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Hace aproximadamente un mes un diplomático de la República Dominicana decía que América Latina había hecho muy poco para aislar a los golpistas en Honduras y restituir al presidente Manuel Zelaya. Sabido es que cada país tiene un peso específico diferente y a nadie escapa que algunos tienen más peso que otros. Una semana después del golpe de Estado tan sólo Cristina Fernández, Rafael Correa y Fernando Lugo acompañaron a Zelaya en su frustrado intento por retornar en avión a Tegucigalpa. En esos días llamó mucho la atención el “perfil bajo” del presidente de Brasil Inacio Lula Da Silva. Si bien es cierto que Hugo Chávez amenazaba con derrocar al presidente golpista Roberto Micheletti y costaba sumarse a sus declaraciones, no es menos cierto que Lula parecía jugar un rol secundario en la crisis. Hasta que Zelaya apareció en Honduras, y en la embajada de Brasil. Cuesta creer que Zelaya entró clandestinamente a su país sin haber acordado antes con los brasileños su ingreso a la embajada para evitar su captura por parte de los golpistas ya que cualquier embajada es territorio extranjero y soberano. Esto quiere decir que Brasil decidió jugar fuerte en Honduras descolocando a los golpistas que no se cansan de repetir que detrás de Zelaya está Chávez. Pero meterse con Brasil es otra cosa. A diferencia de Chávez, que tiene ambiciones de liderazgo regional y un estilo de confrontación muy particular, Lula aspira colocar a Brasil en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y es considerado por todo el mundo como un líder “serio y responsable”.
No cabe la menor duda de que Chávez y Lula tienen políticas y estilos muy diferentes. Sin embargo, parecen coincidir más de lo que aparece a simple vista. Basta con mirar la postura de los dos gobiernos frente a algunos hechos recientes en América Latina. Ambos rechazan el bloqueo de Cuba, las bases militares en Colombia, la reactivación de la Cuarta Flota de los Estados Unidos y el golpe en Honduras. Dos días después del retorno de Zelaya el presidente de Brasil advirtió en la Asamblea general de Naciones Unidas que pueden proliferar los golpes de Estado. Chávez y Lula entienden que el éxito de estos golpistas puede alentar a otros, y que ambos –por distintas razones- están en la mira.