Las potencias coloniales que se disputaron y repartieron gran parte del planeta entre los siglos XVIII y XX no sólo tuvieron conflictos con las poblaciones locales, sino también entre ellas, algunos de los cuales todavía perduran. España considera que los territorios de Ceuta y Melilla en el norte de Afrecha le pertenecen y no está dispuesto a ningún tipo de negociación con Marruecos, pero reclama que los británicos se retiren de Gibraltar. Paradojas de la historia.
Gibraltar es hoy una diminuta ciudad más conocida por su peñón de 400 metros de altura que sobresale y está justo frente a Ceuta cruzando el estrecho. Una leyenda dice que Hércules con su fuerza separó la tierra para dejar pasar las aguas y por eso en ambas ciudades hay estatuas de Hércules haciendo fuerza para separar dos columnas. Si controlar el estrecho de por sí fue un objetivo estratégico, el inaccesible peñón se convirtió en una fortaleza que los británicos supieron conquistar y convertir en parte integral del Reino Unido en 1713. Sin embargo, el Comité de Descolonización de Naciones Unidas creado en 1961 considera que Gibraltar tiene un estatus similar al de las islas Malvinas y que debe ser restituido a quien posee una continuidad territorial, en este caso, España.
Para llegar a Gibraltar se puede tomar alguno de los vuelos que provienen de Londres, Liverpool o Manchester. Claro que es más sencillo ir a la ciudad española de Algeciras y allí tomar un autobús que lo deje a uno en un pueblo llamado “La Línea de la Concepción”, o simplemente “Línea”. Efectivamente, España aquí está separada del Reino Unido por una línea que ahora es una verja de unos 500 metros que hace de frontera y está a la entrada de la península. Esta tiene unos 5 kilómetros de largo por unos 600 metros de ancho, y un total de menos de 7 km cuadrados. Desde 1982 se puede pasar desde España, pero durante años estuvo cerrada a cal y canto y los gibralteños vivían con temor de que Francisco Franco intentara alguna aventura militar para recuperarla apelando a un discurso nacionalista.
Al cruzar la frontera se llega a una apacible ciudad británica de treinta mil habitantes que vive básicamente del turismo y actividades financieras. Es tan pequeña Gibraltar que al entrar y tomar la Winston Churchil Avenue se atraviesa la pista del aeropuerto y hay que prestar atención que no pase ningún avión. Inmediatamente se respira el típico ambiente de una ciudad británica con sus famosas cabinas telefónicas rojas, el buzón del mismo color y muchos restaurantes cuya especialidad –como no podía ser de otra manera- es “fish and chips” (pescado frito con papas fritas) aunque atendidos por mozos españoles o marroquíes. Del lado de la bahía de Algeciras están el pueblo y su puerto, y del otro -donde el peñón se eleva casi verticalmente desde el mar- apenas unas pocas edificaciones turísticas sobre las playas.
Los gibralteños se sienten parte del Reino Unido y lo han expresado en más de una oportunidad cuando se realizaron plebiscitos y fueron consultados al respecto. En pocas palabras, no quieren saber nada con una soberanía española, ni siquiera compartida. Aunque España invoque sus derechos naturales sobre toda la península el gobierno de su majestad hace valer su poderoso pasado colonial, su poderío y orgullo para hacer oídos sordos al reclamo. Como los españoles con Marruecos por Ceuta y Melilla.