A mediados de los setenta un pequeño grupo de marxistas de varios países del Medio Oriente publicó un folleto titulado “La revolución árabe”. En ese entonces pensaban que los pueblos se levantarían contra los regímenes reaccionarios árabes que estaban impulsando una Pax Americana con Egipto a la cabeza, y que los obreros y campesinos llevarían adelante una revolución socialista. En 1970 había fallecido Gamal Abdel Nasser el gran líder del nacionalismo árabe, y su sucesor Anwar Sadat expulsaba a los soviéticos para tejer una alianza con Estados Unidos. Sadat pensó que podría reemplazar al Estado de Israel como aliado estratégico de Washington en la región y afianzar la hegemonía norteameri¬cana a través de una alianza tripartita con Arabia Sau¬dita y el "Sha" de Irán. El acuerdo de “Camp David” firmado con los israelíes tuvo como objetivo central afianzar la relación con la Casa Blanca y anular la creciente influencia del mayor factor revolucionario en la región, la Organización para la Liberación de Palestina liderada por Iasser Arafat.
Sin embargo, se consolidaron gobiernos autoritarios y corruptos en Irak, Egipto, Siria, Túnez o Argelia. Por el otro, monarquías hereditarias y represivas como la saudí, la jordana y la marroquí, o familias reales bañadas en petróleo con sus extravagantes golpes palaciegos donde los hijos deponen a sus padres para quedarse con el poder como en Omán o Catar. Durante unas décadas en la mayoría de los países se impuso una “estabilidad” autoritaria y el sueño de la “revolución” se esfumó.
Hasta que una chispa encendió la pradera como dice el antiguo proverbio chino. La revuelta popular en Túnez cambió todo el panorama. En tres semanas los tunecinos en las calles lograron la renuncia y posterior fuga del presidente Ben Ali. La mayoría de los gobernantes árabes y sus acólitos no creyeron que los afectaría, convencidos ilusoriamente que lo de Túnez era una “excepción”. Apenas diez días después millones se lanzaron a las calles en Egipto pidiendo la cabeza del presidente vitalicio Husni Mubarak.
Estamos asistiendo a unas movilizaciones sin precedentes en el mundo árabe que tienen como primer objetivo el desplazamiento de gobernantes atornillados a sus sillones. Pero está claro que el reclamo es mucho más profundo y ataca los cimientos de casi todos los regímenes árabes. Como si hubiera un brusco movimiento de las placas tectónicas se exige democracia, libertad de prensa, un cambio en las políticas económicas que dictan los organismos internacionales, distribución de la riqueza, mayor acceso a la educación, eliminación de la pobreza y un distanciamiento de la política instrumentada desde Washington o algunas capitales europeas. La revuelta en Túnez dejó en claro lo que en el mundo árabe todos saben respecto de los intereses de los países capitalistas desarrollados, muchos de los cuales ocuparon durante décadas el Medio Oriente y se lo repartieron en su beneficio. A los norteamericanos y europeos poco les importa el bienestar de las grandes mayorías árabes. Sí les interesa que les garanticen inversiones y fabulosas ganancias con la complicidad del Fondo Monetario Internacional que no se cansó de elogiar al gobierno de Túnez sabiendo que el Estado estaba manejado por una mafia familiar. Además, quieren que les aseguren el acceso al petróleo barato y que ningún país árabe ose cuestionar al Estado de Israel en su política represiva hacia los palestinos.
El mundo árabe estuvo siglos bajo el dominio del Imperio Otomano. Luego fue dividido y ocupado durante décadas por las potencias coloniales europeas. En el siglo veinte conoció monarquías dictatoriales y corruptas (muchas de las cuales todavía están allí), el fracaso del nacionalismo socializante de Nasser y movimientos islámicos a los cuales se les impidió gobernar.
El movimiento tectónico actual fue comparado por un diario saudí a las revoluciones burguesas de 1848 en Europa y la caída del muro de Berlín en 1989 que llevó a la disolución del bloque soviético. Esto es, una verdadera revolución que todavía cuesta saber cuál será su dimensión.
Nadie imaginaba que esto sucedería, que las grandes masas árabes aplastadas por décadas y lideradas ahora por una nueva generación de jóvenes levantaran cabeza. Y vaya que lo están haciendo. Debajo de las arenas del desierto los topos trágicos de Shakespeare que estuvieron excavando durante décadas sin poder salir a la superficie están muy cerca de encontrar una salida. Y si lo hacen, seguramente encontrarán a Marx diciendo “bien has cavado viejo topo!”