La reciente visita del Papa Benedicto XVI al Estado de Israel no hizo más que ratificar que la relación entre el Vaticano e Israel es extremadamente compleja y conflictiva.
Esta es una historia de desencuentros múltiples que se remonta a la antigua acusación cristiana contra los judíos de haber sido los asesinos de Jesús, y se acentuó por la controvertida actuación del Vaticano durante la Segunda Guerra Mundial. Como no podía ser de otra manera, desde que Benedicto XVI pisó suelo israelí a mediados de mayo se lo puso bajo la lupa. Cuando visitó el Museo del Holocausto pocos dejaron pasar que dijo que los judíos habían “muerto” en vez de haber sido “asesinados” por los nazis. En realidad, en Israel todos esperan un mea culpa por su pasado en las juventudes hitlerianas aunque haya estado allí cuando apenas tenía dieciséis años. No se lo perdonan. Las idas y vueltas de sus voceros sobre este tema no hacen más que agregar confusión a esa etapa de su vida. El Papa tampoco se privó de hablar abiertamente a favor de los palestinos y de recorrer ciudades que están bajo el “control” de la Autoridad Nacional Palestina pero que –en realidad- continúan ocupadas por los israelíes. Allí habló contra la ocupación y contra el muro como si fuera un político, mientras las cámaras de televisión mostraban su imagen y el muro que Israel continúa construyendo dentro de ciudades emblemáticas como Belén.
También se refirió al dolor que le provocaban las víctimas de Gaza -en clara alusión a la invasión israelí de diciembre pasado- y habló a favor de la creación de un Estado palestino para resolver el conflicto entre israelíes y palestinos. Aunque una fórmula tan vaga como la de “dos estados” cada vez tenga mayor aceptación internacional es rechazada por el actual primer ministro israelí Benjamín Netaniahu. Cuesta creer que las palabras del Papa tengan algún tipo de influencia sobre los actuales gobernantes israelíes cuando ni siquiera Barack Obama logra convencerlos de negociar la paz con los palestinos.