La protesta de los secundarios y universitarios se ha extendido de tal manera, que el gobierno del presidente Sebastián Piñera ahora tiene numerosos frentes abiertos. Ya no son solamente los estudiantes los que se movilizan.
Después de la dura represión policial del 4 de agosto contra una marcha de estudiantes, un cacerolazo masivo de repudio estalló a lo largo del país como no se había escuchado en más de veinte años.
Y las cacerolas no se guardaron, suenan durante todo el día en diferentes lugares.
Caminando por el centro de la capital uno también puede escuchar por doquier el irritante sonido de las vuvuzelas que hacen sonar los trabajadores en paro del Banco de Chile frente a muchas sucursales, aunque la mayoría de los medios de comunicación ni lo mencionen.
No es casual que en las marchas se cante “la tele miente”. Y en la plaza del coqueto barrio bohemio de Ñuñoa alrededor de las nueve de la noche decenas de personas se juntan y simplemente cacerolean. Ni hace falta decir por qué, todos entienden a quién va dirigido el cacerolazo.
Y a esto se le suma la convocatoria a un paro nacional el 24 y 25 de agosto de la Central Unitaria de los Trabajadores (CUT), con reclamos que van desde la estatización del sistema privado de jubilación hasta la eliminación de la Constitución aprobada durante la dictadura.
Además, la semana próxima culminará una de las protestas más originales que comenzó el 13 de junio, cuando unos estudiantes comenzaron a correr la “maratón de las 1.800 horas” alrededor del Palacio de la Moneda; y lo hacen flameando banderas durante las 24 horas, sin parar.
Aseguran que con 1.800 millones de dólares se podría financiar la educación de 300.000 jóvenes en un año, y que ese número equivale a un tercio de lo que gasta el Estado en doce meses en las Fuerzas Armadas.
El gobierno no sabe qué hacer, está a la defensiva y carece de iniciativa para generar propuestas, como lo reconocen con preocupación editoriales y columnistas de los diarios El Mercurio, La Tercera o el Diario Financiero.
Algunos dicen que hay un “Chile quebrado y en presencia de un inevitable choque de trenes”(DF), que el gobierno “está siendo acorralado”(EM) o “continuamente sobrepasado por los hechos”(LT).
Otros advierten que “no se puede admitir indefinidamente presión de muchedumbres y barbarie de exaltados”(EM).
En este contexto es muy preocupante que ante un nuevo aniversario del golpe de Estado de 1973 el alcalde de Santiago, Pablo Zalaquett, dijera hace unos días que si con las fuerzas policiales no alcanza “tendrán que pedir ayuda a las Fuerzas Armadas”. ¿Será este el choque de trenes que se avecina en Chile?.