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No le alcanzó a Eduardo Frei. Aunque su campaña para el ballotage tuvo el dinamismo que le faltó para la primera vuelta, no le alcanzó para remontar los 15 puntos que lo separaban de Sebastián Piñera. Marco Enriquez-Ominami (MEO), pocos días antes del día “D” dijo que votaría por Frei, pero dejó en libertad de acción a sus seguidores. Y como se preveía, una parte de los votos de MEO fueron para Piñera.
La derecha chilena está exultante. Por primera vez en más de cincuenta años ha regresado al poder por la vía de los votos, lo que representa toda una novedad para una generación de políticos chilenos que crecieron al amparo de los diecisiete años que duró la dictadura pinochetista. En esta “nueva” derecha encontramos una mezcla de antiguos seguidores y socios del general con dinámicos empresarios que crecieron durante los gobiernos de la Concertación. Estos buscan mostrar que son diferentes de sus socios más retrógrados que legaron la constitución pinochetista de 1980; la misma que la Concertación no se atrevió a modificar en los veinte años que gobernó. Cabe recordar que la misma fue aprobada después de un “plebiscito” que realizó la dictadura. Y aunque algunos analistas señalan que “la derecha intentó no ser derecha” en estas elecciones, si la Concertación no desmontó gran parte del andamiaje heredado de la dictadura, menos lo hará el nuevo gobierno con sus “técnicos” y “profesionales”. Más allá del carácter técnico y de eficiencia empresarial que Piñera le quiera dar a su gestión su sostén son los dos partidos de la derecha chilena, Renovación Nacional (RN) y la Unión Demócrata Independiente (UDI). Y este último, considerado el partido más ligado al pinochetismo, es la primera fuerza en el parlamento chileno.
Pero esta derecha no sabe lo que es gobernar en democracia. Todas las profundas reformas económicas que realizó Pinochet se hicieron sin debate ni oposición. Ahora tendrán oposición en el Parlamento y en las calles. Habrá que ver cómo reacciona.