En muchas oportunidades se presentan los asesinatos cometidos por individuos de extrema derecha como arranques de locura aislados. Es lo que está argumentando el abogado de Anders Breivick en Noruega.
Más allá de cuestiones psicológicas que puedan existir no cabe la menor duda de que estamos frente a un crimen político producto del inflamado discurso en contra de los inmigrantes en general -y los musulmanes y los árabes en particular- en Europa.
Varios partidos de derecha han condenado la matanza y han salido rápidamente a decir que ellos “no tenían nada que ver” con tal acto de fanatismo. Si bien es cierto que los partidos de la derecha europea en su mayoría están muy lejos de propiciar la expulsión masiva de los inmigrantes, no es menos cierto que dicen que los extranjeros deben adaptarse a las sociedades en las cuales viven, o abandonarlas.
Cuando la canciller alemana Angela Merkel asegura que el “multiculturalismo” ha fracasado es porque considera que no pueden convivir en su país culturas y religiones diferentes porque los “otros” (en este caso los turcos-musulmanes) tienen costumbres y hábitos que no hacen a la tradición alemana.
Los partidos de la derecha tradicional saben que no es políticamente correcto plantear la expulsión de estos inmigrantes que –en algunos países- ya son millones y han llegado para quedarse. Comprenden que Europa ha cambiado pero no saben cómo resolver “el problema”. Se puede expulsar a algunos cientos de libios, rumanos o gitanos, pero deportar a millones es imposible.
Los partidos de extrema derecha han crecido justamente por las contradicciones de la derecha tradicional que cada vez adopta más el discurso racista de los primeros, pero no pueden actuar en concordancia con lo que plantean. Y cuando algunos de los partidos de extrema derecha también se institucionalizan y no salen a la caza del inmigrante, se le abren las puertas a individuos seducidos por escritores y blogueros en internet dedicados a demonizar a musulmanes y árabes como si estos estuvieran a punto de conquistar el mundo occidental.
Su influencia es tan grande en la construcción de rumores y mentiras que incluso Barack Obama se vio obligado a decir durante su campaña electoral en 2008 que no era musulmán. Tampoco le alcanzó. Un año y medio después de asumir como presidente varias encuestas señalaron que había crecido el porcentaje de aquellos que creían que sí era musulmán.
Así se van creando los imaginarios colectivos, hasta que alguien decide actuar por su cuenta. Como en Noruega.
domingo, 31 de julio de 2011
martes, 12 de julio de 2011
Los “indignados” españoles llegaron para quedarse (Desde Madrid)
La Puerta del Sol en el corazón de Madrid hoy se asemeja muy poco a la clásica postal que ofrecen los folletos turísticos españoles. La estatua ecuestre de Carlos III, rey de España, está revestida de consignas anticapitalistas y a su pie una baldosa artesanal pegada a la verja dice “dormíamos, despertamos y aquí estamos!! Plaza tomada”.
Seguramente para muchos visitantes que pasan por allí es difícil comprender qué sucede en la plaza más céntrica y famosa de Madrid. Y esto no es nada comparado con el mes de mayo, cuando “Sol” -como la llaman familiarmente- era el centro de la protesta de los indignados y miles de personas la ocupaban día y noche. Aquí nació todo.
Tres meses después el movimiento se ha transformado y ahora Sol durante el día es más que nada un centro de información que le permite a uno acercarse y preguntar donde hay alguna actividad de las asambleas. El movimiento asambleario no desapareció como creyó el gobierno; todo lo contrario, se transformó y se trasladó a los barrios, y sólo en Madrid hay más de cien asambleas funcionando.
Al caer la noche este centro turístico de Madrid adquiere tintes surrealistas. Por un lado hay norteamericanos o rusos escuchando un grupo de mariachis y comprándole carteras baratas a unos senegaleses, siempre prontos a salir corriendo cuando ven a la policía. Por el otro, decenas de manifestantes dan vueltas a la plaza con una bandera que dice “contra la impunidad, solidaridad con las víctimas del franquismo”. En cualquiera de las peatonales que desembocan en Sol se pueden ver grupitos de personas sentadas en ronda en el piso debatiendo sobre el futuro de España. Son las comisiones de las asambleas que discuten desde el capitalismo, el poder de los bancos, la necesidad de organizar un referéndum sobre las reformas laborales o una huelga general contra el gobierno, hasta sencillas cuestiones técnicas de cómo pintar un mural.
Un argentino que haya participado en las asambleas vecinales que surgieron en Buenos Aires durante la crisis de 2001 encontrará muchas similitudes entre los dos movimientos asamblearios. Pero hay una diferencia notable. En la Argentina se salía de una década de hegemonía neoliberal y casi no había espejos en los cuales mirarse. En España, a pesar del bombardeo mediático de los grandes medios contra las experiencias progresistas latinoamericanas, algunos ya están comenzando a preguntarse cómo lo lograron.
En uno de los carteles alguien escribió “No podrán pararnos. Lo queremos todo y mucho más.” Difícil saber adónde llegarán, pero esto también va muy en serio.
Seguramente para muchos visitantes que pasan por allí es difícil comprender qué sucede en la plaza más céntrica y famosa de Madrid. Y esto no es nada comparado con el mes de mayo, cuando “Sol” -como la llaman familiarmente- era el centro de la protesta de los indignados y miles de personas la ocupaban día y noche. Aquí nació todo.
Tres meses después el movimiento se ha transformado y ahora Sol durante el día es más que nada un centro de información que le permite a uno acercarse y preguntar donde hay alguna actividad de las asambleas. El movimiento asambleario no desapareció como creyó el gobierno; todo lo contrario, se transformó y se trasladó a los barrios, y sólo en Madrid hay más de cien asambleas funcionando.
Al caer la noche este centro turístico de Madrid adquiere tintes surrealistas. Por un lado hay norteamericanos o rusos escuchando un grupo de mariachis y comprándole carteras baratas a unos senegaleses, siempre prontos a salir corriendo cuando ven a la policía. Por el otro, decenas de manifestantes dan vueltas a la plaza con una bandera que dice “contra la impunidad, solidaridad con las víctimas del franquismo”. En cualquiera de las peatonales que desembocan en Sol se pueden ver grupitos de personas sentadas en ronda en el piso debatiendo sobre el futuro de España. Son las comisiones de las asambleas que discuten desde el capitalismo, el poder de los bancos, la necesidad de organizar un referéndum sobre las reformas laborales o una huelga general contra el gobierno, hasta sencillas cuestiones técnicas de cómo pintar un mural.
Un argentino que haya participado en las asambleas vecinales que surgieron en Buenos Aires durante la crisis de 2001 encontrará muchas similitudes entre los dos movimientos asamblearios. Pero hay una diferencia notable. En la Argentina se salía de una década de hegemonía neoliberal y casi no había espejos en los cuales mirarse. En España, a pesar del bombardeo mediático de los grandes medios contra las experiencias progresistas latinoamericanas, algunos ya están comenzando a preguntarse cómo lo lograron.
En uno de los carteles alguien escribió “No podrán pararnos. Lo queremos todo y mucho más.” Difícil saber adónde llegarán, pero esto también va muy en serio.
sábado, 9 de julio de 2011
El colonialismo sigue vigente en Gibraltar (desde Gibraltar)
Las potencias coloniales que se disputaron y repartieron gran parte del planeta entre los siglos XVIII y XX no sólo tuvieron conflictos con las poblaciones locales, sino también entre ellas, algunos de los cuales todavía perduran. España considera que los territorios de Ceuta y Melilla en el norte de Afrecha le pertenecen y no está dispuesto a ningún tipo de negociación con Marruecos, pero reclama que los británicos se retiren de Gibraltar. Paradojas de la historia.
Gibraltar es hoy una diminuta ciudad más conocida por su peñón de 400 metros de altura que sobresale y está justo frente a Ceuta cruzando el estrecho. Una leyenda dice que Hércules con su fuerza separó la tierra para dejar pasar las aguas y por eso en ambas ciudades hay estatuas de Hércules haciendo fuerza para separar dos columnas. Si controlar el estrecho de por sí fue un objetivo estratégico, el inaccesible peñón se convirtió en una fortaleza que los británicos supieron conquistar y convertir en parte integral del Reino Unido en 1713. Sin embargo, el Comité de Descolonización de Naciones Unidas creado en 1961 considera que Gibraltar tiene un estatus similar al de las islas Malvinas y que debe ser restituido a quien posee una continuidad territorial, en este caso, España.
Para llegar a Gibraltar se puede tomar alguno de los vuelos que provienen de Londres, Liverpool o Manchester. Claro que es más sencillo ir a la ciudad española de Algeciras y allí tomar un autobús que lo deje a uno en un pueblo llamado “La Línea de la Concepción”, o simplemente “Línea”. Efectivamente, España aquí está separada del Reino Unido por una línea que ahora es una verja de unos 500 metros que hace de frontera y está a la entrada de la península. Esta tiene unos 5 kilómetros de largo por unos 600 metros de ancho, y un total de menos de 7 km cuadrados. Desde 1982 se puede pasar desde España, pero durante años estuvo cerrada a cal y canto y los gibralteños vivían con temor de que Francisco Franco intentara alguna aventura militar para recuperarla apelando a un discurso nacionalista.
Al cruzar la frontera se llega a una apacible ciudad británica de treinta mil habitantes que vive básicamente del turismo y actividades financieras. Es tan pequeña Gibraltar que al entrar y tomar la Winston Churchil Avenue se atraviesa la pista del aeropuerto y hay que prestar atención que no pase ningún avión. Inmediatamente se respira el típico ambiente de una ciudad británica con sus famosas cabinas telefónicas rojas, el buzón del mismo color y muchos restaurantes cuya especialidad –como no podía ser de otra manera- es “fish and chips” (pescado frito con papas fritas) aunque atendidos por mozos españoles o marroquíes. Del lado de la bahía de Algeciras están el pueblo y su puerto, y del otro -donde el peñón se eleva casi verticalmente desde el mar- apenas unas pocas edificaciones turísticas sobre las playas.
Los gibralteños se sienten parte del Reino Unido y lo han expresado en más de una oportunidad cuando se realizaron plebiscitos y fueron consultados al respecto. En pocas palabras, no quieren saber nada con una soberanía española, ni siquiera compartida. Aunque España invoque sus derechos naturales sobre toda la península el gobierno de su majestad hace valer su poderoso pasado colonial, su poderío y orgullo para hacer oídos sordos al reclamo. Como los españoles con Marruecos por Ceuta y Melilla.
Gibraltar es hoy una diminuta ciudad más conocida por su peñón de 400 metros de altura que sobresale y está justo frente a Ceuta cruzando el estrecho. Una leyenda dice que Hércules con su fuerza separó la tierra para dejar pasar las aguas y por eso en ambas ciudades hay estatuas de Hércules haciendo fuerza para separar dos columnas. Si controlar el estrecho de por sí fue un objetivo estratégico, el inaccesible peñón se convirtió en una fortaleza que los británicos supieron conquistar y convertir en parte integral del Reino Unido en 1713. Sin embargo, el Comité de Descolonización de Naciones Unidas creado en 1961 considera que Gibraltar tiene un estatus similar al de las islas Malvinas y que debe ser restituido a quien posee una continuidad territorial, en este caso, España.
Para llegar a Gibraltar se puede tomar alguno de los vuelos que provienen de Londres, Liverpool o Manchester. Claro que es más sencillo ir a la ciudad española de Algeciras y allí tomar un autobús que lo deje a uno en un pueblo llamado “La Línea de la Concepción”, o simplemente “Línea”. Efectivamente, España aquí está separada del Reino Unido por una línea que ahora es una verja de unos 500 metros que hace de frontera y está a la entrada de la península. Esta tiene unos 5 kilómetros de largo por unos 600 metros de ancho, y un total de menos de 7 km cuadrados. Desde 1982 se puede pasar desde España, pero durante años estuvo cerrada a cal y canto y los gibralteños vivían con temor de que Francisco Franco intentara alguna aventura militar para recuperarla apelando a un discurso nacionalista.
Al cruzar la frontera se llega a una apacible ciudad británica de treinta mil habitantes que vive básicamente del turismo y actividades financieras. Es tan pequeña Gibraltar que al entrar y tomar la Winston Churchil Avenue se atraviesa la pista del aeropuerto y hay que prestar atención que no pase ningún avión. Inmediatamente se respira el típico ambiente de una ciudad británica con sus famosas cabinas telefónicas rojas, el buzón del mismo color y muchos restaurantes cuya especialidad –como no podía ser de otra manera- es “fish and chips” (pescado frito con papas fritas) aunque atendidos por mozos españoles o marroquíes. Del lado de la bahía de Algeciras están el pueblo y su puerto, y del otro -donde el peñón se eleva casi verticalmente desde el mar- apenas unas pocas edificaciones turísticas sobre las playas.
Los gibralteños se sienten parte del Reino Unido y lo han expresado en más de una oportunidad cuando se realizaron plebiscitos y fueron consultados al respecto. En pocas palabras, no quieren saber nada con una soberanía española, ni siquiera compartida. Aunque España invoque sus derechos naturales sobre toda la península el gobierno de su majestad hace valer su poderoso pasado colonial, su poderío y orgullo para hacer oídos sordos al reclamo. Como los españoles con Marruecos por Ceuta y Melilla.
Ceuta, entre España y Marruecos (desde Ceuta)
Un recorrido por Marruecos permite percibir de manera tangible el significado de los términos colonias y colonialismo. En el sur los españoles ocuparon lo que llamaban el “Sahara español” y su retiro en 1975 ha dejado un conflicto complejo que todavía se debate en las Naciones Unidas, mientras que el norte fue terreno de disputas de casi todas las potencias coloniales con la población local, y entre sí. Justo en el extremo norte del Africa -donde se unen el océano Atlántico y el mar Mediterráneo y se forma el estrecho de Gibraltar- está la ciudad de Tánger. En realidad, la ciudad se llama “tanya” en árabe (con “ye” a la argentina). Seguramente la dificultad de los franceses de pronunciar esa última letra “a” mezclada con una “hache” final árabe llevó a que los franceses la hicieran conocida en Europa como Tánger. Esta antigua y estratégica ciudad fue disputada por españoles, franceses y británicos que la ocuparon en diferentes momentos. Todavía se pueden ver edificios de estilo británico y el cine Cervantes mezclados con carteles en francés que -aunque no es idioma oficial- es la segunda lengua del país después del árabe. A una hora de viaje de Tánger, sobre el Mediterráneo está la ciudad de Cebta, rebautizada Ceuta por los españoles, uno de los enclaves coloniales que España todavía tiene en el norte de África junto a Melilla. El gobierno marroquí reclama en todos los foros internacionales que España se retire, pero esto siempre recibe una tajante respuesta negativa de Madrid.
La sensación es extraña cuando uno recorre pequeños pueblos marroquíes sobre la costa del Mediterráneo y de repente llega a una península que es toda española. En el único puesto fronterizo que existe hay miles de marroquíes que van y vienen para comprar todo tipo de productos a bajo precio en Ceuta y venderlos más caros al regresar. Se pueden ver desde mujeres cargando bolsas repletas de jugos de frutas hasta jóvenes que improvisan mochilas con cajas que contienen jabón en polvo para el lavarropas.
Ceuta es una península montañosa de unos 10 kilómetros de largo y apenas 300 metros de ancho en el centro de la ciudad. Aunque gran parte de la población es marroquí aquí no hay zoco árabe ni gente en la calle vendiendo higos, melones o lo que tengan a mano como del otro lado de la frontera donde el comercio informal es parte fundamental de la economía. Ceuta parece un pequeño y típico pueblo español de unos 80 mil habitantes con su Gran Vía y sus bares de tapas donde venden cerveza y el jamón ibérico, algo difícil de encontrar en Marruecos porque los musulmanes tienen prohibido tomar alcohol y consumir cerdo.
La vida de los ceutíes no es fácil, enfrente está la ciudad de Algeciras, pero para llegar a ella se debe cruzar el estrecho de Gibraltar en barco. A la ciudad de Melilla casi ni la conocen porque no hay barcos o vuelos directos, y si quieren llegar en automóvil deben viajar unos 500 kilómetros por territorio marroquí. A sus espaldas está Marruecos, el Africa, con todo lo que significa para los españoles, y que visitan sólo si es estrictamente necesario, como si fuera un mundo ajeno a ellos. Si hasta el rey los visitó por primera vez recién en 2007, setenta y cuatro años después de la visita de otro jefe de Estado español. Así es la vida en un enclave colonial, uno no es ni de aquí ni de allá.
La sensación es extraña cuando uno recorre pequeños pueblos marroquíes sobre la costa del Mediterráneo y de repente llega a una península que es toda española. En el único puesto fronterizo que existe hay miles de marroquíes que van y vienen para comprar todo tipo de productos a bajo precio en Ceuta y venderlos más caros al regresar. Se pueden ver desde mujeres cargando bolsas repletas de jugos de frutas hasta jóvenes que improvisan mochilas con cajas que contienen jabón en polvo para el lavarropas.
Ceuta es una península montañosa de unos 10 kilómetros de largo y apenas 300 metros de ancho en el centro de la ciudad. Aunque gran parte de la población es marroquí aquí no hay zoco árabe ni gente en la calle vendiendo higos, melones o lo que tengan a mano como del otro lado de la frontera donde el comercio informal es parte fundamental de la economía. Ceuta parece un pequeño y típico pueblo español de unos 80 mil habitantes con su Gran Vía y sus bares de tapas donde venden cerveza y el jamón ibérico, algo difícil de encontrar en Marruecos porque los musulmanes tienen prohibido tomar alcohol y consumir cerdo.
La vida de los ceutíes no es fácil, enfrente está la ciudad de Algeciras, pero para llegar a ella se debe cruzar el estrecho de Gibraltar en barco. A la ciudad de Melilla casi ni la conocen porque no hay barcos o vuelos directos, y si quieren llegar en automóvil deben viajar unos 500 kilómetros por territorio marroquí. A sus espaldas está Marruecos, el Africa, con todo lo que significa para los españoles, y que visitan sólo si es estrictamente necesario, como si fuera un mundo ajeno a ellos. Si hasta el rey los visitó por primera vez recién en 2007, setenta y cuatro años después de la visita de otro jefe de Estado español. Así es la vida en un enclave colonial, uno no es ni de aquí ni de allá.
lunes, 4 de julio de 2011
La mayoría en Marruecos vota junto a su rey (desde Rabat)
El resultado del referéndum del 1 de julio en Marruecos se conocía de antemano. Todos daban por descontado que el “sí” a la reforma constitucional presentada por el rey Mohammed VI lograría más del 90 por ciento de los votos; entre otros motivos, porque casi nadie llamaba a colocar la boleta del “no” en las urnas. Algunos de los partidos islámicos y los movimientos de protesta surgidos al calor de las revueltas en Túnez y Egipto directamente planteaban no ir a votar como gesto de rechazo a la consulta.
La cuestión clave era saber cuánta gente iría a votar. Hay que tomar en cuenta que en Marruecos -un país de casi 32 millones de habitantes- conviven dos mundos muy diferentes. Por un lado existe una élite política -que rodea al rey Mohammed VI- formada en universidades europeas y norteamericanas que aspira a modernizar el país en gran medida emulando el desarrollo capitalista que se encuentra cruzando el Mediterráneo. Su horizonte es el progreso económico y para ello sostiene que es indispensable dejar de lado viejas disputas políticas que entorpecen los negocios y el clima favorable para las inversiones extranjeras. También es cierto, que sienten vergüenza cuando se les recuerda el “otro” Marruecos, el de los altos índices de pobreza y del analfabetismo de la mitad de la población que –por razones obvias- ni siquiera se inscribe para votar. Pero prefieren resaltar con orgullo las inversiones de alta tecnología, como el nuevo tranvía que surca las calles de la capital Rabat y que es similar a los que se pueden ver en Berlín o Viena.
Según los datos oficiales cerca de 13 millones estaban inscriptos para votar y un 75% por ciento del padrón acudió a las urnas. El dato es muy relevante ya que en las últimas elecciones generales apenas participó el 37 por ciento del padrón, en un país donde el voto ni siquiera es obligatorio y tampoco se declaró asueto ni feriado. En la noche del viernes de julio, y cuando todavía se esperaban los datos oficiales, algunos ministros y funcionarios de gobierno que conversaban con la prensa no ocultaban su alegría por la alta participación y por la contundente victoria con más del 95 por ciento de los votos a favor de la reforma. Algunas voces opositoras piensan que los datos no son muy creíbles y que nada ha cambiado. El tiempo lo dirá.
La cuestión clave era saber cuánta gente iría a votar. Hay que tomar en cuenta que en Marruecos -un país de casi 32 millones de habitantes- conviven dos mundos muy diferentes. Por un lado existe una élite política -que rodea al rey Mohammed VI- formada en universidades europeas y norteamericanas que aspira a modernizar el país en gran medida emulando el desarrollo capitalista que se encuentra cruzando el Mediterráneo. Su horizonte es el progreso económico y para ello sostiene que es indispensable dejar de lado viejas disputas políticas que entorpecen los negocios y el clima favorable para las inversiones extranjeras. También es cierto, que sienten vergüenza cuando se les recuerda el “otro” Marruecos, el de los altos índices de pobreza y del analfabetismo de la mitad de la población que –por razones obvias- ni siquiera se inscribe para votar. Pero prefieren resaltar con orgullo las inversiones de alta tecnología, como el nuevo tranvía que surca las calles de la capital Rabat y que es similar a los que se pueden ver en Berlín o Viena.
Según los datos oficiales cerca de 13 millones estaban inscriptos para votar y un 75% por ciento del padrón acudió a las urnas. El dato es muy relevante ya que en las últimas elecciones generales apenas participó el 37 por ciento del padrón, en un país donde el voto ni siquiera es obligatorio y tampoco se declaró asueto ni feriado. En la noche del viernes de julio, y cuando todavía se esperaban los datos oficiales, algunos ministros y funcionarios de gobierno que conversaban con la prensa no ocultaban su alegría por la alta participación y por la contundente victoria con más del 95 por ciento de los votos a favor de la reforma. Algunas voces opositoras piensan que los datos no son muy creíbles y que nada ha cambiado. El tiempo lo dirá.
viernes, 1 de julio de 2011
Referendum en Marruecos (desde Rabat)
Las revueltas que estallaron a comienzo de este año en varios países árabes tuvieron desarrollos muy disímiles e incluso contrapuestos. En Tunez y Egipto cayeron los presidentes, en Libia hay una guerra civil, en Yemen una situación incierta con su presidente en Arabia Saudita, y algunas monarquías han comenzado a plantear reformas para mitigar las protestas.
Es el caso de Marruecos. El rey Mohammed VI comprendió rápidamente que los presidentes de Tunez (Ben Ali) y Egipto (Mubarak) cayeron, entre otros motivos, por su falta de voluntad de implementar cambios, o de tener propuestas que pudieran concitar el apoyo de la mayoría de la población. El otro error cometido por Ben Ali y Mubarak fue apelar a la represión y dejar el espacio público, las calles, en las manos de la oposición. Mohammed VI el 9 de marzo anunció una reforma de la constitución y movilizó a sus partidarios en las calles para contrarrestar al movimiento de protesta juvenil que lleva el nombre “20 de febrero” y que tiene múltiples reivindicaciones, entre ellas la de una constitución democrática. Tres meses después, el 17 de junio, sorprendió al presentar una nueva constitución elaborada por un grupo de expertos para que fuera votada en un referendum el viernes 1 de julio. En apenas dos semanas la población tuvo que conocer y aprender 180 artículos -que en el Boletín Oficial ocupan 77 paginas- para decidir si votan a favor o en contra de la nueva constitución. Dada la extensión del texto la mayoría de los diarios optaron por publicar versiones reducidas de menos de 50 artículos para que –por lo menos- se tuviera noción de lo que se va a votar.
En las principales ciudades se realizaron manifestaciones a favor y en contra de la nueva constitución, sin embargo, un día antes de la votación asombra la calma que reina en la capital Rabat. Un turista desprevenido ni se daría cuenta de lo importante que es el 1 de julio ya que en las calles no hay propaganda electoral, y si no conoce el árabe tampoco le prestaría mucha atención a una bandera verde y grande que cuelga de una ventana y dice “na´am al dustur” (de acuerdo, a la constitución).
Los que apoyan al rey consideran que la nueva constitución representa la versión pacífica de la llamada “primavera árabe”; los que se oponen, que es una maniobra para que todo el poder siga en sus manos.
Es el caso de Marruecos. El rey Mohammed VI comprendió rápidamente que los presidentes de Tunez (Ben Ali) y Egipto (Mubarak) cayeron, entre otros motivos, por su falta de voluntad de implementar cambios, o de tener propuestas que pudieran concitar el apoyo de la mayoría de la población. El otro error cometido por Ben Ali y Mubarak fue apelar a la represión y dejar el espacio público, las calles, en las manos de la oposición. Mohammed VI el 9 de marzo anunció una reforma de la constitución y movilizó a sus partidarios en las calles para contrarrestar al movimiento de protesta juvenil que lleva el nombre “20 de febrero” y que tiene múltiples reivindicaciones, entre ellas la de una constitución democrática. Tres meses después, el 17 de junio, sorprendió al presentar una nueva constitución elaborada por un grupo de expertos para que fuera votada en un referendum el viernes 1 de julio. En apenas dos semanas la población tuvo que conocer y aprender 180 artículos -que en el Boletín Oficial ocupan 77 paginas- para decidir si votan a favor o en contra de la nueva constitución. Dada la extensión del texto la mayoría de los diarios optaron por publicar versiones reducidas de menos de 50 artículos para que –por lo menos- se tuviera noción de lo que se va a votar.
En las principales ciudades se realizaron manifestaciones a favor y en contra de la nueva constitución, sin embargo, un día antes de la votación asombra la calma que reina en la capital Rabat. Un turista desprevenido ni se daría cuenta de lo importante que es el 1 de julio ya que en las calles no hay propaganda electoral, y si no conoce el árabe tampoco le prestaría mucha atención a una bandera verde y grande que cuelga de una ventana y dice “na´am al dustur” (de acuerdo, a la constitución).
Los que apoyan al rey consideran que la nueva constitución representa la versión pacífica de la llamada “primavera árabe”; los que se oponen, que es una maniobra para que todo el poder siga en sus manos.
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