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El carnaval siempre es una buena oportunidad para probarse una máscara o pintarse la cara. Ambos hechos ocultan y juegan con los ojos que están allí, atentos a lo que pueda pensar quien está observando al que se sube a un escenario para actuar. Pintarse la cara puede tener alguna connotación guerrera, pero las máscaras suelen ocultar la verdadera cara del protagonista. El mundo mira con extrañeza y algo de curiosidad a Pepe Mujica que el 1 de marzo asumirá como el nuevo presidente del Uruguay. ¿Guerrillero o estadista? Esta es la pregunta que intentan descifrar muchos buscando descubrir qué se esconde en este hombre de hablar campechano y cansino que llegó al parlamento en una vieja moto para asumir como diputado en los años noventa, fue ministro, ahora será presidente y todavía hace un culto de su chacra precaria en las afueras de Montevideo.
El Uruguay es un país con muchas máscaras, muy abierto en algunos rubros, tan conservador en otros. Tal vez el gran ejemplo sea el Shopping Punta Carretas. Si uno lo recorre hoy cuesta imaginar que allí había una cárcel y que en 1971 los Tupamaros realizaron una de las fugas más extraordinarias de la historia carcelaria. De la misma manera, cuando uno escucha hablar de economía a Pepe Mujica, cuesta imaginar que este hombre -elogiado por empresarios liberales y de extrema derecha por su discurso que incorpora conceptos del neoliberalismo- haya sido un dirigente guerrillero influenciado por la revolución cubana. Sin embargo, más allá de la mitología hay que recordar que el Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros tuvo una corta vida como grupo guerrillero. En 1973 la mayoría de sus principales dirigentes fueron encarcelados por más de una década, después de su liberación renunciaron a la lucha armada y en los cargos parlamentarios y ministeriales que ocuparon en estos últimos años no se caracterizaron por presentar propuestas tan radicales. Es más, reflotar los antecedentes “tupamaros” durante la campaña electoral ni siquiera le trajo muchos beneficios a la derecha.
Hay muchas esperanzas depositadas en “el Pepe” porque él es diferente; de eso no cabe la menor duda. Resta saber si se pintará la cara o se pondrá una máscara.
miércoles, 17 de febrero de 2010
jueves, 4 de febrero de 2010
Brieger: Haití, el antes y el después
Próximamente en la revista ACCION (www.acciondigital.com.ar)
Siempre se dice que hay un antes y un después. La pregunta respecto de Haití es si el “después” será mejor o peor que el “antes”. Claro que todo depende de quién ayude a construir ese “después”. La gran pregunta es si los responsables del “antes” podrán ayudar a construir un “después” diferente. La respuesta es tajante. No.
Mucho se ha escrito en estas semanas sobre la miseria histórica de la pequeña nación caribeña, del colonialismo francés y la ocupación norteamericana, o de la dictadura de los Duvalier. También de la deuda eterna que los tiene atados de pies y manos a las condiciones que les imponen los siempre “generosos” organismos internacionales. Durante años organizaron conferencias, prestaron millones de dólares y prometieron inversiones en infraestructura sanitaria y educativa. Hasta nombraron a Bill Clinton al frente de una misión de Naciones Unidas para “reconstruir” Haití en 2009, y que ahora está organizando una gran colecta bajo el paraguas del “Fondo Bush Clinton para Haití”.
Pero la gran mentira quedó al desnudo en menos de un minuto el 12 de enero de 2010.
Cuando se piensa en la pobreza en Haití es inmoral ocultar el rol que tuvieron el Banco Mundial, el BID o el FMI que durante más de veinte años presionaron para que Haití adoptara las recetas neoliberales que implicaban –entre otras cosas- la apertura del mercado del arroz, el principal alimento de los haitianos. ¿Acaso se escuchó a Bill Clinton o a Barack Obama decir que iban a dejar de inundar el mercado del pequeño país con su arroz subsidiado para poner en pie la agricultura de los más pobres de los pobres? En abril de 2008 el Banco Mundial alertaba que el alza de los precios de los alimentos provocaría más hambre y protestas en muchos países, y mencionaba a Haití como caso testigo. ¿No sabían los economistas del Banco Mundial que miles emigraron hacia Puerto Príncipe por la imposibilidad de competir con el arroz que llega del norte a bajísimo precio hasta convertir la capital en una gran villa miseria? Algunos países como Japón, India o China pudieron resistirse a la apertura indiscriminada de sus mercados de arroz. Haití fue doblegada. Por los mismos que ahora dicen que quieren ayudarla. Si América Latina no interviene con políticas de desarrollo genuino es muy probable que el “después” sea aún peor que el “antes”.
Siempre se dice que hay un antes y un después. La pregunta respecto de Haití es si el “después” será mejor o peor que el “antes”. Claro que todo depende de quién ayude a construir ese “después”. La gran pregunta es si los responsables del “antes” podrán ayudar a construir un “después” diferente. La respuesta es tajante. No.
Mucho se ha escrito en estas semanas sobre la miseria histórica de la pequeña nación caribeña, del colonialismo francés y la ocupación norteamericana, o de la dictadura de los Duvalier. También de la deuda eterna que los tiene atados de pies y manos a las condiciones que les imponen los siempre “generosos” organismos internacionales. Durante años organizaron conferencias, prestaron millones de dólares y prometieron inversiones en infraestructura sanitaria y educativa. Hasta nombraron a Bill Clinton al frente de una misión de Naciones Unidas para “reconstruir” Haití en 2009, y que ahora está organizando una gran colecta bajo el paraguas del “Fondo Bush Clinton para Haití”.
Pero la gran mentira quedó al desnudo en menos de un minuto el 12 de enero de 2010.
Cuando se piensa en la pobreza en Haití es inmoral ocultar el rol que tuvieron el Banco Mundial, el BID o el FMI que durante más de veinte años presionaron para que Haití adoptara las recetas neoliberales que implicaban –entre otras cosas- la apertura del mercado del arroz, el principal alimento de los haitianos. ¿Acaso se escuchó a Bill Clinton o a Barack Obama decir que iban a dejar de inundar el mercado del pequeño país con su arroz subsidiado para poner en pie la agricultura de los más pobres de los pobres? En abril de 2008 el Banco Mundial alertaba que el alza de los precios de los alimentos provocaría más hambre y protestas en muchos países, y mencionaba a Haití como caso testigo. ¿No sabían los economistas del Banco Mundial que miles emigraron hacia Puerto Príncipe por la imposibilidad de competir con el arroz que llega del norte a bajísimo precio hasta convertir la capital en una gran villa miseria? Algunos países como Japón, India o China pudieron resistirse a la apertura indiscriminada de sus mercados de arroz. Haití fue doblegada. Por los mismos que ahora dicen que quieren ayudarla. Si América Latina no interviene con políticas de desarrollo genuino es muy probable que el “después” sea aún peor que el “antes”.
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