La gran mayoría de los medios de comunicación informa que los líderes del G-8 debaten en Francia sobre la situación en Libia y citan al presidente Nicolas Sarkozy diciendo “a Kadafi hay que decirle que se vaya, que deje el poder ya”. Paralelamente, se reúne la Unión Africana en Etiopía y allí los representantes de más de 50 países piden un cese de los bombardeos de la OTAN ya que sólo el diálogo puede permitir una solución política. Fuera del Africa muy pocos medios se hacen eco de la reunión. Algún ingenuo podría preguntar dónde está Libia, pero todos saben la respuesta. A los que bombardean Trípoli con el objetivo de matar a Muammar Kadafi poco parece importarles lo que piensen los africanos. El gabonés Jean Ping, al frente de la Unión Africana, lamentó que “algunos actores internacionales parecen negarle al Africa cualquier rol relevante en la búsqueda de una solución al conflicto”.
De hecho, vale la pena recordar que al momento de comenzar el Reino Unido y Francia con sus bombardeos el 19 de marzo una delegación africana del más alto nivel buscaba en Trípoli una resolución pacífica al enfrentamiento interno. Poco les importó.
El documento aprobado por la Unión africana dice claramente que quieren marginar al continente a pesar de que el conflicto los afecta principalmente a ellos porque decenas de miles de libios han abandonado su país para escapar de la guerra civil. Claro que ni en Túnez ni en Egipto se desgarran las vestiduras por la llegada de libios como lo hacen en Italia, donde no se acallan las voces racistas en protesta por el arribo de algunos africanos.
Es posible que Kadafi acepte una mediación africana y que la utilice para ganar tiempo y mantenerse en el poder. Pero los que iniciaron los bombardeos sobre Libia han caído en su propia trampa. Creyeron que el régimen del líder libio se desmoronaba y que quedarían como héroes con algunos ataques aéreos. Ahora no pueden aceptar nada que no sea el exilio de Kadafi. Y por supuesto, como tantas otras veces, poco les importa lo que piensen los africanos.