Así que el chico malo está muerto. Y para mostrar cuán nobles son aquellos que lo mataron dijeron que lo arrojaron al mar respetando el rito musulmán para que nadie diga que son unos salvajes. Nosotros –el bien- nos comportamos muy diferente a ellos, que son el mal. Así de sencillo. Desde el prestigioso columnista del New York Times Thomas Friedman hasta Barack Obama usan y abusan del término “the bad guys” (los chicos malos) para dividir al mundo con categoría simplistas e inmutables. Esto no es nuevo, ya hace cuarenta años Ariel Dorfman y Armand Mattelart lo explicaron de manera brillante en su famoso libro “Para leer al Pato Donald”. Esta visión absurda de la realidad puede convencer a gran parte de los estadounidenses, tan afectos a pensar en términos de buenos y malos. Difícilmente se detengan a pensar porqué muchos “chicos malos” fueron “buenos” mientras eran funcionales o aliados; desde Saddam Hussein hasta Bin Laden, antes de que éste se convirtiera en el enemigo público número uno.
Seguramente, cuando pase la euforia y el show mediático algún funcionario del Departamento de Estado revisará sus papeles y encontrará los motivos por los cuales el ignoto Bin Laden se convirtió en el terrorista más buscado sobre la tierra. Si lo hace, se dará cuenta que después de combatir a los soviéticos se sublevó contra la presencia de tropas norteamericanas en Arabia Saudita que llegaron con la excusa de que Saddam Hussein se había apoderado de Kuwait en agosto de 1990 y planeaba invadir también el reino de la dinastía Al Saud, algo que nunca sucedió. Si es astuto, se preguntará si tendrá algún efecto negativo que hoy haya más tropas que antes en el Golfo, ya que muchos de sus “buenos muchachos” están en Kuwait, Bahrein, Emiratos Arabes Unidos, Catar y Yemen. Recordará que una de las banderas de Bin Laden era la masacre de los musulmanes en Bosnia, pero rápidamente se dirá que allí la guerra ya ha finalizado. También se percatará de que los chechenos continúan en guerra, pero se dirá que es un problema ruso. Pensará que hay que resolver el conflicto palestino-israelí, pero como muy pocos palestinos recurren ahora a la violencia se tranquilizará porque el sentir de los árabes importa poco o nada en el Departamento de Estado, y sus jefes creerán que pueden seguir con su apoyo incondicional al Estado de Israel.
El problema surgirá cuando despliegue un mapa del mundo árabe y no sepa distinguir si los “buenos muchachos” son los gobernantes que se aferran al poder y reprimen a sus pueblos, o aquellos que los combaten. Y allí, tal vez tome conciencia de que matando a Bin Laden no han resuelto absolutamente nada.