Después de meses de incertidumbre sobre el futuro de Libia el régimen de Muamar Kadafy se desmoronó en Trípoli mucho más rápido de lo que se pensaba, cuando la situación político-militar parecía empatada. Los rebeldes controlaban Bengazi, la segunda ciudad del país, y los leales a Kadafy parecían atrincherados en la capital con suficiente apoyo popular como para resistir mucho tiempo. En Europa y Estados Unidos se realizaron numerosos seminarios para analizar el escenario “post Kadafi” y pocos aventuraban cambios sustanciales en los próximos dos o tres años. ¿Qué permitió el rápido avance de las tropas rebeldes? Es difícil brindar ahora una respuesta acabada, pero es posible que en la sangría de sus propios hombres esté parte de la misma, además de la importancia de los bombardeos de la OTAN que fueron minando el poderío bélico de Kadafi. Desde que comenzó la rebelión Kadafi perdió a varios ministros de primera línea que se pasaron a la oposición, así como antiguos funcionarios, militares, embajadores y compañeros de armas, incluso de la revolución que lideró en 1969.
Algunos comparan la situación en Libia con la de Saddam Hussein en Irak. Sin embargo son más las diferencias que las similitudes. En Irak no hubo una revuelta popular, la inmensa mayoría de los ministros y funcionarios se mantuvieron al lado de Saddam Hussein hasta el final y éste fue derrocado por la intervención militar extranjera. En Libia, por el contrario, estalló una rebelión popular en febrero directamente influenciada por las revueltas en Túnez y Egipto y con motivos muy similares a los que movilizaron a millones en todo el mundo árabe. Ante la respuesta represiva de Kadafi y sus amenazas públicas de arrasar con el país decenas de funcionarios comenzaron a abandonar el barco cuando vieron que la OTAN intervenía al lado de los rebeldes. Salvo una tibia intervención de la Unión Africana para evitar la continuidad de la guerra civil y que no prosperó, a Kadafy lo abandonaron sus compañeros de la primera hora, sus más cercanos colaboradores y sus nuevos “amigos” europeos y norteamericanos que le toleraron sus excentricidades en estos últimos años. En algo se parece a Saddam Hussein. Como en su momento pasó con el iraquí, ahora Muamar Kadafy parece que se quedó sólo, esperando su triste y solitario final.
domingo, 28 de agosto de 2011
viernes, 19 de agosto de 2011
Chile es un país en ebullición
La protesta de los secundarios y universitarios se ha extendido de tal manera, que el gobierno del presidente Sebastián Piñera ahora tiene numerosos frentes abiertos. Ya no son solamente los estudiantes los que se movilizan.
Después de la dura represión policial del 4 de agosto contra una marcha de estudiantes, un cacerolazo masivo de repudio estalló a lo largo del país como no se había escuchado en más de veinte años.
Y las cacerolas no se guardaron, suenan durante todo el día en diferentes lugares.
Caminando por el centro de la capital uno también puede escuchar por doquier el irritante sonido de las vuvuzelas que hacen sonar los trabajadores en paro del Banco de Chile frente a muchas sucursales, aunque la mayoría de los medios de comunicación ni lo mencionen.
No es casual que en las marchas se cante “la tele miente”. Y en la plaza del coqueto barrio bohemio de Ñuñoa alrededor de las nueve de la noche decenas de personas se juntan y simplemente cacerolean. Ni hace falta decir por qué, todos entienden a quién va dirigido el cacerolazo.
Y a esto se le suma la convocatoria a un paro nacional el 24 y 25 de agosto de la Central Unitaria de los Trabajadores (CUT), con reclamos que van desde la estatización del sistema privado de jubilación hasta la eliminación de la Constitución aprobada durante la dictadura.
Además, la semana próxima culminará una de las protestas más originales que comenzó el 13 de junio, cuando unos estudiantes comenzaron a correr la “maratón de las 1.800 horas” alrededor del Palacio de la Moneda; y lo hacen flameando banderas durante las 24 horas, sin parar.
Aseguran que con 1.800 millones de dólares se podría financiar la educación de 300.000 jóvenes en un año, y que ese número equivale a un tercio de lo que gasta el Estado en doce meses en las Fuerzas Armadas.
El gobierno no sabe qué hacer, está a la defensiva y carece de iniciativa para generar propuestas, como lo reconocen con preocupación editoriales y columnistas de los diarios El Mercurio, La Tercera o el Diario Financiero.
Algunos dicen que hay un “Chile quebrado y en presencia de un inevitable choque de trenes”(DF), que el gobierno “está siendo acorralado”(EM) o “continuamente sobrepasado por los hechos”(LT).
Otros advierten que “no se puede admitir indefinidamente presión de muchedumbres y barbarie de exaltados”(EM).
En este contexto es muy preocupante que ante un nuevo aniversario del golpe de Estado de 1973 el alcalde de Santiago, Pablo Zalaquett, dijera hace unos días que si con las fuerzas policiales no alcanza “tendrán que pedir ayuda a las Fuerzas Armadas”. ¿Será este el choque de trenes que se avecina en Chile?.
Después de la dura represión policial del 4 de agosto contra una marcha de estudiantes, un cacerolazo masivo de repudio estalló a lo largo del país como no se había escuchado en más de veinte años.
Y las cacerolas no se guardaron, suenan durante todo el día en diferentes lugares.
Caminando por el centro de la capital uno también puede escuchar por doquier el irritante sonido de las vuvuzelas que hacen sonar los trabajadores en paro del Banco de Chile frente a muchas sucursales, aunque la mayoría de los medios de comunicación ni lo mencionen.
No es casual que en las marchas se cante “la tele miente”. Y en la plaza del coqueto barrio bohemio de Ñuñoa alrededor de las nueve de la noche decenas de personas se juntan y simplemente cacerolean. Ni hace falta decir por qué, todos entienden a quién va dirigido el cacerolazo.
Y a esto se le suma la convocatoria a un paro nacional el 24 y 25 de agosto de la Central Unitaria de los Trabajadores (CUT), con reclamos que van desde la estatización del sistema privado de jubilación hasta la eliminación de la Constitución aprobada durante la dictadura.
Además, la semana próxima culminará una de las protestas más originales que comenzó el 13 de junio, cuando unos estudiantes comenzaron a correr la “maratón de las 1.800 horas” alrededor del Palacio de la Moneda; y lo hacen flameando banderas durante las 24 horas, sin parar.
Aseguran que con 1.800 millones de dólares se podría financiar la educación de 300.000 jóvenes en un año, y que ese número equivale a un tercio de lo que gasta el Estado en doce meses en las Fuerzas Armadas.
El gobierno no sabe qué hacer, está a la defensiva y carece de iniciativa para generar propuestas, como lo reconocen con preocupación editoriales y columnistas de los diarios El Mercurio, La Tercera o el Diario Financiero.
Algunos dicen que hay un “Chile quebrado y en presencia de un inevitable choque de trenes”(DF), que el gobierno “está siendo acorralado”(EM) o “continuamente sobrepasado por los hechos”(LT).
Otros advierten que “no se puede admitir indefinidamente presión de muchedumbres y barbarie de exaltados”(EM).
En este contexto es muy preocupante que ante un nuevo aniversario del golpe de Estado de 1973 el alcalde de Santiago, Pablo Zalaquett, dijera hace unos días que si con las fuerzas policiales no alcanza “tendrán que pedir ayuda a las Fuerzas Armadas”. ¿Será este el choque de trenes que se avecina en Chile?.
jueves, 18 de agosto de 2011
En Chile los estudiantes no ceden
Recorrer Santiago en estos días es una experiencia de conflictividad social que se aparece en cualquier momento y a cualquier hora. Aunque nadie sabe exactamente cuantos son los colegios y universidades tomados, son tantos que uno tiene la sensación que están a la vuelta de cualquier esquina. Gigantes carteles cuelgan de numerosos edificios con consignas que van desde el reclamo de eliminar el lucro en un sistema educativo hasta la convocatoria de un plebiscito para que la ciudadanía decida si la educación debe ser pública y gratuita, un reclamo que cada día se extiende a más sectores sociales.
Cruzar la puerta de un colegio tomado es entrar a otro mundo. En varios están las sillas de los pupitres montados unos sobre otros formando barricadas y hay que encontrar un hueco para ingresar. En el Liceo Nº 1, en pleno centro de Santiago son jovencitas adolescentes las que administran la escuela con una seriedad que asombra por la edad de quienes ahora están al mando. Los afiches hechos a mano advierten que allí no se toma alcohol y que las puertas se cierran a la medianoche, como para que nadie crea que esto es un juego de niñas malcriadas. Atienden a los visitantes con seriedad y en el recorrido van mostrando los daños que dejó el último terremoto y que todavía no han sido reparados. Su explicación de porqué no están dispuestos a ceder ni un ápice en sus reclamos denota un gran conocimiento de sistema educativo que quieren cambiar. En muchos de los colegios tomados los jóvenes reciben el apoyo de sus padres y juntos organizan asambleas para decidir qué hacer día a día, aunque la última palabra parecen tenerla los más jóvenes. Es el caso de más de veinte estudiantes que decidieron iniciar una huelga de hambre ya hace más de un mes. Algunos la han abandonado, pero otros dicen que dejarán de ingerir líquidos, lo que representa un real riesgo de muerte. Camila Quintanilla estudia en el Liceo Darío Salas y es una de las huelguistas. Con absoluta frialdad asegura que está dispuesta ir hasta el final si el gobierno no acepta sus reclamos.
En las universidades se vive un clima parecido y algunas muy emblemáticas y tradicionales también se han sumado a las tomas como la Pontificia Universidad Católica –la PUC como le dicen aquí- que recién fue tomada hace unos días. A la noche el control es muy riguroso. Nadie quiere ningún problema y los infiltrados de la policía en algunas marchas provocando disturbios los mantiene en alerta.
Hoy, jueves 18 de agosto marchan otra vez en defensa de la educación pública. Exigen recorrer toda la Alameda que pasa frente al Palacio de La Moneda pero el gobierno de Sebastián Piñera no los quiere dejar marchar por allí y siempre les cambia el recorrido. Como en la Puerta del Sol en Madrid o la plaza Tajrir en El Cairo hay una pelea por ver quien controla el lugar más emblemático de la capital, porque con los símbolos también se ganan las batallas.
Cruzar la puerta de un colegio tomado es entrar a otro mundo. En varios están las sillas de los pupitres montados unos sobre otros formando barricadas y hay que encontrar un hueco para ingresar. En el Liceo Nº 1, en pleno centro de Santiago son jovencitas adolescentes las que administran la escuela con una seriedad que asombra por la edad de quienes ahora están al mando. Los afiches hechos a mano advierten que allí no se toma alcohol y que las puertas se cierran a la medianoche, como para que nadie crea que esto es un juego de niñas malcriadas. Atienden a los visitantes con seriedad y en el recorrido van mostrando los daños que dejó el último terremoto y que todavía no han sido reparados. Su explicación de porqué no están dispuestos a ceder ni un ápice en sus reclamos denota un gran conocimiento de sistema educativo que quieren cambiar. En muchos de los colegios tomados los jóvenes reciben el apoyo de sus padres y juntos organizan asambleas para decidir qué hacer día a día, aunque la última palabra parecen tenerla los más jóvenes. Es el caso de más de veinte estudiantes que decidieron iniciar una huelga de hambre ya hace más de un mes. Algunos la han abandonado, pero otros dicen que dejarán de ingerir líquidos, lo que representa un real riesgo de muerte. Camila Quintanilla estudia en el Liceo Darío Salas y es una de las huelguistas. Con absoluta frialdad asegura que está dispuesta ir hasta el final si el gobierno no acepta sus reclamos.
En las universidades se vive un clima parecido y algunas muy emblemáticas y tradicionales también se han sumado a las tomas como la Pontificia Universidad Católica –la PUC como le dicen aquí- que recién fue tomada hace unos días. A la noche el control es muy riguroso. Nadie quiere ningún problema y los infiltrados de la policía en algunas marchas provocando disturbios los mantiene en alerta.
Hoy, jueves 18 de agosto marchan otra vez en defensa de la educación pública. Exigen recorrer toda la Alameda que pasa frente al Palacio de La Moneda pero el gobierno de Sebastián Piñera no los quiere dejar marchar por allí y siempre les cambia el recorrido. Como en la Puerta del Sol en Madrid o la plaza Tajrir en El Cairo hay una pelea por ver quien controla el lugar más emblemático de la capital, porque con los símbolos también se ganan las batallas.
lunes, 15 de agosto de 2011
¿Hacia la refundación de Chile?
Seguramente cuando los estudiantes secundarios chilenos comenzaron a tomar los colegios en junio con reivindicaciones puntuales estaban muy lejos de imaginar que sus reclamos pondrían en jaque al sistema político en su conjunto.
Al poco tiempo se sumaron los universitarios y otras voces en apoyo a la consigna de una educación pública y gratuita. Es muy posible que también los funcionarios del gobierno pensaran que la protesta era similar a la protagonizada por los “pingüinos” en 2006 cuando reclamaron reformas edilicias en los colegios o el transporte público gratuito para todo el año.
El gobierno del presidente Sebastián Piñera creyó que le sería fácil deslegitimar al movimiento estudiantil asociando las tomas de los colegios y las marchas callejeras con la violencia. Sin embargo, el ingenio y creatividad de los estudiantes al impulsar protestas originales, pacíficas e incluso divertidas, permitió que vastos sectores de la población se sumaran al reclamo.
El gobierno no comprendió la corriente de simpatía que se había generado y con el apoyo de los principales medios de comunicación insistió en que la protesta era violenta y minoritaria. Pero al poco tiempo tuvo que renunciar el ministro de educación Joaquín Lavín.
Propuesta va, propuesta viene, el gobierno sólo atina a plantear que se acabe el caos, que los estudiantes levanten todas las tomas, retomen sus estudios y esperen que alguna comisión del Congreso incorpore a su agenda algunos puntos específicos de los reclamos.
En realidad, el gobierno de Sebastián Piñera ha comprendido que la dinámica de la lucha estudiantil excede la reforma del sistema educativo e implica un cuestionamiento del sistema político heredado de la dictadura. Por esta razón no puede aceptar la propuesta de un plebiscito sobre la educación.
Esto podría provocar un debate sobre todo aquello que la dictadura impuso, justamente sin confrontación de ideas. Si hubiera habido un debate democrático difícilmente se hubieran aprobado las ideas que traían los civiles que acompañaron a los militares.
En este contexto un plebiscito tiene un sentido profundamente democratizador para la sociedad chilena, porque obligaría a debatir desde la educación y la salud hasta el régimen de pensiones y la constitución aprobada en 1980 durante la dictadura.
Por otra parte, si los ministros y funcionarios del gobierno no suelen mencionar que la dictadura cambió las reglas de juego que existieron durante décadas en Chile es, entre otras cosas, porque muchos de ellos fueron parte de la dictadura o se identificaron con sus postulados. Abrir un debate sobre la educación e impulsar otro sobre la constitución tiene hoy un sentido fundacional para Chile.
Los diferentes actores, que incluye a los medios de comunicación que apoyaron el golpe de Estado de 1973, están tomando consciencia del momento histórico que están viviendo y que los jóvenes han abierto la caja de Pandora. Porque se trata, ni más ni menos, de la refundación de Chile.
Al poco tiempo se sumaron los universitarios y otras voces en apoyo a la consigna de una educación pública y gratuita. Es muy posible que también los funcionarios del gobierno pensaran que la protesta era similar a la protagonizada por los “pingüinos” en 2006 cuando reclamaron reformas edilicias en los colegios o el transporte público gratuito para todo el año.
El gobierno del presidente Sebastián Piñera creyó que le sería fácil deslegitimar al movimiento estudiantil asociando las tomas de los colegios y las marchas callejeras con la violencia. Sin embargo, el ingenio y creatividad de los estudiantes al impulsar protestas originales, pacíficas e incluso divertidas, permitió que vastos sectores de la población se sumaran al reclamo.
El gobierno no comprendió la corriente de simpatía que se había generado y con el apoyo de los principales medios de comunicación insistió en que la protesta era violenta y minoritaria. Pero al poco tiempo tuvo que renunciar el ministro de educación Joaquín Lavín.
Propuesta va, propuesta viene, el gobierno sólo atina a plantear que se acabe el caos, que los estudiantes levanten todas las tomas, retomen sus estudios y esperen que alguna comisión del Congreso incorpore a su agenda algunos puntos específicos de los reclamos.
En realidad, el gobierno de Sebastián Piñera ha comprendido que la dinámica de la lucha estudiantil excede la reforma del sistema educativo e implica un cuestionamiento del sistema político heredado de la dictadura. Por esta razón no puede aceptar la propuesta de un plebiscito sobre la educación.
Esto podría provocar un debate sobre todo aquello que la dictadura impuso, justamente sin confrontación de ideas. Si hubiera habido un debate democrático difícilmente se hubieran aprobado las ideas que traían los civiles que acompañaron a los militares.
En este contexto un plebiscito tiene un sentido profundamente democratizador para la sociedad chilena, porque obligaría a debatir desde la educación y la salud hasta el régimen de pensiones y la constitución aprobada en 1980 durante la dictadura.
Por otra parte, si los ministros y funcionarios del gobierno no suelen mencionar que la dictadura cambió las reglas de juego que existieron durante décadas en Chile es, entre otras cosas, porque muchos de ellos fueron parte de la dictadura o se identificaron con sus postulados. Abrir un debate sobre la educación e impulsar otro sobre la constitución tiene hoy un sentido fundacional para Chile.
Los diferentes actores, que incluye a los medios de comunicación que apoyaron el golpe de Estado de 1973, están tomando consciencia del momento histórico que están viviendo y que los jóvenes han abierto la caja de Pandora. Porque se trata, ni más ni menos, de la refundación de Chile.
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