Mesa debate
"La revuelta en los países árabes"
Pedro Brieger
Khatchik der Ghougassian
Atilio Boron
18.30 hs Sala Roberto Arlt
jueves, 28 de abril de 2011
martes, 26 de abril de 2011
Perú ¿entre el cáncer y el sida?
“No creo que mis compatriotas vayan a ser tan insensatos de ponernos en la disyuntiva de elegir entre el sida y el cáncer terminal, que es lo que serían Humala y Keiko Fujimori” dijo el escritor y político Mario Vargas Llosa. Como tantas otras veces se equivocó. Claro que, más allá de sus palabras descarnadas e hirientes, seguramente reflejaron el sentir de muchos peruanos cuando descubrieron que en la segunda vuelta tendrían que elegir entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori.
Estas elecciones fueron asombrosas y extraordinarias en muchos sentidos. Un candidato (Humala) que ni siquiera figuraba en las encuestas hace unos meses, logra el mayor porcentaje de votos en la primera vuelta, al igual que cuatro años atrás. Una candidata que hizo de primera dama junto a su padre y que tiene como uno de sus principales objetivos liberarlo de la cárcel les quitó el podio a tres candidatos que representan variantes del establishment (Toledo, Kuczynski y Castañeda) y que –sumados- lograron casi el cincuenta por ciento de los votos. Un partido histórico centenario no presenta candidato por sus peleas internas a pesar de tener un presidente que deja el poder con un fuerte reconocimiento de casi todos los organismos internacionales. Le elogian el crecimiento económico, producto del boom de los minerales (cobre, oro, plata, hierro, plomo y zinc) que Perú tiene en abundancia, a pesar de los altos índices de pobreza.
Si bien Fujimori y Humala ya están integrados en la política en el sentido tradicional del término (elecciones, participación en el Congreso) ambos son percibidos como candidatos “anti-sistema” porque parecen imprevisibles frente a los políticos más tradicionales. En el caso de Humala porque el “establishment” duda que garantice la continuidad en las políticas macroeconómicas y teme que haga una gestión “populista”.
En el caso de Fujimori, porque si libera a su padre esto podría provocar una profunda crisis política. Ambos candidatos necesitan los votos de aquellos que no los votaron y que proclamaron a los cuatro vientos que nunca los votarían. Vargas Llosa, el acérrimo enemigo del populismo en todas sus variantes, ya anunció que votará por Ollanta Humala. Aunque usted no lo crea.
Estas elecciones fueron asombrosas y extraordinarias en muchos sentidos. Un candidato (Humala) que ni siquiera figuraba en las encuestas hace unos meses, logra el mayor porcentaje de votos en la primera vuelta, al igual que cuatro años atrás. Una candidata que hizo de primera dama junto a su padre y que tiene como uno de sus principales objetivos liberarlo de la cárcel les quitó el podio a tres candidatos que representan variantes del establishment (Toledo, Kuczynski y Castañeda) y que –sumados- lograron casi el cincuenta por ciento de los votos. Un partido histórico centenario no presenta candidato por sus peleas internas a pesar de tener un presidente que deja el poder con un fuerte reconocimiento de casi todos los organismos internacionales. Le elogian el crecimiento económico, producto del boom de los minerales (cobre, oro, plata, hierro, plomo y zinc) que Perú tiene en abundancia, a pesar de los altos índices de pobreza.
Si bien Fujimori y Humala ya están integrados en la política en el sentido tradicional del término (elecciones, participación en el Congreso) ambos son percibidos como candidatos “anti-sistema” porque parecen imprevisibles frente a los políticos más tradicionales. En el caso de Humala porque el “establishment” duda que garantice la continuidad en las políticas macroeconómicas y teme que haga una gestión “populista”.
En el caso de Fujimori, porque si libera a su padre esto podría provocar una profunda crisis política. Ambos candidatos necesitan los votos de aquellos que no los votaron y que proclamaron a los cuatro vientos que nunca los votarían. Vargas Llosa, el acérrimo enemigo del populismo en todas sus variantes, ya anunció que votará por Ollanta Humala. Aunque usted no lo crea.
viernes, 22 de abril de 2011
Los kurdos, aquella vieja cuestión nacional
La reciente medida del gobierno de Bashar al Assad de otorgarle la ciudadanía a la minoría kurda en Siria reflota uno de los problemas más antiguos del Medio Oriente. Cuando los franceses y los ingleses se repartieron la región a comienzos del siglo XX crearon Estados nacionales según sus propios intereses y siguiendo aquel viejo adagio “dividir para reinar”. En el reparto colonial los que más sufrieron fueron los kurdos, un antiguo grupo étnico -no árabe- de mayoría musulmana, y minorías cristianas y judías. Su territorio, el Kurdistán, quedó fragmentado por la creación de los nuevos países y los kurdos se convirtieron en turcos, iraquíes, sirios e iraníes en contra de su voluntad, después de una efímera independencia que fue aplastada por los británicos en 1921. En cada país fueron obligados a asimilarse y se les prohibió el desarrollo de su lengua, sus costumbres y su cultura. En Turquía –donde viven más de quince millones de kurdos- se considera que la na¬ción kurda no existe, que son de origen turco y que su idioma es una mezcla deformada del persa, el árabe y el turco, reflejo de su "ser" primitivo y atrasado.
En Irak fueron duramente reprimidos durante el régimen de Saddam Hussein para evitar toda reivindicación que implicara la separación del norte, donde viven los kurdos, ya que es una región muy rica en petróleo. Recién después de la caída de Hussein lograron un alto grado de autonomía y uno de sus principales dirigentes, Yalal Talabani, es hoy el presidente de Irak.
En Siria en 1962 se les quitó la ciudadanía y los derechos civiles a más de cien mil kurdos en la provincia de Al-Jasaka, en el noreste del país, en momentos que había tensión con Turquía e Irak. Eso afectó también a sus descendientes y se convirtió en una bandera de lucha de una población que representa poco más del diez por ciento de los veinte millones de sirios.
En Siria el 7 de abril el presidente Assad emitió un decreto para otorgarles la ciudadanía a los kurdos afectados por las medidas de 1962 y en Turquía hay protestas por la ilegalización de partidos kurdos para las elecciones generales de junio. Aunque algunos lo nieguen la historia todavía tiene una deuda con los kurdos.
En Irak fueron duramente reprimidos durante el régimen de Saddam Hussein para evitar toda reivindicación que implicara la separación del norte, donde viven los kurdos, ya que es una región muy rica en petróleo. Recién después de la caída de Hussein lograron un alto grado de autonomía y uno de sus principales dirigentes, Yalal Talabani, es hoy el presidente de Irak.
En Siria en 1962 se les quitó la ciudadanía y los derechos civiles a más de cien mil kurdos en la provincia de Al-Jasaka, en el noreste del país, en momentos que había tensión con Turquía e Irak. Eso afectó también a sus descendientes y se convirtió en una bandera de lucha de una población que representa poco más del diez por ciento de los veinte millones de sirios.
En Siria el 7 de abril el presidente Assad emitió un decreto para otorgarles la ciudadanía a los kurdos afectados por las medidas de 1962 y en Turquía hay protestas por la ilegalización de partidos kurdos para las elecciones generales de junio. Aunque algunos lo nieguen la historia todavía tiene una deuda con los kurdos.
martes, 12 de abril de 2011
Costa de Marfil no es Hollywood (8 de abril)
La guerra civil en Costa de Marfil no hace más que realimentar los clásicos estereotipos respecto de Africa. Tiene todos los condimentos clásicos que sirven para cualquier película que alguien quiera filmar sobre un país africano. Durante casi setenta años fue una colonia francesa. La independencia recién la consiguió en 1960. En Costa de Marfil quedaron cinco grandes grupos étnicos y varios menores que pasaron a compartir un mismo territorio. Se creó una nueva identidad nacional marfileña, inexistente antes de la colonización francesa que, entre otros legados, dejó al francés como idioma oficial y unificador que coexiste con otras numerosas lenguas. El condimento religioso no podía quedar fuera. La cruzada evangelizadora tuvo mucho éxito y hoy una mayoría cristiana convive con una fuerte minoría musulmana, motivo de conflictos que siempre aparecen.
Tuvo un presidente después de la independencia que gobernó por treinta años, enfrentamientos étnicos, guerras civiles, miles de desplazados y refugiados, y la fragmentación del Estado como producto de las guerras.
De ser un país que exportaba colmillos de elefante (de allí su nombre) pasó a ser el primer exportador mundial de cacao, introducido por los franceses. Para completar el círculo se ha convertido en un lugar de contrabando de diamantes, cuyos beneficios suelen ir a la compra de armas para la guerra. A pesar de sus grandes riquezas la esperanza de vida ni siquiera llega a los cincuenta años.
En noviembre hubo elecciones. Cuando el fraude es moneda corriente no extraña que otra vez hubiera denuncias graves. El presidente saliente Gbagbo dice que ganó. El opositor Ouattara asegura que venció y logró el apoyo de la “comunidad internacional”, es decir, los países europeos más poderosos y Estados Unidos. No es casual, Ouattara ya fue primer ministro y durante años tuvo importantes cargos en el Fondo Monetario Internacional. Seguramente para algunos negocios es más confiable.
En la capital económica Abiyán donde está el palacio presidencial se están matando a tiros los seguidores de ambos presidentes que reivindican la victoria. Las tropas francesas toman el aeropuerto. Como en una típica película sobre el Africa. Lamentablemente, no es una película.
Tuvo un presidente después de la independencia que gobernó por treinta años, enfrentamientos étnicos, guerras civiles, miles de desplazados y refugiados, y la fragmentación del Estado como producto de las guerras.
De ser un país que exportaba colmillos de elefante (de allí su nombre) pasó a ser el primer exportador mundial de cacao, introducido por los franceses. Para completar el círculo se ha convertido en un lugar de contrabando de diamantes, cuyos beneficios suelen ir a la compra de armas para la guerra. A pesar de sus grandes riquezas la esperanza de vida ni siquiera llega a los cincuenta años.
En noviembre hubo elecciones. Cuando el fraude es moneda corriente no extraña que otra vez hubiera denuncias graves. El presidente saliente Gbagbo dice que ganó. El opositor Ouattara asegura que venció y logró el apoyo de la “comunidad internacional”, es decir, los países europeos más poderosos y Estados Unidos. No es casual, Ouattara ya fue primer ministro y durante años tuvo importantes cargos en el Fondo Monetario Internacional. Seguramente para algunos negocios es más confiable.
En la capital económica Abiyán donde está el palacio presidencial se están matando a tiros los seguidores de ambos presidentes que reivindican la victoria. Las tropas francesas toman el aeropuerto. Como en una típica película sobre el Africa. Lamentablemente, no es una película.
A Kadafy no lo perdonan (7 de abril)
El éxito de las revueltas populares pacíficas en Túnez y Egipto llevó a pensar que los regímenes árabes se irían desmoronando uno tras otro con relativa facilidad. Tal vez esto fue una expresión de deseos vista la rapidez con que cayeron los regímenes de Ben Alí y Mubarak. Sin embargo, Muammar Kadafy y otros gobernantes árabes llegaron a la conclusión de que había que presentar batalla. Por un lado, movilizaron a sus partidarios para mostrar que no estaban aislados como Ben Ali y Mubarak, y que gozaban de cierto apoyo popular. Por el otro, continuaron con la represión sabiendo que el gran temor de sus aliados europeos y norteamericanos radica en su posible pérdida de influencia en una región clave para ellos. Durante muchos años estos gobiernos fueron la garantía de “estabilidad”. Traducido, esto significa el libre uso de tierras y costas para la radicación de bases militares de las grandes potencias, el acceso al petróleo, la venta de armamento por sumas multimillonarias y una alianza estratégica en numerosos frentes para aislar a Irán, luchar contra Al Qaeda y evitar una confrontación árabe con el Estado de Israel.
Pero Kadafy, fiel a su estilo imprevisible, cruzó la raya. Públicamente salió a decir que perseguiría como ratas a los “drogadictos” que se le oponían. Y comenzó la represión más violenta de todas las que se habían producido en los países árabes en 2011. Los europeos y norteamericanos le habían “perdonado” a Kadafy su discurso antiimperialista del pasado o los atentados terroristas como el del vuelo 103 de Pan Am que mató a más de 250 personas. En los últimos años lo abrazaron y se sacaron fotos con él y le toleraron sus excentricidades en aras de los buenos negocios porque el 80 por ciento del petróleo que exporta Libia va a Europa.
La torpeza del propio Kadafy les dio una oportunidad para sacarse de encima a una persona impredecible y poco confiable. Por eso desecharon las propuestas para negociar de Hugo Chávez y la Unión Africana y a las 48 horas de la resolución de Naciones Unidas comenzaron a bombardear Libia. Los mismos que siguen matando civiles a diario en Afganistán y Pakistán dijeron que lo hacían para “proteger” civiles. En nombre de la humanidad decidieron hacer lo que mejor saben: intervenir militarmente. Como siempre.
Pero Kadafy, fiel a su estilo imprevisible, cruzó la raya. Públicamente salió a decir que perseguiría como ratas a los “drogadictos” que se le oponían. Y comenzó la represión más violenta de todas las que se habían producido en los países árabes en 2011. Los europeos y norteamericanos le habían “perdonado” a Kadafy su discurso antiimperialista del pasado o los atentados terroristas como el del vuelo 103 de Pan Am que mató a más de 250 personas. En los últimos años lo abrazaron y se sacaron fotos con él y le toleraron sus excentricidades en aras de los buenos negocios porque el 80 por ciento del petróleo que exporta Libia va a Europa.
La torpeza del propio Kadafy les dio una oportunidad para sacarse de encima a una persona impredecible y poco confiable. Por eso desecharon las propuestas para negociar de Hugo Chávez y la Unión Africana y a las 48 horas de la resolución de Naciones Unidas comenzaron a bombardear Libia. Los mismos que siguen matando civiles a diario en Afganistán y Pakistán dijeron que lo hacían para “proteger” civiles. En nombre de la humanidad decidieron hacer lo que mejor saben: intervenir militarmente. Como siempre.
Uruguay también reconoce el Estado de Palestina (Montevideo, 31 de marzo 2011)
Uruguay en estos días reconoció a Palestina como Estado soberano e independiente y se sumó así al reconocimiento hecho por la mayoría de los países que conforman UNASUR, con la sola excepción de Colombia. El ámbito elegido por el canciller Luis Almagro para hacer pública la decisión del gobierno del presidente José Mujica fue una reunión de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe en apoyo a la paz israelo-palestina realizada en Montevideo entre el 29 y el 31 de marzo. Almagro en su discurso explicó los motivos por los cuales Uruguay tomó dicha decisión resaltando los parámetros adoptados por la “Convención de Montevideo” de 1993 donde se indicaba que un Estado -para ser reconocido como tal- debía reunir determinados elementos básicos: población permanente, territorio, gobierno y capacidad de entrar en relaciones con los demás Estados. Es indudable que el pueblo palestino reúne los cuatro requisitos. En el territorio que el Estado de Israel ocupa desde 1967 -violando las resoluciones de Naciones Unidas que lo instan a retirarse- existe una población palestina permanente que tiene raíces históricas en ciudades como Jerusalén o Belén. El territorio, todavía ocupado por el ejército israelí, es el mismo que hace décadas reclaman para construir un Estado independiente aunque esté dividido en dos partes, Cisjordania por un lado y la Franja de Gaza por el otro. La Autoridad Palestina, con todos sus problemas, está encabezada por el presidente Majmud Abbas, que es reconocido internacionalmente, y cumple con casi todas las funciones de un Estado. A su vez, mantiene relaciones diplomáticas formales con numerosos países y ha abierto embajadas que lo representan.
Claro que el problema es político más que jurídico. El Estado como tal no existe, y lo que se busca con el reconocimiento es presionar a nivel internacional para que pueda nacer. El gobierno israelí insiste en que una declaración unilateral palestina no favorece la paz, pero tampoco ofrece un plan concreto para que los palestinos puedan tener un Estado real y viable.
Claro que el problema es político más que jurídico. El Estado como tal no existe, y lo que se busca con el reconocimiento es presionar a nivel internacional para que pueda nacer. El gobierno israelí insiste en que una declaración unilateral palestina no favorece la paz, pero tampoco ofrece un plan concreto para que los palestinos puedan tener un Estado real y viable.
Los egipcios perdieron el miedo (18 de marzo 2011)
Las revoluciones en Túnez y Egipto marcan un momento de inflexión en el mundo árabe. Después de décadas de inmovilismo y temor, millones de personas salen a las calles para enfrentar a regímenes autoritarios y corruptos que basan su fuerza en un poderoso aparato represivo. La onda expansiva de estas revueltas afecta de manera directa a todos los países árabes aunque por ahora ésta se sienta más en Libia, Yemen, Bahrein, Jordania o Marruecos, y cueste dimensionar el alcance de estos levantamientos populares. Egipto, como no podía ser de otra manera, está en el centro de todas las miradas árabes por su milenaria historia y la influencia que siempre ha tenido, tanto en lo político como en lo cultural y económico.
La revolución del 25 de enero no deja de provocar asombro y admiración por el coraje de los jóvenes que se mantuvieron en la plaza Tajrir durante casi 18 días hasta provocar la renuncia del presidente Husni Mubarak en un país donde las manifestaciones públicas por lo general estaban prohibidas. La plaza está ubicada en el centro de El Cairo y es un paso casi obligado para cualquiera. En un radio de mil metros están el parlamento, algunos de los ministerios más importantes, la bolsa, el río Nilo y el famoso museo de El Cairo que tiene un aire a la Casa Rosada por su diseño y el color de su fachada. La plaza dejó ser un mero centro neurálgico del caótico tráfico por donde pasan miles de autos todos los días sonando sus bocinas. Ahora se convirtió en un símbolo de revolución. En Tajrir –definida como “la república de la libertad” por el diario Al Ahram- se derrocó al régimen, se realizan gigantescas manifestaciones y cualquier político sabe que su destino depende de la respuesta que le dé la plaza. Esam Sharaf, nombrado como primer ministro el 4 de marzo, antes de jurar formalmente fue a la plaza para dar la cara frente a una multitud y expresar su apoyo a las demandas de cambio. Lo recibieron con entusiasmo porque él se había acercado a la plaza durante los días de la revuelta y muchos guardan un buen recuerdo de su paso como ministro de transporte años atrás. Pero tampoco le dieron un cheque en blanco. Al día siguiente miles de jóvenes tomaron pacíficamente el edificio central de la temida y odiada Seguridad del Estado para evitar que se continuaran destruyendo documentos que implican a miles de funcionarios en la represión de los últimos años. Los que gestaron esta revolución tal vez no sepan muy bien como diseñar el futuro de Egipto, pero saben perfectamente lo que no quieren. El mensaje fue claro, el pasado no se borra de un plumazo y no se va a permitir que los responsables de la represión queden impunes cuando ni siquiera se conoce con exactitud el número de víctimas de la revuelta. Si bien muchos familiares no han denunciado la desaparición de sus familiares algunos organismos de derechos humanos aseguran que hubo más de ochocientos muertos. Los nombres y las fotos de los “mártires”, como los llaman los egipcios, están por todos lados y existe un orgullo por parte de la gente al expresar públicamente de mil maneras su rechazo al régimen anterior. En las calles uno se cruza todo el tiempo con miles de personas que portan colgantes con fotos plastificadas de los mártires como si fueran tarjetas de identificación y en muchos edificios hay banderas y afiches gigantescos alusivos a la revuelta. Además, en todos los ámbitos se está cuestionando a las personas que formaron parte del entramado del viejo régimen. En las universidades, donde la política estaba prohibida, ahora los estudiantes realizan manifestaciones para exigir la renuncia de los funcionarios que pertenecían al partido de Mubarak. Los sindicatos independientes florecen por doquier para marcar su independencia del Estado y del partido de Mubarak que está buscando la manera de reciclarse para no desaparecer. Los coptos, que representan un diez por ciento de los ochenta millones de habitantes, están ganando las calles para expresar su repudio a las provocaciones que buscan provocar enfrentamientos entre cristianos y musulmanes.
En Egipto existe ahora un vacío institucional difícil de llenar. Antes de renunciar Mubarak nombró primer ministro a Ahmed Shafik que estuvo poco más de un mes y ni siquiera alcanzó a dictar leyes porque la presión popular y las movilizaciones en la plaza Tajrir lo eyectaron del cargo. También nombró a Omar Suleiman como vicepresidente, y el que aparecía como un hombre fuerte del régimen duró menos que un suspiro. La odiada policía desapareció de las calles y en muchas esquinas se ven a jóvenes conduciendo el tráfico. Se anuncian referéndums y elecciones sin que se sepa qué y cómo se votará y las elecciones pautadas por Mubarak para septiembre están en la más completa de las nebulosas. El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas que controla el país tampoco sabe muy bien qué hacer frente a las presiones de los antiguos socios de Mubarak y los jóvenes que lo interpelan a diario. Si bien es cierto que las imágenes de niños sacándose fotos sobre los tanques en una muestra de afecto hacia los soldados puede ser gratificante para los militares, saben que esto se puede acabar en cualquier momento si no responden a las demandas populares. Un panorama a todas luces incierto.
En 2007 Khaled Al Khamissi publicó su novela Taxi que se convirtió en un best seller. A través de los diálogos con diferentes taxistas uno puede apreciar el descontento que existía en la sociedad egipcia. Uno de ellos le dice que “el gobierno tiene tanto miedo que le tiemblan las piernas y hasta podríamos tumbarlo de un soplido (…) este gobierno es pura apariencia. Pero el problema somos nosotros, no ellos.”
El taxista tenía razón. El 25 de enero de 2011 los egipcios perdieron el miedo y brotó una alegría revolucionaria que no será fácil de controlar.
La revolución del 25 de enero no deja de provocar asombro y admiración por el coraje de los jóvenes que se mantuvieron en la plaza Tajrir durante casi 18 días hasta provocar la renuncia del presidente Husni Mubarak en un país donde las manifestaciones públicas por lo general estaban prohibidas. La plaza está ubicada en el centro de El Cairo y es un paso casi obligado para cualquiera. En un radio de mil metros están el parlamento, algunos de los ministerios más importantes, la bolsa, el río Nilo y el famoso museo de El Cairo que tiene un aire a la Casa Rosada por su diseño y el color de su fachada. La plaza dejó ser un mero centro neurálgico del caótico tráfico por donde pasan miles de autos todos los días sonando sus bocinas. Ahora se convirtió en un símbolo de revolución. En Tajrir –definida como “la república de la libertad” por el diario Al Ahram- se derrocó al régimen, se realizan gigantescas manifestaciones y cualquier político sabe que su destino depende de la respuesta que le dé la plaza. Esam Sharaf, nombrado como primer ministro el 4 de marzo, antes de jurar formalmente fue a la plaza para dar la cara frente a una multitud y expresar su apoyo a las demandas de cambio. Lo recibieron con entusiasmo porque él se había acercado a la plaza durante los días de la revuelta y muchos guardan un buen recuerdo de su paso como ministro de transporte años atrás. Pero tampoco le dieron un cheque en blanco. Al día siguiente miles de jóvenes tomaron pacíficamente el edificio central de la temida y odiada Seguridad del Estado para evitar que se continuaran destruyendo documentos que implican a miles de funcionarios en la represión de los últimos años. Los que gestaron esta revolución tal vez no sepan muy bien como diseñar el futuro de Egipto, pero saben perfectamente lo que no quieren. El mensaje fue claro, el pasado no se borra de un plumazo y no se va a permitir que los responsables de la represión queden impunes cuando ni siquiera se conoce con exactitud el número de víctimas de la revuelta. Si bien muchos familiares no han denunciado la desaparición de sus familiares algunos organismos de derechos humanos aseguran que hubo más de ochocientos muertos. Los nombres y las fotos de los “mártires”, como los llaman los egipcios, están por todos lados y existe un orgullo por parte de la gente al expresar públicamente de mil maneras su rechazo al régimen anterior. En las calles uno se cruza todo el tiempo con miles de personas que portan colgantes con fotos plastificadas de los mártires como si fueran tarjetas de identificación y en muchos edificios hay banderas y afiches gigantescos alusivos a la revuelta. Además, en todos los ámbitos se está cuestionando a las personas que formaron parte del entramado del viejo régimen. En las universidades, donde la política estaba prohibida, ahora los estudiantes realizan manifestaciones para exigir la renuncia de los funcionarios que pertenecían al partido de Mubarak. Los sindicatos independientes florecen por doquier para marcar su independencia del Estado y del partido de Mubarak que está buscando la manera de reciclarse para no desaparecer. Los coptos, que representan un diez por ciento de los ochenta millones de habitantes, están ganando las calles para expresar su repudio a las provocaciones que buscan provocar enfrentamientos entre cristianos y musulmanes.
En Egipto existe ahora un vacío institucional difícil de llenar. Antes de renunciar Mubarak nombró primer ministro a Ahmed Shafik que estuvo poco más de un mes y ni siquiera alcanzó a dictar leyes porque la presión popular y las movilizaciones en la plaza Tajrir lo eyectaron del cargo. También nombró a Omar Suleiman como vicepresidente, y el que aparecía como un hombre fuerte del régimen duró menos que un suspiro. La odiada policía desapareció de las calles y en muchas esquinas se ven a jóvenes conduciendo el tráfico. Se anuncian referéndums y elecciones sin que se sepa qué y cómo se votará y las elecciones pautadas por Mubarak para septiembre están en la más completa de las nebulosas. El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas que controla el país tampoco sabe muy bien qué hacer frente a las presiones de los antiguos socios de Mubarak y los jóvenes que lo interpelan a diario. Si bien es cierto que las imágenes de niños sacándose fotos sobre los tanques en una muestra de afecto hacia los soldados puede ser gratificante para los militares, saben que esto se puede acabar en cualquier momento si no responden a las demandas populares. Un panorama a todas luces incierto.
En 2007 Khaled Al Khamissi publicó su novela Taxi que se convirtió en un best seller. A través de los diálogos con diferentes taxistas uno puede apreciar el descontento que existía en la sociedad egipcia. Uno de ellos le dice que “el gobierno tiene tanto miedo que le tiemblan las piernas y hasta podríamos tumbarlo de un soplido (…) este gobierno es pura apariencia. Pero el problema somos nosotros, no ellos.”
El taxista tenía razón. El 25 de enero de 2011 los egipcios perdieron el miedo y brotó una alegría revolucionaria que no será fácil de controlar.
Independencia en el Sahara (Tifariti, 27 de febrero 2011)
Los campamentos de refugiados saharauis que están en el sur de Argelia ofrecen un panorama desolador aunque sus pobladores estén festejando el XXXV aniversario de la fundación de la República Árabe Democrática Saharaui. Entre camellos y carpas montadas especialmente para que los extranjeros vean cómo se vive en el desierto se pasean las mujeres vestidas de gala con sus largas túnicas multicolores para una fiesta que siempre tiene un sabor amargo. Todavía hay decenas de miles de saharauis desplazados viviendo en casas muy precarias de adobe y carpas que les suministra Naciones Unidas o alguna ONG europea. Llegaron sin nada después de que el ejército marroquí tomara el Sahara occidental en 1975 cuando se retiraron los soldados españoles que lo ocupaban y todos tienen la esperanza de regresar a su tierra. El Frente Polisario los ha organizado para que no pierdan los vínculos con su pasado y es el que ha librado batallas durante años contra el ejército marroquí logrando apoderarse de una zona que denominan “territorios liberados”. El Polisario se ha propuesto construir allí un embrión de Estado y está en tratativas con algunas empresas europeas para implementar emprendimientos productivos que puedan mejorar la calidad de vida de los pocos que ya están viviendo en esos lugares. Por eso decidieron que el acto central de los festejos se realizara en Tifariti, la localidad que quieren desarrollar, pero a más de trescientos kilómetros de los campos.
Por eso trasladarse hacia los territorios liberados no es sencillo. En el desierto del Sahara no hay caminos ni puntos de referencia excepto para las tribus nómadas que se mueven de un lugar a otro. El trayecto desde los campos hasta Tifariti se hace en varios vehículos que van en caravana sorteando como se pueda los obstáculos naturales de una geografía árida de arena y piedras bajo un sol que raja la tierra. A medida que pasan los autos una inmensa nube de polvo envuelve absolutamente todo al mejor estilo del rally Dakar.
El acto en Tifariti consta de un desfile militar y un concierto a la noche al aire libre bajo la inmensidad de un cielo estrellado donde se puede apreciar hasta la estrella más pequeña. Pero este año se respira otro clima en los festejos. Las revueltas del mundo árabe pueden afectar también a la monarquía marroquí, y los saharauis tienen la esperanza que eso los puede beneficiar en su lucha por un Estado independiente y el regreso de todos los refugiados.
Por eso trasladarse hacia los territorios liberados no es sencillo. En el desierto del Sahara no hay caminos ni puntos de referencia excepto para las tribus nómadas que se mueven de un lugar a otro. El trayecto desde los campos hasta Tifariti se hace en varios vehículos que van en caravana sorteando como se pueda los obstáculos naturales de una geografía árida de arena y piedras bajo un sol que raja la tierra. A medida que pasan los autos una inmensa nube de polvo envuelve absolutamente todo al mejor estilo del rally Dakar.
El acto en Tifariti consta de un desfile militar y un concierto a la noche al aire libre bajo la inmensidad de un cielo estrellado donde se puede apreciar hasta la estrella más pequeña. Pero este año se respira otro clima en los festejos. Las revueltas del mundo árabe pueden afectar también a la monarquía marroquí, y los saharauis tienen la esperanza que eso los puede beneficiar en su lucha por un Estado independiente y el regreso de todos los refugiados.
Revolución en Egipto (El Cairo, 10 de marzo 2011)
Desde la caída del presidente Husni Mubarak el 11 de febrero Egipto atraviesa una etapa de efervescencia. Después de décadas de censura y represión los egipcios han tomado las calles y no parecen dispuestos a replegarse a sus hogares conscientes de que “la revolución” –como la llaman ellos- les ha cambiado la vida.
Para un latinoamericano es sorprendente ver los tanques en las calles mientras la gente saluda a los soldados y los niños se suben a los tanques para sacarse fotos con ellos haciendo la “v” de la victoria. Se puede percibir que el ejército todavía es visto como un factor que evitó una mayor represión por parte de la seguridad del Estado de Mubarak y de su policía, que virtualmente ha desaparecido de las calles.
La plaza Tajrir (liberación) en el centro de El Cairo es tomada una y otra vez por los jóvenes que derrocaron a Mubarak. Cuando se llena, se convierte en un verdadero campamento de espíritu asambleario donde se discute de día y de noche sobre el futuro del país. A su alrededor se ha instalado un “merchandising revolucionario” con remeras, cintas, afiches y todo tipo de tarjetas alusivas al 25 de enero, el día que comenzaron las protestas y que ya se ha convertido en una fecha histórica para el mundo árabe.
En el Egipto revolucionario las manifestaciones se suceden en distintos puntos de la ciudad porque –por ahora- se puede protestar sin ser reprimidos. A pocos metros de la plaza hay una manifestación de cristianos frente a la sede de la radio y televisión estatal que está sobre el Nilo. Para advertir que cualquier intento por enfrentar a musulmanes y cristianos será una provocación del viejo régimen corean “todos somos egipcios”. En la Universidad, donde estaba prohibida cualquier expresión política antes de “la revolución”, hay carteles con fotos de los caídos en la plaza y algunos estudiantes exigen a gritos la renuncia del decano que pertenece al partido de Mubarak. Los jóvenes que impulsaron la “revolución del 25 de febrero” han comprendido que su fuerza radica en conquistar las calles y mantenerse en ellas. Así lograron tomar pacíficamente la sede central del poderoso aparato de seguridad para evitar que destruyeran los documentos de la represión, y obligaron a que el ejército cambiara al primer ministro.
Hoy existe un vacío institucional que favorece a los revolucionarios. Pero es poco probable que las fuerzas del antiguo régimen se queden de brazos cruzados contemplando cómo les arrebatan todo el poder.
Para un latinoamericano es sorprendente ver los tanques en las calles mientras la gente saluda a los soldados y los niños se suben a los tanques para sacarse fotos con ellos haciendo la “v” de la victoria. Se puede percibir que el ejército todavía es visto como un factor que evitó una mayor represión por parte de la seguridad del Estado de Mubarak y de su policía, que virtualmente ha desaparecido de las calles.
La plaza Tajrir (liberación) en el centro de El Cairo es tomada una y otra vez por los jóvenes que derrocaron a Mubarak. Cuando se llena, se convierte en un verdadero campamento de espíritu asambleario donde se discute de día y de noche sobre el futuro del país. A su alrededor se ha instalado un “merchandising revolucionario” con remeras, cintas, afiches y todo tipo de tarjetas alusivas al 25 de enero, el día que comenzaron las protestas y que ya se ha convertido en una fecha histórica para el mundo árabe.
En el Egipto revolucionario las manifestaciones se suceden en distintos puntos de la ciudad porque –por ahora- se puede protestar sin ser reprimidos. A pocos metros de la plaza hay una manifestación de cristianos frente a la sede de la radio y televisión estatal que está sobre el Nilo. Para advertir que cualquier intento por enfrentar a musulmanes y cristianos será una provocación del viejo régimen corean “todos somos egipcios”. En la Universidad, donde estaba prohibida cualquier expresión política antes de “la revolución”, hay carteles con fotos de los caídos en la plaza y algunos estudiantes exigen a gritos la renuncia del decano que pertenece al partido de Mubarak. Los jóvenes que impulsaron la “revolución del 25 de febrero” han comprendido que su fuerza radica en conquistar las calles y mantenerse en ellas. Así lograron tomar pacíficamente la sede central del poderoso aparato de seguridad para evitar que destruyeran los documentos de la represión, y obligaron a que el ejército cambiara al primer ministro.
Hoy existe un vacío institucional que favorece a los revolucionarios. Pero es poco probable que las fuerzas del antiguo régimen se queden de brazos cruzados contemplando cómo les arrebatan todo el poder.
Los saharauis y la revuelta árabe (Tinduf, 1 de marzo 2011)
Mientras en Libia Kadafi pelea por mantenerse en el poder y en varios países árabes continúan las protestas, el domingo 27 de febrero los saharauis festejaron el XXXV aniversario de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). Creada en 1976, el día posterior a que los españoles se retiraran del “Sahara español” después de décadas de ocupación colonial, la república ya obtuvo el reconocimiento de unos ochenta países. Meses antes el rey Hasan II de Marruecos se había aprovechado de la agonía de Franco para comenzar a ocupar el Sahara diciendo que le pertenecía y desconociendo al Frente Polisario, que ya venía luchando por su independencia. Eran tiempos de la “Guerra Fría”. El Polisario estaba alineado con los movimientos de liberación nacional del tercer mundo y la monarquía de Hasan II era un importante aliado de Estados Unidos para contener el avance del comunismo y frenar la influencia de la reciente liberada Argelia. Durante el proceso de ocupación el ejército marroquí expulsó a miles de saharauis que no aceptaban cambiar un ocupante por otro. Algunos quedaron bajo control marroquí y muchos otros terminaron en campamentos de refugiados en el sur de Argelia, en las afueras de la ciudad de Tinduf, muy cerca de la frontera. Durante unos quince años el Polisario y el ejército marroquí libraron duras batallas hasta que en 1991 fue declarado un “alto el fuego”. Para frenar el avance del Polisario el gobierno marroquí construyó un muro de arena, campos minados y zanjas a lo largo de más de 2500 Km. confinándolo en el desierto, entre ese muro y Argelia y Mauritania, creyendo que así el Polisario desaparecería. En 2011 El Polisario festejó su independencia en Tifariti, una pequeña localidad del desierto en lo que denominan los “territorios liberados”. Para llegar hay que partir de Tinduf, abandonar tierra argelina, entrar en esos territorios y hacer una larga travesía de más de 300 Km. por la arena y las piedras, sin caminos ni señalizaciones de ningún tipo. El objetivo del Polisario es avanzar en la construcción de su Estado aunque en la zona que controla vivan apenas unas veinte mil personas, la mayoría de ellos nómades. Los festejos comenzaron con un desfile militar presidido por el presidente AbdelAziz y su gabinete en pleno para mostrar que no descartan retomar las armas si las negociaciones auspiciadas por Naciones Unidas continúan estancadas. En realidad, preferirían que esta ola de revueltas en el mundo árabe se extendiera a Marruecos, provoque la caída de la monarquía y logren su tan ansiada independencia.
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