En muchas oportunidades se presentan los asesinatos cometidos por individuos de extrema derecha como arranques de locura aislados. Es lo que está argumentando el abogado de Anders Breivick en Noruega.
Más allá de cuestiones psicológicas que puedan existir no cabe la menor duda de que estamos frente a un crimen político producto del inflamado discurso en contra de los inmigrantes en general -y los musulmanes y los árabes en particular- en Europa.
Varios partidos de derecha han condenado la matanza y han salido rápidamente a decir que ellos “no tenían nada que ver” con tal acto de fanatismo. Si bien es cierto que los partidos de la derecha europea en su mayoría están muy lejos de propiciar la expulsión masiva de los inmigrantes, no es menos cierto que dicen que los extranjeros deben adaptarse a las sociedades en las cuales viven, o abandonarlas.
Cuando la canciller alemana Angela Merkel asegura que el “multiculturalismo” ha fracasado es porque considera que no pueden convivir en su país culturas y religiones diferentes porque los “otros” (en este caso los turcos-musulmanes) tienen costumbres y hábitos que no hacen a la tradición alemana.
Los partidos de la derecha tradicional saben que no es políticamente correcto plantear la expulsión de estos inmigrantes que –en algunos países- ya son millones y han llegado para quedarse. Comprenden que Europa ha cambiado pero no saben cómo resolver “el problema”. Se puede expulsar a algunos cientos de libios, rumanos o gitanos, pero deportar a millones es imposible.
Los partidos de extrema derecha han crecido justamente por las contradicciones de la derecha tradicional que cada vez adopta más el discurso racista de los primeros, pero no pueden actuar en concordancia con lo que plantean. Y cuando algunos de los partidos de extrema derecha también se institucionalizan y no salen a la caza del inmigrante, se le abren las puertas a individuos seducidos por escritores y blogueros en internet dedicados a demonizar a musulmanes y árabes como si estos estuvieran a punto de conquistar el mundo occidental.
Su influencia es tan grande en la construcción de rumores y mentiras que incluso Barack Obama se vio obligado a decir durante su campaña electoral en 2008 que no era musulmán. Tampoco le alcanzó. Un año y medio después de asumir como presidente varias encuestas señalaron que había crecido el porcentaje de aquellos que creían que sí era musulmán.
Así se van creando los imaginarios colectivos, hasta que alguien decide actuar por su cuenta. Como en Noruega.