Walesa 25 años después
(desde Gdansk)
En 1983 La academia sueca que otorga el premio Nobel de la paz decidió dárselo a Lech Walesa, un obrero polaco que trabajaba en los astilleros de la ciudad de Gdansk sobre el mar báltico. Walesa era el dirigente sindical que había puesto en jaque al gobierno polaco y –por ende- representaba una amenaza para todos los gobernantes de los países que conformaban entonces el bloque soviético.
Los burócratas que decían representar a la clase obrera y al socialismo no podían comprender como un obrero se había convertido en la principal figura de la oposición al régimen con su exigencia de construir un sindicato independiente del Estado. No lo acalló la cárcel ni un golpe de Estado y casi 10 millones de personas, un tercio de la población del país, se afiliaron al sindicato “Solidarnosc” (solidaridad) Los lideres del mundo capitalista y la Iglesia católica liderada por Juan Pablo II (de origen polaco) ni lerdos ni perezosos pusieron todos sus recursos a disposición de los trabajadores polacos y ayudaron a imprimirle un poderoso tinte anticomunista al movimiento de oposición. El general Jaruzelski, portando esos anteojos obscuros al estilo de Pinochet, con su represión, torpeza y absoluta falta de autoridad moral les había dejado la bandeja servida.
Mucha agua ha corrido bajo el puente. El muro de Berlín se desplomó y el retirado electricista pasó por la presidencia de su país sin pena ni gloria. Ahora, se dedica a dictar conferencias y preside una fundación que lleva su nombre.
Lech Walesa es hoy un “gordito” simpático y canoso de 62 años, que asombra por su baja estatura si se recuerda aquellas imágenes de antaño cuando emergía cual gigante al arengar a miles de trabajadores en las puertas del Astillero “Lenin”, rebautizado “Gdansk” y administrado por capitales privados de Ucrania.
En su oficina del centro antiguo de Gdansk aceptó un encuentro para conversar sobre cualquier tema, aunque el prefiere hablar del pasado. Algunas cuestiones del presente lo irritan sobremanera, y en especial el debate suscitado por un libro que lo acusa de haber colaborado con el régimen comunista cuando era joven. Además de negarlo una y otra vez no deja de señalar con picardía “yo mame el anticomunismo de la teta de mi madre”.
Su historia ya lo tiene en el panteón de los héroes nacionales polacos opacando a figuras de la talla de Chopin o Fahrenheit. El aeropuerto de la ciudad fue rebautizado con su nombre y su legendaria firma aparece garabateada en la pared de entrada.
Cuando habla del pasado se ilumina. Al fin y al cabo, es lo que lo sostiene aún hoy, casi treinta años después de haberse convertido en el centro de atención de la política mundial.
Walesa es un bromista nato. Cuando se despide de este cronista lo invita sonriente a una pulseada sobre su escritorio. A pesar del paso del tiempo su mano derecha todavía tiene la fuerza de alguien que trabajó muchos años en los astilleros. Sin embargo, su mayor fortaleza reside es haber torcido el rumbo de la historia del siglo veinte.
Pedro Brieger
miércoles, 17 de diciembre de 2008
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