un paso atrás y anular los decretos que habían provocado la revuelta, una ministra advirtió que Perú entraría en incumplimiento del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos porque éste ponía en vigencia leyes que buscaban proteger el medio ambiente. Paradójicamente –o no- el Tratado es el que más le abre las puertas a las multinacionales para sus proyectos de extracción de recursos naturales que destruyen el medio ambiente; sin embargo, todos dicen que quieren protegerlo.
Seguramente Alan García no pensó que los pocos indígenas de la Amazonia se convertirían en la vanguardia de la lucha contra su proyecto de desarrollo que tiene a la inversión extranjera en la explotación de los recursos naturales como su principal sostén. Perú se ha convertido en estos últimos años en uno de países mineros más importantes del mundo aunque hay que decir que este modelo de desarrollo no nació con García y que la minería hace años se ha convertido en eje de la economía peruana. El año pasado la exportación minera superó los 18 mil millones de dólares (más del 50 por ciento del total de las exportaciones) y Perú ya es el primer productor mundial de plata y zinc, el tercero de cobre detrás de Estados Unidos y Chile, cuarto en plomo y quinto en oro. Y para el período 2008-2015 esperan inversiones por 20 mil millones de dólares. El planteo del gobierno es que las inversiones extranjeras traerán un gran desarrollo para el país y que la riqueza se “derramará” hacia toda la población. Pero los pueblos indígenas ya conocen este discurso y temen que lo único que les dejarán es la contaminación para siempre de sus tierras y aguas.
Seguramente Alan García no pensó que los pocos indígenas de la Amazonia se convertirían en la vanguardia de la lucha contra su proyecto de desarrollo que tiene a la inversión extranjera en la explotación de los recursos naturales como su principal sostén. Perú se ha convertido en estos últimos años en uno de países mineros más importantes del mundo aunque hay que decir que este modelo de desarrollo no nació con García y que la minería hace años se ha convertido en eje de la economía peruana. El año pasado la exportación minera superó los 18 mil millones de dólares (más del 50 por ciento del total de las exportaciones) y Perú ya es el primer productor mundial de plata y zinc, el tercero de cobre detrás de Estados Unidos y Chile, cuarto en plomo y quinto en oro. Y para el período 2008-2015 esperan inversiones por 20 mil millones de dólares. El planteo del gobierno es que las inversiones extranjeras traerán un gran desarrollo para el país y que la riqueza se “derramará” hacia toda la población. Pero los pueblos indígenas ya conocen este discurso y temen que lo único que les dejarán es la contaminación para siempre de sus tierras y aguas.
jueves, 4 de junio de 2009
Brieger- América Latina se anima- Próximamente en ACCION
El año pasado la Organización de Estados Americanos (OEA) cumplió sesenta años y en su informe anual de 2008 la palabra Cuba no apareció ni una vez. El 4 de junio de 2009 la misma OEA aprobó por consenso dejar sin efecto aquella resolución de 1962 por la cuál se excluyó a Cuba de la OEA abriendo las puertas para la reincorporación de la isla socialista. Estados Unidos no quería que el tema Cuba fuera un eje central de la Asamblea realizada en Honduras y José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, pidió “no cubanizar” la reunión. Lo mismo habían dicho respecto de la Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago. En ninguna de las dos reuniones Cuba figuraba en la agenda. Sin embargo, en ambas se convirtió en el tema central. Cabe preguntarse qué está sucediendo. La respuesta es simple, pero a su vez compleja: América Latina se está animando. ¿A qué? A desafiar a los Estados Unidos. No es mera retórica antiimperialista infantil, ni resabios de ideologías en desuso. Se trata de un cuestionamiento político muy concreto. La elección en estos últimos años de una serie de gobiernos que están tratando de desandar las políticas neoliberales es significativa y los proyectos comunes que construyen les ha dado una inusual fuerza. Son gobiernos que difieren mucho entre sí, pero saben que se necesitan, y se apoyan. El fracaso del gran proyecto regional de Washington –el ALCA- por la abierta oposición del MERCOSUR en la Cumbre de Mar del Plata fue el puntapié inicial para animarse y cuestionar a la primera potencia mundial. Luego vino la reunión del Grupo de Río –un organismo latinoamericano y del Caribe sin presencia de Estados Unidos- en marzo de 2008 donde se discutió la crisis entre Colombia y Ecuador sin representantes de la Casa Blanca. Meses después Cuba se incorporó al Grupo de Río. En septiembre, para debatir la crisis en Bolivia sin presencia norteamericana se reflotó UNASUR y todos los países le brindaron un fuerte respaldo a Evo Morales.
El alejamiento de George Bush y el planteo de Barack Obama de una nueva relación con la región envalentonaron aún más a varios presidentes latinoamericanos, muchos de los cuales crecieron políticamente tomando como referente a la revolución cubana de 1959, aunque ya no vean a la isla como a un “modelo” a seguir. Para algunos acabar con la exclusión de Cuba era casi una cuestión de honor. Otros consideraron que era un anacronismo y algunos –entre ellos Estados Unidos- tuvieron que aceptar un nuevo contexto latinoamericano en el cual ya no se aceptan las ideas de Washington a libro cerrado.
Era cuestión de animarse.
El alejamiento de George Bush y el planteo de Barack Obama de una nueva relación con la región envalentonaron aún más a varios presidentes latinoamericanos, muchos de los cuales crecieron políticamente tomando como referente a la revolución cubana de 1959, aunque ya no vean a la isla como a un “modelo” a seguir. Para algunos acabar con la exclusión de Cuba era casi una cuestión de honor. Otros consideraron que era un anacronismo y algunos –entre ellos Estados Unidos- tuvieron que aceptar un nuevo contexto latinoamericano en el cual ya no se aceptan las ideas de Washington a libro cerrado.
Era cuestión de animarse.
miércoles, 20 de mayo de 2009
Brieger- Una visita “non sancta”. Próximamente en Acción
La reciente visita del Papa Benedicto XVI al Estado de Israel no hizo más que ratificar que la relación entre el Vaticano e Israel es extremadamente compleja y conflictiva.
Esta es una historia de desencuentros múltiples que se remonta a la antigua acusación cristiana contra los judíos de haber sido los asesinos de Jesús, y se acentuó por la controvertida actuación del Vaticano durante la Segunda Guerra Mundial. Como no podía ser de otra manera, desde que Benedicto XVI pisó suelo israelí a mediados de mayo se lo puso bajo la lupa. Cuando visitó el Museo del Holocausto pocos dejaron pasar que dijo que los judíos habían “muerto” en vez de haber sido “asesinados” por los nazis. En realidad, en Israel todos esperan un mea culpa por su pasado en las juventudes hitlerianas aunque haya estado allí cuando apenas tenía dieciséis años. No se lo perdonan. Las idas y vueltas de sus voceros sobre este tema no hacen más que agregar confusión a esa etapa de su vida. El Papa tampoco se privó de hablar abiertamente a favor de los palestinos y de recorrer ciudades que están bajo el “control” de la Autoridad Nacional Palestina pero que –en realidad- continúan ocupadas por los israelíes. Allí habló contra la ocupación y contra el muro como si fuera un político, mientras las cámaras de televisión mostraban su imagen y el muro que Israel continúa construyendo dentro de ciudades emblemáticas como Belén.
También se refirió al dolor que le provocaban las víctimas de Gaza -en clara alusión a la invasión israelí de diciembre pasado- y habló a favor de la creación de un Estado palestino para resolver el conflicto entre israelíes y palestinos. Aunque una fórmula tan vaga como la de “dos estados” cada vez tenga mayor aceptación internacional es rechazada por el actual primer ministro israelí Benjamín Netaniahu. Cuesta creer que las palabras del Papa tengan algún tipo de influencia sobre los actuales gobernantes israelíes cuando ni siquiera Barack Obama logra convencerlos de negociar la paz con los palestinos.
Esta es una historia de desencuentros múltiples que se remonta a la antigua acusación cristiana contra los judíos de haber sido los asesinos de Jesús, y se acentuó por la controvertida actuación del Vaticano durante la Segunda Guerra Mundial. Como no podía ser de otra manera, desde que Benedicto XVI pisó suelo israelí a mediados de mayo se lo puso bajo la lupa. Cuando visitó el Museo del Holocausto pocos dejaron pasar que dijo que los judíos habían “muerto” en vez de haber sido “asesinados” por los nazis. En realidad, en Israel todos esperan un mea culpa por su pasado en las juventudes hitlerianas aunque haya estado allí cuando apenas tenía dieciséis años. No se lo perdonan. Las idas y vueltas de sus voceros sobre este tema no hacen más que agregar confusión a esa etapa de su vida. El Papa tampoco se privó de hablar abiertamente a favor de los palestinos y de recorrer ciudades que están bajo el “control” de la Autoridad Nacional Palestina pero que –en realidad- continúan ocupadas por los israelíes. Allí habló contra la ocupación y contra el muro como si fuera un político, mientras las cámaras de televisión mostraban su imagen y el muro que Israel continúa construyendo dentro de ciudades emblemáticas como Belén.
También se refirió al dolor que le provocaban las víctimas de Gaza -en clara alusión a la invasión israelí de diciembre pasado- y habló a favor de la creación de un Estado palestino para resolver el conflicto entre israelíes y palestinos. Aunque una fórmula tan vaga como la de “dos estados” cada vez tenga mayor aceptación internacional es rechazada por el actual primer ministro israelí Benjamín Netaniahu. Cuesta creer que las palabras del Papa tengan algún tipo de influencia sobre los actuales gobernantes israelíes cuando ni siquiera Barack Obama logra convencerlos de negociar la paz con los palestinos.
martes, 5 de mayo de 2009
Brieger-El triunfo de Correa y las nuevas tácticas de la derecha- Próximamente en Acción
El reciente triunfo de Rafael Correa en Ecuador permite reflexionar sobre los profundos cambios que se están realizando en algunos países de América Latina y la estrategia que los sectores de derecha están utilizando para quitarle legitimidad a estos procesos. En apenas dos años Correa consolidó un apoyo popular que le permitió ganar –ahora- holgadamente en la primera vuelta con el 52 por ciento de los votos y 24 puntos de ventaja sobre Lucio Gutiérrez. El multimillonario Alvaro Noboa -que perdió con Correa en segunda vuelta en 2006- tan sólo consiguió el 11 por ciento. Hay una característica que tiene Correa, que lo emparenta con Hugo Chávez y Evo Morales, y que es novedosa en América Latina. Estos líderes, que llegaron al gobierno por la vía electoral, consolidaron su poder apelando a las urnas cuando quisieron convocar a una Asamblea Constituyente o impulsar una nueva constitución, para luego triunfar en elecciones generales. Los tres, en muy poco tiempo, aumentaron su caudal electoral cuando plantearon refundar sus países sobre otras bases económicas y sociales, y apelaron a la movilización activa de las grandes mayorías para conseguir sus objetivos.
A su vez, refrendar el poder por la vía democrática les permitió consolidar una amplia base de apoyo y desarmar a los partidos tradicionales.
El mismo día de las elecciones Alvaro Noboa aseguraba que estaba en segunda vuelta con Correa. Lucio Gutiérrez no le fue a la saga y en vez de reconocer la derrota insiste en que se consumó un fraude. Lo mismo sucedió en Venezuela y Bolivia. Ante los sucesivos triunfos electorales respetando las reglas democráticas y frente a la abrumadora legitimidad de las urnas la táctica de la oposición es instalar un clima de fraude y restarle legitimidad al resultado. Para tal fin cuentan con un aliado clave: los medios de comunicación. En los tres países la inmensa mayoría de los medios está en manos de la oposición y juegan un rol central en la instalación de un clima que descarta de cuajo el triunfo de estos gobiernos. Y cuando esto sucede, claman a los cuatro vientos que hubo fraude. Pero el objetivo es mucho más estratégico: impedir que puedan gobernar.
A su vez, refrendar el poder por la vía democrática les permitió consolidar una amplia base de apoyo y desarmar a los partidos tradicionales.
El mismo día de las elecciones Alvaro Noboa aseguraba que estaba en segunda vuelta con Correa. Lucio Gutiérrez no le fue a la saga y en vez de reconocer la derrota insiste en que se consumó un fraude. Lo mismo sucedió en Venezuela y Bolivia. Ante los sucesivos triunfos electorales respetando las reglas democráticas y frente a la abrumadora legitimidad de las urnas la táctica de la oposición es instalar un clima de fraude y restarle legitimidad al resultado. Para tal fin cuentan con un aliado clave: los medios de comunicación. En los tres países la inmensa mayoría de los medios está en manos de la oposición y juegan un rol central en la instalación de un clima que descarta de cuajo el triunfo de estos gobiernos. Y cuando esto sucede, claman a los cuatro vientos que hubo fraude. Pero el objetivo es mucho más estratégico: impedir que puedan gobernar.
viernes, 1 de mayo de 2009
Evo Morales en Visión 7 Internacional
Hoy viernes a las 22 hs programa especial de Visión 7 Internacional
(Pedro Brieger, Raúl Dellatorre e Hinde Pomeraniec)
Entrevista exclusiva a Evo Morales
La única que le concedió a la TV durante su visita a Buenos Aires
(Pedro Brieger, Raúl Dellatorre e Hinde Pomeraniec)
Entrevista exclusiva a Evo Morales
La única que le concedió a la TV durante su visita a Buenos Aires
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