El año pasado la Organización de Estados Americanos (OEA) cumplió sesenta años y en su informe anual de 2008 la palabra Cuba no apareció ni una vez. El 4 de junio de 2009 la misma OEA aprobó por consenso dejar sin efecto aquella resolución de 1962 por la cuál se excluyó a Cuba de la OEA abriendo las puertas para la reincorporación de la isla socialista. Estados Unidos no quería que el tema Cuba fuera un eje central de la Asamblea realizada en Honduras y José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, pidió “no cubanizar” la reunión. Lo mismo habían dicho respecto de la Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago. En ninguna de las dos reuniones Cuba figuraba en la agenda. Sin embargo, en ambas se convirtió en el tema central. Cabe preguntarse qué está sucediendo. La respuesta es simple, pero a su vez compleja: América Latina se está animando. ¿A qué? A desafiar a los Estados Unidos. No es mera retórica antiimperialista infantil, ni resabios de ideologías en desuso. Se trata de un cuestionamiento político muy concreto. La elección en estos últimos años de una serie de gobiernos que están tratando de desandar las políticas neoliberales es significativa y los proyectos comunes que construyen les ha dado una inusual fuerza. Son gobiernos que difieren mucho entre sí, pero saben que se necesitan, y se apoyan. El fracaso del gran proyecto regional de Washington –el ALCA- por la abierta oposición del MERCOSUR en la Cumbre de Mar del Plata fue el puntapié inicial para animarse y cuestionar a la primera potencia mundial. Luego vino la reunión del Grupo de Río –un organismo latinoamericano y del Caribe sin presencia de Estados Unidos- en marzo de 2008 donde se discutió la crisis entre Colombia y Ecuador sin representantes de la Casa Blanca. Meses después Cuba se incorporó al Grupo de Río. En septiembre, para debatir la crisis en Bolivia sin presencia norteamericana se reflotó UNASUR y todos los países le brindaron un fuerte respaldo a Evo Morales.
El alejamiento de George Bush y el planteo de Barack Obama de una nueva relación con la región envalentonaron aún más a varios presidentes latinoamericanos, muchos de los cuales crecieron políticamente tomando como referente a la revolución cubana de 1959, aunque ya no vean a la isla como a un “modelo” a seguir. Para algunos acabar con la exclusión de Cuba era casi una cuestión de honor. Otros consideraron que era un anacronismo y algunos –entre ellos Estados Unidos- tuvieron que aceptar un nuevo contexto latinoamericano en el cual ya no se aceptan las ideas de Washington a libro cerrado.
Era cuestión de animarse.