Por Mempo Giardinelli (Página 12, 28.10.2010)
Escribo esto en caliente, en la misma mañana de la muerte anunciada de Néstor Kirchner, y ojalá me equivoque. Pero siento dolor y miedo y necesito expresarlo.
Pienso que estos días van a ser feísimos, con un carnaval de hipocresía en el Congreso, ya van a ver. Los muertos políticos van a estar ahí con sus jetas impertérritas. Los resucitados de gobiernos anteriores. Los lameculos profesionales que ahora se dicen “disidentes”. Los frívolos y los garcas que a diario dibujan Rudy y Dani. Todos ellos y ellas. Caras de plástico, de hierro fundido, de caca endurecida. Aplaudidos secretamente por los que ya están emitiendo mailes de alegría feroz.
Los veremos en la tele, los veo ya en este mediodía soleado que aquí en el Chaco, al menos, resplandece como para una mejor causa.
Nunca fui kirchnerista. Nunca vi a Néstor en persona, jamás estuve en un mismo lugar con él. Ni siquiera lo voté en 2003. Y se lo dije la única vez que me llamó por teléfono para pedirme que aceptara ser embajador argentino en Cuba.
Siempre dije y escribí que no me gustaba su estilo medio cachafaz, esa informalidad provocadora que lo caracterizaba. Su manera tan peronista de hacer política juntando agua clara y aceite usado y viscoso.
Pero lo fui respetando a medida que, con un poder que no tenía, tomaba velozmente medidas que la Argentina necesitaba y casi todos veníamos pidiendo a gritos. Y que enumero ahora, porque en el futuro inmediato me parece que tendremos que subrayar estos recuentos para marcar diferencias. Fue él, o su gobierno, y ahora el de Cristina:
- El que cambió la política pública de derechos humanos en la Argentina. Nada menos. Ahora algunos dicen estar “hartos” del asunto, como otros criticaron siempre que era una política más declarativa que otra cosa. Pero Néstor lo hizo: lo empezó y fue consecuente. Y así se ganó el respeto de millones.
- El que cambió la Corte Suprema de Justicia, y no importa si después la Corte no ha sabido cambiar a la Justicia argentina.
- El que abrió los archivos de los servicios secretos y con ello reorientó el juicio por los atentados sufridos por la comunidad judía en los ’90.
- El que recuperó el control público del Correo, de Aguas, de Aerolíneas.
- El que impulsó y logró la nulidad de las leyes que impedían conocer la verdad y castigar a los culpables del genocidio.
- El que cambió nuestra política exterior terminando con las claudicantes relaciones carnales y otras payasadas.
- El que dispuso una consecuente y progresista política educativa como no tuvimos por décadas, y el que cambió la infame Ley Federal de Educación menemista por la actual, que es democrática e inclusiva.
- El que empezó a cambiar la política hacia los maestros y los jubilados, que por muchos años fueron los dos sectores salarialmente más atrasados del país.
- El que cambió radicalmente la política de defensa, de manera que ahora este país empieza a tener unas Fuerzas Armadas diferentes, democráticas y sometidas al poder político por primera vez en su historia.
- El que inició una gestión plural en la cultura, que ahora abarca todo el país y no sólo la ciudad de Buenos Aires.
- El que comenzó la primera reforma fiscal en décadas, a la que todavía le falta mucho pero hoy permite recaudaciones record.
- El que renegoció la deuda externa y terminó con la estúpida dictadura del FMI. Y por primera vez maneja el Banco Central con una política nacional y con record de divisas.
- El que liquidó el infame negocio de las AFJP y recuperó para el Estado la previsión social.
- El que con la nueva ley de medios empezó a limitar el poder absoluto de la dictadura periodística privada que todavía distorsiona la cabeza de millones de compatriotas.
- El que impulsó la ley de matrimonio igualitario y mantiene una política antidiscriminatoria como jamás tuvimos.
- El que gestionó un crecimiento económico de los más altos del mundo, con recuperación industrial evidente, estabilidad de casi una década y disminución del desempleo. Y va por más, porque se acerca la nueva legislación de entidades bancarias, que terminará un día de éstos con las herencias de Martínez de Hoz y de Cavallo.
Néstor lo hizo. Junto a Cristina, que lo sigue haciendo. Con innumerables errores, desde ya. Con metidas de pata, corruptelas y turbiedades varias y algunas muy irritantes, funcionarios impresentables, cierta belicosidad inútil y lo que se quiera reprocharles, todo eso que a muchos como yo nos dificulta declararnos kirchneristas, o nos lo impide.
Pero sólo los miserables olvidan que la corrupción en la Argentina es connatural desde que la reinventaron los mil veces malditos dictadores y el riojano ídem.
De manera que sin justificarle ni un centavo mal habido a nadie, en esta hora hay que recordarle a la nación toda que nadie, pero nadie, y ningún presidente desde por lo menos Juan Perón entre el ’46 y el ’55, produjo tantos y tan profundos cambios positivos en y para la vida nacional.
A ver si alguien puede decir lo contrario.
De manera que menudos méritos los de este flaco bizco, desfachatado, contradictorio y de caminar ladeado, como el de los pingüinos.
Sí, escribo esto adolorido y con miedo, en esta jodida mañana de sol, y desolado también, como millones de argentinos, un poco por este hombre que Estela de Carlotto acaba de definir como “indispensable” y otro poco por nosotros, por nuestro amado y pobrecito país.
Y redoblo mi ruego de que Cristina se cuide, y la cuidemos. Se nos viene encima un año tremendo, con las jaurías sedientas y capaces de cualquier cosa por recuperar el miserable poder que tuvieron y perdieron gracias a quienes ellos llamaron despreciativamente “Los K” y nosotros, los argentinos de a pie, los ciudadanos y ciudadanas que no comemos masitas envenenadas por la prensa y la tele del sistema mediático privado, probablemente y en adelante los recordaremos como “Néstor y Cristina, los que cambiaron la Argentina”.
Descanse en paz, Néstor Kirchner, con todos sus errores, defectos y miserias si las tuvo, pero sobre todo con sus enormes aciertos. Y aguante Cristina. Que no está sola.
Y los demás, nosotros, a apechugar. ¿O acaso hemos hecho otra cosa en nuestras vidas y en este país?
jueves, 28 de octubre de 2010
Los golpes no han terminado
El intento de golpe de Estado en Ecuador a fines de septiembre dejó la sensación de que la era de los golpes no ha finalizado en América Latina. Tal vez no sea correcto utilizar la definición “golpe” en cada caso, pero no se puede negar que hay procesos de desestabilización en curso. En cada país las oposiciones buscan su manera de minar el poder de los gobiernos que transitan caminos alternativos a las políticas neoliberales. Después de Ecuador le llegó el turno a El Salvador. El presidente Mauricio Funes tuvo que salir a desmentir que las Fuerzas Armadas pudieran estar involucradas en un golpe de Estado aunque la prensa se hizo eco de las declaraciones de diversos funcionarios que afirmaron que “antiguos militares tocan puertas de sus camaradas” para crear “un escenario de desestabilización que pudiera volverse golpista”. El 10 de octubre, celebrando los treinta años de fundación del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) que llevó a Funes a la presidencia, el coordinador del Frente le preguntó a la multitud que lo acompañaba si juraban “defender este gobierno ante la mentalidad golpista”. Agregó que “no descansan los golpistas de la región de inventarse modalidades nuevas de golpes para desestabilizar” en alusión directa a una campaña de los grandes medios de comunicación para instalar la necesidad de que las Fuerzas Armadas intervengan en la lucha contra la delincuencia y el narcotráfico. Pocos días después el gobierno de Porfirio Lobo le pedía a Estados Unidos un “Plan Colombia” para Honduras.
Más al sur, en Uruguay, el intendente de Canelones acusó directamente al diario El País de desestabilización. Recordó que en 2009 en un editorial titulado “A José Mugica” escribieron sin tapujos: “Sí es cierto que El País está en una campaña para que Ud. no alcance la Presidencia de la República”. Quién puede imaginar que si estaban en campaña antes de que Mugica llegara al poder, una vez electo, el periódico más tradicional y representativo de las clases dominantes se dedicará sólo a las noticias sociales y mundanas. Es claro que tratará de socavar su presidencia.
¿Alguien puede pensar que no sucede lo mismo en el resto de América Latina?
Más al sur, en Uruguay, el intendente de Canelones acusó directamente al diario El País de desestabilización. Recordó que en 2009 en un editorial titulado “A José Mugica” escribieron sin tapujos: “Sí es cierto que El País está en una campaña para que Ud. no alcance la Presidencia de la República”. Quién puede imaginar que si estaban en campaña antes de que Mugica llegara al poder, una vez electo, el periódico más tradicional y representativo de las clases dominantes se dedicará sólo a las noticias sociales y mundanas. Es claro que tratará de socavar su presidencia.
¿Alguien puede pensar que no sucede lo mismo en el resto de América Latina?
sábado, 16 de octubre de 2010
Algunas reflexiones sobre el intento de golpe en Ecuador
El intento de golpe de Estado contra el presidente Rafael Correa el 30 de septiembre ratifica lo que venimos sosteniendo en esta columna ya hace unos años: la mayoría de los gobiernos que llevan adelante reformas estructurales y desafían el poder de algunos sectores de las clases dominantes están siendo desestabilizados para que caigan a corto o mediano plazo.
Más allá de las intenciones iniciales -u ocultas- del levantamiento de los policías y las ocupaciones de los aeropuertos de Quito y Guayaquil, el objetivo era deshacerse de Correa. En este contexto, se debe dejar en un segundo plano el debate teórico sobre las categorías a utilizar para definir un golpe de Estado o cuáles son las semejanzas y diferencias con otros recientes intentos golpistas y con los golpes cívico-militares de los años sesenta y setenta.
Más allá de las particularidades de este caso hay que observar el contexto global latinoamericano y no hay que perder de vista que en los últimos años han existido movimientos desestabilizadores en Venezuela, Bolivia, Argentina, Paraguay, Nicaragua, Honduras o Ecuador. En algunos casos se involucraron sectores de las Fuerzas Armadas. En otros, movimientos civiles de todo tipo que buscaban minar el poder de estos gobiernos, extenuarlos, debilitarlos, impedirles gobernar, forzar renuncias o directamente derrocarlos.
Tampoco es casual que los medios de comunicación opositores estén minimizando lo sucedido y negando que hubiera habido un intento de golpe de Estado. Es más, subrayan que la culpa de todo la tiene Correa, de la misma manera que Manuel Zelaya fue “culpable” de atreverse a convocar una Asamblea Constituyente para reformar la constitución.
Hay que destacar la rápida reacción de UNASUR. Mientras la OEA emitía un comunicado de condena a la ruptura institucional, y el Departamento de Estado desde Washington condenaba la violencia en general y de forma abstracta (casi como esperando a ver el desenlace), UNASUR convocó de urgencia a las presidentes para reunirse el mismo jueves 30, viajar a Quito, y manifestarle su apoyo a Correa. Los reflejos del bloque muestran el aprendizaje de lo sucedido en Honduras en junio de 2009.
Aunque muchos señalen que Rafael Correa sale fortalecido del intento de golpe de Estado su situación no es sencilla ya que enfrenta una profunda crisis política. Además, carece de un partido político organizado, está enfrentado a gran parte de los movimientos sociales -en particular a varios sectores indígenas- y en su gobierno hay pujas internas que lo debilitan. Por otra parte, una vez más ha quedado demostrado que no alcanza con poner dirigentes progresistas al frente de la policía y las Fuerzas Armadas para que éstas apoyen un proyecto inclusivo de las grandes mayorías. Cuesta creer que ahora se “disciplinen” o que las poderosas clases dominantes y los medios de comunicación se crucen de brazos mientras Correa intente reorganizarse para consolidar su poder.
Más allá de las intenciones iniciales -u ocultas- del levantamiento de los policías y las ocupaciones de los aeropuertos de Quito y Guayaquil, el objetivo era deshacerse de Correa. En este contexto, se debe dejar en un segundo plano el debate teórico sobre las categorías a utilizar para definir un golpe de Estado o cuáles son las semejanzas y diferencias con otros recientes intentos golpistas y con los golpes cívico-militares de los años sesenta y setenta.
Más allá de las particularidades de este caso hay que observar el contexto global latinoamericano y no hay que perder de vista que en los últimos años han existido movimientos desestabilizadores en Venezuela, Bolivia, Argentina, Paraguay, Nicaragua, Honduras o Ecuador. En algunos casos se involucraron sectores de las Fuerzas Armadas. En otros, movimientos civiles de todo tipo que buscaban minar el poder de estos gobiernos, extenuarlos, debilitarlos, impedirles gobernar, forzar renuncias o directamente derrocarlos.
Tampoco es casual que los medios de comunicación opositores estén minimizando lo sucedido y negando que hubiera habido un intento de golpe de Estado. Es más, subrayan que la culpa de todo la tiene Correa, de la misma manera que Manuel Zelaya fue “culpable” de atreverse a convocar una Asamblea Constituyente para reformar la constitución.
Hay que destacar la rápida reacción de UNASUR. Mientras la OEA emitía un comunicado de condena a la ruptura institucional, y el Departamento de Estado desde Washington condenaba la violencia en general y de forma abstracta (casi como esperando a ver el desenlace), UNASUR convocó de urgencia a las presidentes para reunirse el mismo jueves 30, viajar a Quito, y manifestarle su apoyo a Correa. Los reflejos del bloque muestran el aprendizaje de lo sucedido en Honduras en junio de 2009.
Aunque muchos señalen que Rafael Correa sale fortalecido del intento de golpe de Estado su situación no es sencilla ya que enfrenta una profunda crisis política. Además, carece de un partido político organizado, está enfrentado a gran parte de los movimientos sociales -en particular a varios sectores indígenas- y en su gobierno hay pujas internas que lo debilitan. Por otra parte, una vez más ha quedado demostrado que no alcanza con poner dirigentes progresistas al frente de la policía y las Fuerzas Armadas para que éstas apoyen un proyecto inclusivo de las grandes mayorías. Cuesta creer que ahora se “disciplinen” o que las poderosas clases dominantes y los medios de comunicación se crucen de brazos mientras Correa intente reorganizarse para consolidar su poder.
viernes, 1 de octubre de 2010
BUEN RELATO DE LO SUCEDIDO EN ECUADOR
01/10/2010
Ganó el pueblo y la democracia en el Ecuador
Decio Machado desde Quito
El pasado 30 de septiembre, en varios puntos del país se amotinaron diversos
acuartelamientos de la Policía Nacional. El momento tuvo dos localidades
críticas, Quito y Guayaquil, las dos ciudades más importantes del país.
Notificado el Presidente Correa de la situación, se personó en el cuartel del
Regimiento Num. 1 de Quito con el fin de informar debidamente a los sublevados
de cuál es el contenido de la Ley y eliminar cualquier tipo de suspicacias
entorno a su articulado.
Tras ser fuertemente vapuleado dentro del acuartelamiento, el Presidente Correa
no pudo abandonar el recinto, y fue recluido en el Hospital Metropolitano,
situado en el edificio contiguo al cuartel sublevado.
No más de medio centenar de civiles se aproximaron en un primer momento, a las
puertas del acuartelamiento gritando consignas anti correístas y solicitando a
los policías sublevados que no dejaran salir al Presidente. Entre ellos aparecía
una cara conocida, el abogado Pablo Guerrero, vinculado al ex presidente Lucio
Gutiérrez, quien presidió el Ecuador entre primeros del 2003 y abril de 2005,
cuando se vio forzado a abandonar el Palacio de Carondelet –palacio
presidencial- ante las fuertes movilizaciones de la ciudadanía quiteña y
sectores indígenas provenientes de diferentes partes de la Sierra Central
andina. Lucio Gutiérrez encabeza hoy el Partido Sociedad Patriótica, principal
oposición conservadora al régimen de Rafael Correa.
En esos momentos, la Policía Nacional desalojaba a los asambleístas de Alianza
PAIS de la Asamblea Nacional (el poder legislativo ecuatoriano), tomando el
edificio y solo permitiendo la presencia de la oposición conservadora en su
interior.
De igual manera, la Policía Nacional tomaba los aeropuertos de Quito y
Guayaquil, los únicos en el país de donde parten y llegan vuelos desde el
exterior, impidiendo el tránsito de aviones hasta bien avanzada la tarde.
Automáticamente corrieron las convocatorias vía sms por todos los teléfonos
celulares del Ecuador, convocando una manifestación de apoyo al presidente
constitucionalmente elegido frente al Palacio de Carondelet.
Miles de personas, militante y no militantes de Alianza PAIS se congregaban
frente al palacio presidencial. En su terraza principal, múltiples ministros del
gobierno correístas arengaban a los manifestantes con consignas de apoyo al
régimen y en defensa de la democracia y el Estado de derecho. El canciller
Ricardo Patiño, máximo dirigente del partido de gobierno llamaba a rescatar al
Presidente en el Hospital Metropolitano. Por diversas calles de Quito los
manifestantes pro gubernamentales avanzaban hacia el acuartelamiento amotinado
coreando consignas a favor del Presidente Correa.
Desde que la noticia del secuestro del Presidente comenzó a expandirse por la
ciudad, cientos de personas ya se habían movilizado atrincherándose en la zona
del hospital y haciendo frente a las bombas de humo y gases lacrimógenos
lanzados por los policías amotinados con las pocas piedras que encontraban por
el camino.
En Guayaquil especialmente, pero también en algunas ciudades más, pequeños
grupos de manifestantes de la derecha celebraban en las calles a favor del golpe
de Estado. Jóvenes universitarios, muchos de ellos aleccionados por los
estudiantes antichavistas de Venezuela (han estado en Guayaquil en varias
ocasiones invitados a charlas y conferencias); y por otro lado, militantes de la
Federación de Estudiantes Universitarios del Ecuador (FEUE), de perfil maoísta,
intentaron tomas de edificios públicos (en Cuenca y Guayaquil), al igual que
levantaron algunas fogatas en calles cercanas a algunos centros universitarios.
Sorprendió ver como la izquierda maoísta apoyaba la intento golpista.
Quito se convertía en el bastión del levantamiento, y aunque sin apoyo popular,
los policías sublevados elevaban su nivel de represión sobre los ciudadanos, en
cada vez en mayor número se aproximaban al Hospital Metropolitano.
Con palos, piedras y gran coraje, los manifestantes hicieron frente durante todo
el día a las cargas y disparos de la Policía Nacional, que defendían su cerco al
hospital donde Correa se hallaba secuestrado.
Al grito de “Oh Ah Correa no se va”, “Quito no se ahueva” y “No nos vamos de
aquí sin nuestro Presidente”, jóvenes, mayores e incluso gentes en silla de
ruedas, cargados de una enorme valentía hacían frente a las embestidas
policiales de una brutalidad propia de los años 70 en la región.
Sin embargo poco a poco la multitud avanzaba, haciendo cada vez más corto el
espacio que les separaba de su presidente. Algunos fueron heridos y
principalmente gaseados, teniendo que ser atendidos por asfixia por los
sanitarios que llegaban a la zona.
Con anterioridad, el mismo Presidente Correa también había sido gaseado cuando
se encontraba dentro del cuartel, y su escolta personal sufrió las agresiones de
los policías amotinados.
La cúpula militar manifestaba su apoyo al régimen, lo cual significó el fin de
cualquier posibilidad de éxito de la sublevación policial, aun así, los policías
sublevados continuaban sus acciones de forma cada vez más violentamente, y el
ejército no aparecía.
Frente al palacio presidencial, donde todo estaba tranquilo, se aglutinaban
miles de personas para defender la casa de gobierno de una posible toma por
parte de las fuerzas de seguridad.
El canciller Patiño fue golpeado cuando se aproximó al hospital con el objetivo
de hablar con el Presidente de la República. También otros ministros se
personaron en el lugar, pero la línea de frente estaba conformada
fundamentalmente por jóvenes que ejercían la resistencia frente a la brutalidad
policial.
Mientras llegaban muy deficientemente las noticias de que en el resto del país
la situación se normalizaba, los aeropuertos de Quito y Guayaquil eran
recuperados y se ponían nuevamente en funcionamiento, un grupo de policías
vestidos de civil, junto con un grupo de civiles, cuyas dirigentes reconocidas,
tienen vinculación con el Opus Dei, ocupaban violentamente la televisión
pública, Ecuador TV. Una vez más, aparecía el rosto del abogado Pablo Guerrero
liderando a los sediciosos e intentando hablar por este medio.
Caída la noche, se articuló la operación militar para sacar al Presidente Correa
del hospital y trasladarlo al Palacio de Carondelet. Unidades militares llegaban
a los entornos del hospital en múltiples camiones y buses, siendo aplaudidos por
los manifestantes que muchos de ellos llevaban todo el día reclamando la
liberación de su presidente.
La respuesta policial fue sorprendente, disparando gases lacrimógenos y balas
reales los militares recién llegados. Entorno a 45 minutos duró el tiroteo hasta
que los Grupos de Operaciones Especiales (GOE) consiguieron acceder al hospital
y liberar al Presidente Correa.
Trasladado con urgencia a Carondelet, la balacera continuó durante al menos una
hora más, de la que sin estar los datos claros, parece ser que hay dos víctimas
de momento y cerca de una treintena de heridos. No se tienen datos de
detenciones, lo que presupone que los policías nacionales debieron escaparse del
acuartelamiento.
Era el fin definitivo del levantamiento. El Presidente prometió ante la multitud
concretada en Carondelet, que se hará justicia y que no habrá perdón,
responsabilizando a los hermanos Gutiérrez del Partido Sociedad Patriótica de la
intoxicación informativa que sufrieron los policías amotinados.
Sin embargo, y a pesar del buen desenlace de la crisis que duró hasta largas
horas de la noche, el régimen demostró tener una muy deficiente inteligencia en
materia de seguridad, pues nunca pensó en la posibilidad de un alzamiento y no
tenían reacción ante una situación de estas características.
Por otro lado, y a pesar de que el nivel de movilización era importante, se
constata la necesidad de una organización de base del proceso, lo cual hubiese
permitido: coordinación de las acciones y más gente en la calle resistiendo.
Por último, las diferencias que el régimen ha ido generando con los movimientos
sociales, hizo que tampoco fuese visible la presencia de organizaciones sociales
estructuradas en la resistencia, si no gentes que a título individual se
movilizaban en defensa de la democracia.
Triunfó la democracia, y sus artífices fueron los miles de ciudadanos que se
enfrentaron durante todo el día a los policías golpistas; dejándoles claro que
el pueblo estaba dispuesto a defender a su Presidente Constitucional hasta las
últimas consecuencias.
Si la intención de la derecha fue el derrocamiento régimen correísta, en este
momento todo parece indicar que el Presidente Correa disolverá la Asamblea
Nacional, convocando elecciones generales. Tras los sucesos del día de ayer, el
Presidente Correa y Alianza PAIS saldrán fuertemente reforzados en este
escrutinio popular, lo que significará el hundimiento el generalizado de todas
las demás opciones políticas en disputa, y en especial de las organizaciones de
la derecha ecuatoriana y dentro de esta la del ex coronel Lucio Gutiérrez. A la
derecha golpista le salió el “tiro por la culata”.
Ganó el pueblo y la democracia en el Ecuador
Decio Machado desde Quito
El pasado 30 de septiembre, en varios puntos del país se amotinaron diversos
acuartelamientos de la Policía Nacional. El momento tuvo dos localidades
críticas, Quito y Guayaquil, las dos ciudades más importantes del país.
Notificado el Presidente Correa de la situación, se personó en el cuartel del
Regimiento Num. 1 de Quito con el fin de informar debidamente a los sublevados
de cuál es el contenido de la Ley y eliminar cualquier tipo de suspicacias
entorno a su articulado.
Tras ser fuertemente vapuleado dentro del acuartelamiento, el Presidente Correa
no pudo abandonar el recinto, y fue recluido en el Hospital Metropolitano,
situado en el edificio contiguo al cuartel sublevado.
No más de medio centenar de civiles se aproximaron en un primer momento, a las
puertas del acuartelamiento gritando consignas anti correístas y solicitando a
los policías sublevados que no dejaran salir al Presidente. Entre ellos aparecía
una cara conocida, el abogado Pablo Guerrero, vinculado al ex presidente Lucio
Gutiérrez, quien presidió el Ecuador entre primeros del 2003 y abril de 2005,
cuando se vio forzado a abandonar el Palacio de Carondelet –palacio
presidencial- ante las fuertes movilizaciones de la ciudadanía quiteña y
sectores indígenas provenientes de diferentes partes de la Sierra Central
andina. Lucio Gutiérrez encabeza hoy el Partido Sociedad Patriótica, principal
oposición conservadora al régimen de Rafael Correa.
En esos momentos, la Policía Nacional desalojaba a los asambleístas de Alianza
PAIS de la Asamblea Nacional (el poder legislativo ecuatoriano), tomando el
edificio y solo permitiendo la presencia de la oposición conservadora en su
interior.
De igual manera, la Policía Nacional tomaba los aeropuertos de Quito y
Guayaquil, los únicos en el país de donde parten y llegan vuelos desde el
exterior, impidiendo el tránsito de aviones hasta bien avanzada la tarde.
Automáticamente corrieron las convocatorias vía sms por todos los teléfonos
celulares del Ecuador, convocando una manifestación de apoyo al presidente
constitucionalmente elegido frente al Palacio de Carondelet.
Miles de personas, militante y no militantes de Alianza PAIS se congregaban
frente al palacio presidencial. En su terraza principal, múltiples ministros del
gobierno correístas arengaban a los manifestantes con consignas de apoyo al
régimen y en defensa de la democracia y el Estado de derecho. El canciller
Ricardo Patiño, máximo dirigente del partido de gobierno llamaba a rescatar al
Presidente en el Hospital Metropolitano. Por diversas calles de Quito los
manifestantes pro gubernamentales avanzaban hacia el acuartelamiento amotinado
coreando consignas a favor del Presidente Correa.
Desde que la noticia del secuestro del Presidente comenzó a expandirse por la
ciudad, cientos de personas ya se habían movilizado atrincherándose en la zona
del hospital y haciendo frente a las bombas de humo y gases lacrimógenos
lanzados por los policías amotinados con las pocas piedras que encontraban por
el camino.
En Guayaquil especialmente, pero también en algunas ciudades más, pequeños
grupos de manifestantes de la derecha celebraban en las calles a favor del golpe
de Estado. Jóvenes universitarios, muchos de ellos aleccionados por los
estudiantes antichavistas de Venezuela (han estado en Guayaquil en varias
ocasiones invitados a charlas y conferencias); y por otro lado, militantes de la
Federación de Estudiantes Universitarios del Ecuador (FEUE), de perfil maoísta,
intentaron tomas de edificios públicos (en Cuenca y Guayaquil), al igual que
levantaron algunas fogatas en calles cercanas a algunos centros universitarios.
Sorprendió ver como la izquierda maoísta apoyaba la intento golpista.
Quito se convertía en el bastión del levantamiento, y aunque sin apoyo popular,
los policías sublevados elevaban su nivel de represión sobre los ciudadanos, en
cada vez en mayor número se aproximaban al Hospital Metropolitano.
Con palos, piedras y gran coraje, los manifestantes hicieron frente durante todo
el día a las cargas y disparos de la Policía Nacional, que defendían su cerco al
hospital donde Correa se hallaba secuestrado.
Al grito de “Oh Ah Correa no se va”, “Quito no se ahueva” y “No nos vamos de
aquí sin nuestro Presidente”, jóvenes, mayores e incluso gentes en silla de
ruedas, cargados de una enorme valentía hacían frente a las embestidas
policiales de una brutalidad propia de los años 70 en la región.
Sin embargo poco a poco la multitud avanzaba, haciendo cada vez más corto el
espacio que les separaba de su presidente. Algunos fueron heridos y
principalmente gaseados, teniendo que ser atendidos por asfixia por los
sanitarios que llegaban a la zona.
Con anterioridad, el mismo Presidente Correa también había sido gaseado cuando
se encontraba dentro del cuartel, y su escolta personal sufrió las agresiones de
los policías amotinados.
La cúpula militar manifestaba su apoyo al régimen, lo cual significó el fin de
cualquier posibilidad de éxito de la sublevación policial, aun así, los policías
sublevados continuaban sus acciones de forma cada vez más violentamente, y el
ejército no aparecía.
Frente al palacio presidencial, donde todo estaba tranquilo, se aglutinaban
miles de personas para defender la casa de gobierno de una posible toma por
parte de las fuerzas de seguridad.
El canciller Patiño fue golpeado cuando se aproximó al hospital con el objetivo
de hablar con el Presidente de la República. También otros ministros se
personaron en el lugar, pero la línea de frente estaba conformada
fundamentalmente por jóvenes que ejercían la resistencia frente a la brutalidad
policial.
Mientras llegaban muy deficientemente las noticias de que en el resto del país
la situación se normalizaba, los aeropuertos de Quito y Guayaquil eran
recuperados y se ponían nuevamente en funcionamiento, un grupo de policías
vestidos de civil, junto con un grupo de civiles, cuyas dirigentes reconocidas,
tienen vinculación con el Opus Dei, ocupaban violentamente la televisión
pública, Ecuador TV. Una vez más, aparecía el rosto del abogado Pablo Guerrero
liderando a los sediciosos e intentando hablar por este medio.
Caída la noche, se articuló la operación militar para sacar al Presidente Correa
del hospital y trasladarlo al Palacio de Carondelet. Unidades militares llegaban
a los entornos del hospital en múltiples camiones y buses, siendo aplaudidos por
los manifestantes que muchos de ellos llevaban todo el día reclamando la
liberación de su presidente.
La respuesta policial fue sorprendente, disparando gases lacrimógenos y balas
reales los militares recién llegados. Entorno a 45 minutos duró el tiroteo hasta
que los Grupos de Operaciones Especiales (GOE) consiguieron acceder al hospital
y liberar al Presidente Correa.
Trasladado con urgencia a Carondelet, la balacera continuó durante al menos una
hora más, de la que sin estar los datos claros, parece ser que hay dos víctimas
de momento y cerca de una treintena de heridos. No se tienen datos de
detenciones, lo que presupone que los policías nacionales debieron escaparse del
acuartelamiento.
Era el fin definitivo del levantamiento. El Presidente prometió ante la multitud
concretada en Carondelet, que se hará justicia y que no habrá perdón,
responsabilizando a los hermanos Gutiérrez del Partido Sociedad Patriótica de la
intoxicación informativa que sufrieron los policías amotinados.
Sin embargo, y a pesar del buen desenlace de la crisis que duró hasta largas
horas de la noche, el régimen demostró tener una muy deficiente inteligencia en
materia de seguridad, pues nunca pensó en la posibilidad de un alzamiento y no
tenían reacción ante una situación de estas características.
Por otro lado, y a pesar de que el nivel de movilización era importante, se
constata la necesidad de una organización de base del proceso, lo cual hubiese
permitido: coordinación de las acciones y más gente en la calle resistiendo.
Por último, las diferencias que el régimen ha ido generando con los movimientos
sociales, hizo que tampoco fuese visible la presencia de organizaciones sociales
estructuradas en la resistencia, si no gentes que a título individual se
movilizaban en defensa de la democracia.
Triunfó la democracia, y sus artífices fueron los miles de ciudadanos que se
enfrentaron durante todo el día a los policías golpistas; dejándoles claro que
el pueblo estaba dispuesto a defender a su Presidente Constitucional hasta las
últimas consecuencias.
Si la intención de la derecha fue el derrocamiento régimen correísta, en este
momento todo parece indicar que el Presidente Correa disolverá la Asamblea
Nacional, convocando elecciones generales. Tras los sucesos del día de ayer, el
Presidente Correa y Alianza PAIS saldrán fuertemente reforzados en este
escrutinio popular, lo que significará el hundimiento el generalizado de todas
las demás opciones políticas en disputa, y en especial de las organizaciones de
la derecha ecuatoriana y dentro de esta la del ex coronel Lucio Gutiérrez. A la
derecha golpista le salió el “tiro por la culata”.
Atilio Boron, Ecuador: Nota sobre el frustrado golpe de estado
ALAI AMLATINA, 01/10/2010.-
1. ¿Qué pasó ayer en Ecuador?
Hubo una tentativa de golpe de estado. No fue, como dijeron varios
medios en América Latina, una "crisis institucional", como si lo
ocurrido hubiera sido un conflicto de jurisdicciones entre el Ejecutivo
y el Legislativo sino una abierta insurrección de una rama del primero,
la Policía Nacional, cuyos efectivos constituyen un pequeño ejército de
40.000 hombres, en contra del Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas
del Ecuador, que no es otro que su presidente legítimamente electo.
Tampoco fue lo que dijo Arturo Valenzuela, Subsecretario de Estado de
Asuntos Interamericanos, "un acto de indisciplina policial".
¿Caracterizaría de ese modo lo ocurrido si el equivalente de la Policía
Nacional del Ecuador en EEUU hubiera vapuleado y agredido físicamente a
Barack Obama, lesionándolo; lo hubiera secuestrado y mantenido en
reclusión durante 12 horas en un hospital policial hasta que un comando
especial del Ejército lo liberaba luego de un intenso tiroteo?
Seguramente que no, pero como se trata de un mandatario latinoamericano
lo que allá suena como intolerable aberración aquí aparece como una
travesura de escolares.
En general todos los oligopolios mediáticos ofrecieron una versión
distorsionada de lo ocurrido el día de ayer, evitando cuidadosamente
hablar de tentativa de golpe de estado. En lugar de eso se referían a
una "sublevación policial" lo cual, a todas luces, convierte los
acontecimientos del Jueves en una anécdota relativamente insignificante.
Es un viejo ardid de la derecha, siempre interesada en restar
importancia a las tropelías que cometen sus partidarios y a magnificar
los errores o problemas de sus adversarios. Por eso viene bien recordar
las palabras pronunciadas este Viernes, en horas de la mañana, por el
presidente Rafael Correa cuando caracterizó lo ocurrido como
"conspiración" para perpetrar un "golpe de estado". Conspiración porque,
como fue más que evidente en el día de ayer, hubo otros actores que
manifestaron su apoyo al golpe en gestación : ¿no fueron acaso efectivos
de la Fuerza Aérea Ecuatoriana –y no de la Policía Nacional- los que se
paralizaron al Aeropuerto Internacional de Quito y el pequeño aeródromo
utilizado para vuelos provinciales? ¿Y no hubo grupos políticos que
salieron a apoyar a los golpistas en calles y plazas? ¿No fue el propio
abogado del ex presidente Lucio Gutiérrez uno de los energúmenos que
trató de entrar por la fuerza a las instalaciones de la Televisión
Nacional del Ecuador? ¿No dijo acaso el Alcalde de Guayaquil, y gran
rival del presidente Correa, Jaime Nebot, que se trataba de un conflicto
de poderes entre un personaje autoritario y despótico, Correa, y un
sector de la policía, equivocado en su metodología pero a quien le
asistía la razón en sus reclamos? Esta falsa equidistancia entre las
partes en conflicto era una indirecta confesión de su complacencia ante
los acontecimientos en curso y de su íntimo deseo de librarse de su
-hasta ahora al menos- inexpugnable enemigo político. Para ni hablar de
la lamentable involución del movimiento “indígena” Pachakutik, que en
medio de la crisis hizo pública su convocatoria al “movimiento indígena,
movimientos sociales, organizaciones políticas democráticas, a
constituir un solo frente nacional para exigir la salida del Presidente
Correa.” ¡Sorpresas te da la vida”, decía Pedro Navaja; pero no hay tal
sorpresa cuando uno toma nota de los generosos aportes que la USAID y el
National Endowment for Democracy han venido haciendo en los últimos años
para “empoderar” a la ciudadanía ecuatoriana a través de sus partidos y
movimientos sociales.
Conclusión: no fue un pequeño grupo aislado dentro de la policía quien
intentó dar el golpe sino un conjunto de actores sociales y políticos al
servicio de la oligarquía local y el imperialismo, que jamás le va a
perdonar a Correa haber ordenado el desalojo de la base que Estados
Unidos tenía en Manta, la auditoría de la deuda externa del Ecuador y su
incorporación al ALBA, entre muchas otras causas. Incidentalmente, la
policía ecuatoriana hace ya muchos años que, al igual que otras de la
región, viene siendo instruida y adiestrada por su contraparte
estadounidense. ¿Habrán incluido alguna clase de educación cívica, o
sobre la necesaria subordinación de las fuerzas armadas y policiales al
poder civil? No parece. Más bien, actualiza la necesidad de poner fin,
sin más dilaciones, a la “cooperación” entre las fuerzas de seguridad de
la mayoría de los países latinoamericanos y las de Estados Unidos. Ya se
sabe que es lo que enseñan en esos cursos.
2. ¿Por qué fracasó el golpe de estado?
Básicamente por tres razones: en primer lugar, por la rápida y efectiva
movilización de amplios sectores de la población ecuatoriana que, pese
al peligro que existía, salió a ocupar calles y plazas para manifestar
su apoyo al presidente Correa. Ocurrió lo que siempre debe ocurrir en
casos como estos: la defensa del orden constitucional es efectiva en la
medida en que es asumida directamente por el pueblo, actuando como
protagonista y no como simple espectador de las luchas políticas de su
tiempo. Sin esa presencia del pueblo en calles y plazas, cosa que había
advertido Maquiavelo hace quinientos años, no hay república que resista
los embates de los personeros del viejo orden. El entramado
institucional por sí sólo es incapaz de garantizar la estabilidad del
régimen democrático. Las fuerzas de la derecha son demasiado poderosas y
dominan ese entramado desde hace siglos. Sólo la presencia activa,
militante, del pueblo en las calles puede desbaratar los planes golpistas.
En segundo lugar, el golpe pudo ser detenido porque la movilización
popular que se desarrolló con gran celeridad dentro del Ecuador fue
acompañada por una rápida y contundente solidaridad internacional que se
comenzó a efectivizar ni bien se tuvieron las primeras noticias del
golpe y que, entre otras cosas, precipitó la muy oportuna convocatoria a
una reunión urgente y extraordinaria de la UNASUR en Buenos Aires. El
claro respaldo obtenido por Correa de los gobiernos sudamericanos y de
varios europeos surtió efecto porque puso en evidencia que el futuro de
los golpistas, en caso de que sus planes finalmente culminaran
exitosamente, sería el ostracismo y el aislamiento político, económico e
internacional. Se demostró, una vez más, que la UNASUR funciona y es
eficaz, y la crisis pudo resolverse, como antes la de Bolivia, en 2008,
sin la intervención de intereses ajenos a América del Sur.
Tercero, pero no último en importancia, por la valentía demostrada por
el presidente Correa, que no dio brazo a torcer y que resistió a pie
firme el acoso y la reclusión de que había sido objeto pese a que era
más que evidente que su vida corría peligro y que, hasta último momento,
cuando se retiraba del hospital, fue automóvil fue baleado con claras
intenciones de poner fin a su vida. Correa demostró poseer el valor que
se requiere para acometer con perspectivas de éxito las grandes empresas
políticas. Si hubiese flaqueado, si se hubiera acobardado, o dejado
entrever una voluntad de someterse al designio de sus captores otro
habría sido el resultado. La combinación de estos tres factores: la
movilización popular interna, la solidaridad internacional y la valentía
del presidente terminó por producir el aislamiento de los sediciosos,
debilitando su fuerza y facilitando la operación de rescate efectuada
por el Ejército ecuatoriano.
3. ¿Puede volver a ocurrir?
Sí, porque los fundamentos del golpismo tienen profundas raíces en las
sociedades latinoamericanas y en la política exterior de Estados Unidos
hacia esta parte del mundo. Si se repasa la historia reciente de
nuestros países se comprueba que las tentativas golpistas tuvieron lugar
en Venezuela (2002), Bolivia (2008), Honduras (2009) y Ecuador (2010),
es decir, en cuatro países caracterizados por ser el hogar de
significativos procesos de transformación económica y social y, además,
por estar integrados a la ALBA. Ningún gobierno de derecha fue
perturbado por el golpismo, cuyo signo político oligárquico e
imperialista es inocultable. Por eso el campeón mundial de la violación
a los derechos humanos -Álvaro Uribe, con sus miles de desaparecidos,
sus fosas comunes, sus “falsos positivos”- jamás tuvo que preocuparse
por insurrecciones militares en su contra durante los ocho años de su
mandato. Y es poco probable que los otros gobiernos de derecha que hay
en la región vayan a ser víctimas de una tentativa golpista en los
próximos años. De las cuatro que hubo desde el 2002 tres fracasaron y
sólo una, la perpetrada en Honduras en contra de Mel Zelaya, fue
coronada exitosamente. El dato significativo es que su ejecución fue
sorpresiva, en el medio de la noche, lo cual impidió que la noticia
fuese conocida hasta la mañana siguiente y el pueblo tuviera tiempo de
salir a ganar calles y plazas. Cuando lo hizo ya era tarde porque Zelaya
había sido desterrado. Además, en este caso la respuesta internacional
fue lenta y tibia, careciendo de la necesaria rapidez y contundencia que
se puso de manifiesto en el caso ecuatoriano. Lección a extraer: la
rapidez de la reacción democrática y popular es esencial para desactivar
la secuencia de acciones y procesos del golpismo, que rara vez es otra
cosa que un entrelazamiento de iniciativas que, a falta de obstáculos
que se interpongan en su camino, se refuerzan recíprocamente. Si la
respuesta popular no surge de inmediato el proceso se retroalimenta, y
cuando se lo quiere parar ya es demasiado tarde. Y lo mismo cabe decir
de la solidaridad internacional, que para ser efectiva tiene que ser
inmediata e intransigente en su defensa del orden político imperante.
Afortunadamente estas condiciones se dieron en el caso ecuatoriano, y
por eso la tentativa golpista fracasó. Pero no hay que hacerse
ilusiones: la oligarquía y el imperialismo volverán a intentar, tal vez
por otras vías, derribar a los gobiernos que no se doblegan ante sus
intereses.
- Dr. Atilio A. Boron, director del Programa Latinoamericano de
Educación a Distancia en Ciencias Sociales (PLED), Buenos Aires,
Argentina www.centrocultural.coop/pled - http://www.atilioboron.com
1. ¿Qué pasó ayer en Ecuador?
Hubo una tentativa de golpe de estado. No fue, como dijeron varios
medios en América Latina, una "crisis institucional", como si lo
ocurrido hubiera sido un conflicto de jurisdicciones entre el Ejecutivo
y el Legislativo sino una abierta insurrección de una rama del primero,
la Policía Nacional, cuyos efectivos constituyen un pequeño ejército de
40.000 hombres, en contra del Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas
del Ecuador, que no es otro que su presidente legítimamente electo.
Tampoco fue lo que dijo Arturo Valenzuela, Subsecretario de Estado de
Asuntos Interamericanos, "un acto de indisciplina policial".
¿Caracterizaría de ese modo lo ocurrido si el equivalente de la Policía
Nacional del Ecuador en EEUU hubiera vapuleado y agredido físicamente a
Barack Obama, lesionándolo; lo hubiera secuestrado y mantenido en
reclusión durante 12 horas en un hospital policial hasta que un comando
especial del Ejército lo liberaba luego de un intenso tiroteo?
Seguramente que no, pero como se trata de un mandatario latinoamericano
lo que allá suena como intolerable aberración aquí aparece como una
travesura de escolares.
En general todos los oligopolios mediáticos ofrecieron una versión
distorsionada de lo ocurrido el día de ayer, evitando cuidadosamente
hablar de tentativa de golpe de estado. En lugar de eso se referían a
una "sublevación policial" lo cual, a todas luces, convierte los
acontecimientos del Jueves en una anécdota relativamente insignificante.
Es un viejo ardid de la derecha, siempre interesada en restar
importancia a las tropelías que cometen sus partidarios y a magnificar
los errores o problemas de sus adversarios. Por eso viene bien recordar
las palabras pronunciadas este Viernes, en horas de la mañana, por el
presidente Rafael Correa cuando caracterizó lo ocurrido como
"conspiración" para perpetrar un "golpe de estado". Conspiración porque,
como fue más que evidente en el día de ayer, hubo otros actores que
manifestaron su apoyo al golpe en gestación : ¿no fueron acaso efectivos
de la Fuerza Aérea Ecuatoriana –y no de la Policía Nacional- los que se
paralizaron al Aeropuerto Internacional de Quito y el pequeño aeródromo
utilizado para vuelos provinciales? ¿Y no hubo grupos políticos que
salieron a apoyar a los golpistas en calles y plazas? ¿No fue el propio
abogado del ex presidente Lucio Gutiérrez uno de los energúmenos que
trató de entrar por la fuerza a las instalaciones de la Televisión
Nacional del Ecuador? ¿No dijo acaso el Alcalde de Guayaquil, y gran
rival del presidente Correa, Jaime Nebot, que se trataba de un conflicto
de poderes entre un personaje autoritario y despótico, Correa, y un
sector de la policía, equivocado en su metodología pero a quien le
asistía la razón en sus reclamos? Esta falsa equidistancia entre las
partes en conflicto era una indirecta confesión de su complacencia ante
los acontecimientos en curso y de su íntimo deseo de librarse de su
-hasta ahora al menos- inexpugnable enemigo político. Para ni hablar de
la lamentable involución del movimiento “indígena” Pachakutik, que en
medio de la crisis hizo pública su convocatoria al “movimiento indígena,
movimientos sociales, organizaciones políticas democráticas, a
constituir un solo frente nacional para exigir la salida del Presidente
Correa.” ¡Sorpresas te da la vida”, decía Pedro Navaja; pero no hay tal
sorpresa cuando uno toma nota de los generosos aportes que la USAID y el
National Endowment for Democracy han venido haciendo en los últimos años
para “empoderar” a la ciudadanía ecuatoriana a través de sus partidos y
movimientos sociales.
Conclusión: no fue un pequeño grupo aislado dentro de la policía quien
intentó dar el golpe sino un conjunto de actores sociales y políticos al
servicio de la oligarquía local y el imperialismo, que jamás le va a
perdonar a Correa haber ordenado el desalojo de la base que Estados
Unidos tenía en Manta, la auditoría de la deuda externa del Ecuador y su
incorporación al ALBA, entre muchas otras causas. Incidentalmente, la
policía ecuatoriana hace ya muchos años que, al igual que otras de la
región, viene siendo instruida y adiestrada por su contraparte
estadounidense. ¿Habrán incluido alguna clase de educación cívica, o
sobre la necesaria subordinación de las fuerzas armadas y policiales al
poder civil? No parece. Más bien, actualiza la necesidad de poner fin,
sin más dilaciones, a la “cooperación” entre las fuerzas de seguridad de
la mayoría de los países latinoamericanos y las de Estados Unidos. Ya se
sabe que es lo que enseñan en esos cursos.
2. ¿Por qué fracasó el golpe de estado?
Básicamente por tres razones: en primer lugar, por la rápida y efectiva
movilización de amplios sectores de la población ecuatoriana que, pese
al peligro que existía, salió a ocupar calles y plazas para manifestar
su apoyo al presidente Correa. Ocurrió lo que siempre debe ocurrir en
casos como estos: la defensa del orden constitucional es efectiva en la
medida en que es asumida directamente por el pueblo, actuando como
protagonista y no como simple espectador de las luchas políticas de su
tiempo. Sin esa presencia del pueblo en calles y plazas, cosa que había
advertido Maquiavelo hace quinientos años, no hay república que resista
los embates de los personeros del viejo orden. El entramado
institucional por sí sólo es incapaz de garantizar la estabilidad del
régimen democrático. Las fuerzas de la derecha son demasiado poderosas y
dominan ese entramado desde hace siglos. Sólo la presencia activa,
militante, del pueblo en las calles puede desbaratar los planes golpistas.
En segundo lugar, el golpe pudo ser detenido porque la movilización
popular que se desarrolló con gran celeridad dentro del Ecuador fue
acompañada por una rápida y contundente solidaridad internacional que se
comenzó a efectivizar ni bien se tuvieron las primeras noticias del
golpe y que, entre otras cosas, precipitó la muy oportuna convocatoria a
una reunión urgente y extraordinaria de la UNASUR en Buenos Aires. El
claro respaldo obtenido por Correa de los gobiernos sudamericanos y de
varios europeos surtió efecto porque puso en evidencia que el futuro de
los golpistas, en caso de que sus planes finalmente culminaran
exitosamente, sería el ostracismo y el aislamiento político, económico e
internacional. Se demostró, una vez más, que la UNASUR funciona y es
eficaz, y la crisis pudo resolverse, como antes la de Bolivia, en 2008,
sin la intervención de intereses ajenos a América del Sur.
Tercero, pero no último en importancia, por la valentía demostrada por
el presidente Correa, que no dio brazo a torcer y que resistió a pie
firme el acoso y la reclusión de que había sido objeto pese a que era
más que evidente que su vida corría peligro y que, hasta último momento,
cuando se retiraba del hospital, fue automóvil fue baleado con claras
intenciones de poner fin a su vida. Correa demostró poseer el valor que
se requiere para acometer con perspectivas de éxito las grandes empresas
políticas. Si hubiese flaqueado, si se hubiera acobardado, o dejado
entrever una voluntad de someterse al designio de sus captores otro
habría sido el resultado. La combinación de estos tres factores: la
movilización popular interna, la solidaridad internacional y la valentía
del presidente terminó por producir el aislamiento de los sediciosos,
debilitando su fuerza y facilitando la operación de rescate efectuada
por el Ejército ecuatoriano.
3. ¿Puede volver a ocurrir?
Sí, porque los fundamentos del golpismo tienen profundas raíces en las
sociedades latinoamericanas y en la política exterior de Estados Unidos
hacia esta parte del mundo. Si se repasa la historia reciente de
nuestros países se comprueba que las tentativas golpistas tuvieron lugar
en Venezuela (2002), Bolivia (2008), Honduras (2009) y Ecuador (2010),
es decir, en cuatro países caracterizados por ser el hogar de
significativos procesos de transformación económica y social y, además,
por estar integrados a la ALBA. Ningún gobierno de derecha fue
perturbado por el golpismo, cuyo signo político oligárquico e
imperialista es inocultable. Por eso el campeón mundial de la violación
a los derechos humanos -Álvaro Uribe, con sus miles de desaparecidos,
sus fosas comunes, sus “falsos positivos”- jamás tuvo que preocuparse
por insurrecciones militares en su contra durante los ocho años de su
mandato. Y es poco probable que los otros gobiernos de derecha que hay
en la región vayan a ser víctimas de una tentativa golpista en los
próximos años. De las cuatro que hubo desde el 2002 tres fracasaron y
sólo una, la perpetrada en Honduras en contra de Mel Zelaya, fue
coronada exitosamente. El dato significativo es que su ejecución fue
sorpresiva, en el medio de la noche, lo cual impidió que la noticia
fuese conocida hasta la mañana siguiente y el pueblo tuviera tiempo de
salir a ganar calles y plazas. Cuando lo hizo ya era tarde porque Zelaya
había sido desterrado. Además, en este caso la respuesta internacional
fue lenta y tibia, careciendo de la necesaria rapidez y contundencia que
se puso de manifiesto en el caso ecuatoriano. Lección a extraer: la
rapidez de la reacción democrática y popular es esencial para desactivar
la secuencia de acciones y procesos del golpismo, que rara vez es otra
cosa que un entrelazamiento de iniciativas que, a falta de obstáculos
que se interpongan en su camino, se refuerzan recíprocamente. Si la
respuesta popular no surge de inmediato el proceso se retroalimenta, y
cuando se lo quiere parar ya es demasiado tarde. Y lo mismo cabe decir
de la solidaridad internacional, que para ser efectiva tiene que ser
inmediata e intransigente en su defensa del orden político imperante.
Afortunadamente estas condiciones se dieron en el caso ecuatoriano, y
por eso la tentativa golpista fracasó. Pero no hay que hacerse
ilusiones: la oligarquía y el imperialismo volverán a intentar, tal vez
por otras vías, derribar a los gobiernos que no se doblegan ante sus
intereses.
- Dr. Atilio A. Boron, director del Programa Latinoamericano de
Educación a Distancia en Ciencias Sociales (PLED), Buenos Aires,
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